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El PSOE no tiene datos para temer una victoria de la derecha. Los últimos 'trackings' electorales que manejan en el comité de estrategia socialista sitúan al partido rozando aún el 30% del voto pese a una remontada de Podemos, que podría alcanzar el ... 15%. Juntos superarían a PP, Cs y Vox. Pero hay algo que les chirría: la enorme movilización que a todas luces está logrando el partido de Santiago Abascal y que no tiene un reflejo claro en las encuestas. En torno a 4.000 personas el miércoles en Sevilla, otro tanto el jueves en Valencia... Son cifras que a los partidos tradicionales les cuesta mucho alcanzar hoy en día. Una señal, dicen, de alerta.
Pedro Sánchez lleva toda la campaña moviéndose entre la tranquilidad («estoy bien, animado», dijo este viernes en la Ser) y el miedo a ser víctima de la ola populista que recorre el mundo occidental. En su equipo explican que todo apunta a una victoria clara. Algunos confiesan incluso que lo contrario sería un auténtico «chasco». Pero los más prudentes advierten de que con cinco formaciones de ámbito nacional moviéndose en porcentajes de voto superiores al 12%, variaciones del 2% pueden provocar un seísmo que les deje literalmente compuestos y sin Gobierno. «Y en una democracia parlamentaria ganar -advirtió el líder del PSOE en los actos con los que puso punto final a su campaña- solo es gobernar».
540.342 personas están llamadas por sorteo para formar las 60.038 mesas electorales en las que se votará en todo el país. De ellas, 180.114 ocuparán los puestos titulares de presidente y dos vocales de cada una, y 360.228 se encargarán de suplirlos en el caso de que alguno de ellos no se encuentre en su puesto. Las que acaben ejerciendo percibirán 65 euros libres de impuestos por toda la jornada y estarán aseguradas frente a accidentes.
El miedo siempre ha sido un elemento movilizador en las elecciones y Sánchez lo ha empleado con fruición durante los quince días que ha recorrido España. No le preocupan tanto los votantes socialistas. En la mayor parte de los territorios aseguran que hacía tiempo que no se notaba tanta ilusión entre la militancia. «Se nos ha acercado mucha gente pidiéndonos ir en las listas; en los últimos años teníamos que calzarlos a lazo», bromeó este viernes el presidente castellano-manchego, Emiliano García-Page, en un mitin con el jefe del Ejecutivo, en Toledo, previo a la fiesta final en Valencia, donde Ximo Puig también busca revalidar su cargo.
El problema es que para alcanzar su objetivo de un Gobierno estable en solitario, Sánchez necesita una mayoría mucho más amplia que la de sus 84 diputados actuales y eso sólo es posible si recupera a buena parte de los que en 2016 se le fueron a Unidas Podemos y a Ciudadanos. Los socialistas creen haberlo logrado al erigirse, como primera fuerza parlamentaria (en las elecciones siempre opera un cierto efecto arrastre de carro vencedor), en el único garante de que la «ultraderecha» no tocará poder. Su duda es ¿hasta qué punto?
Los debates electorales dieron esta semana a Pablo Iglesias un empujón y, aunque los socialistas no quieren un hundimiento de Podemos, temen que un trasvase de votos a su favor no se pueda rentabilizar en escaños para la izquierda (por el reparto provincial). Por eso, aunque este viernes por primera vez Sánchez dejó entreabierta una puerta a una coalición gubernamental con Iglesias en una entrevista en 'El País', se apresuró a advertir después en la Ser de que lo más seguro es apostar por su partido. «No especulemos con el voto -dijo-; esto ya no es una cuestión de izquierdas o derechas, nos estamos jugando que la ultraderecha influya en gobierno y esta es una ultraderecha temible».
En la traca final, el presidente se atrevió incluso a jugar una carta nueva que puede tener valor especial para los indecisos decepcionados con Albert Rivera. «No quiero que la gobernabilidad de este país descanse en las fuerzas independentistas», dijo. En realidad, la afirmación no pasa de ser una declaración de intenciones. Pero también es cierto que a medida que se acercaba el 28 de abril su actitud con el secesionismo se ha hecho más y más beligerante.
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