El centro derecha, los liberales y la derecha populista (PP, CS y VOX) convertidos en un 'totum revolutum' de arengas, propuestas, zancadillas, y pelea de gallos, se creyó que todo el monte era orégano (Andalucía). Que las generales convocadas por Pedro Sánchez desde el Falcon, ... desde el Consejo de Ministros, con la manguera del dinero en la mano y todo un ejército de propaganda a su servicio eran como una repetición de los comicios en Andalucía donde habían conseguido expulsar al PSOE después de casi cuarenta años en el poder.
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Nada más lejos de la realidad. La batalla por la Moncloa con una ley d´Hont castigando la fragmentación de los grandes partidos era otra batalla y así se ha demostrado. Otra batalla con otras reglas de juego y otro marco de referencia. El marco de referencia de «progresistas contra involucionistas», cliché, que todo el grupo de la moción de censura consiguió fijar en el inconsciente electoral martilleando en los medios. Nada que ver con la batalla de Andalucía donde el marco mental era desalojar al partido socialista de la corrupción, los enchufes y la incapacidad. Esas elecciones donde Vox enseñó músculo fueron un espejismo y una trampa para el PP y en cierta medida para Ciudadanos. Porque aunque ellos se salven de la debacle su éxito no le sirve de nada al bloque, digamos, «constitucionalista».
La arrogancia de las huestes de Abascal y el enrocamiento de Casado y Rivera afrontando al mismo tiempo la confrontación contra el socialismo populista de Sánchez y simultáneamente la pugna por robarse espacio en la derecha ha sido letal. ¿Ha ganado la izquierda o ha perdido la derecha? Las dos afirmaciones son ciertas. La izquierda ha sabido jugar mejor el partido y manejar el factor miedo. El cuerpo electoral le ha tenido más miedo a «la extrema derecha» caricaturizada hasta la saciedad que al desafío secesionista en Cataluña y el riesgo de lo desconocido que representa Sánchez y sus socios. Ocho meses de campaña desde la Moncloa cunden mucho y la propia desactivación provisional del independentismo con el juicio en el Tribunal Supremo ha relajado mucho la tensión en la opinión pública.
Pablo Casado realmente lo tenía difícil con la herencia de la moción de censura que Rajoy despachó en una sobremesa. Con el partido recuperándose de las heridas de la corrupción y mucho enemigo interior saltando el barco porque no había sitio para todos. Pero, además, es que cayó en la trampa de la derechita cobarde. Una provocación de manual del populismo derechista creado por Abascal y engordado por Sanchez. Entre el espejismo y la trampa la derecha equivocó el camino y ha puesto la alfombra roja a Pedro Sánchez.
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