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El choque con el presidente de Argentina, Javier Milei; la visita de Volodímir Zelenski para firmar un acuerdo bilateral de seguridad por el que España se compromete a seguir suministrando material militar a Ucrania durante al menos dos años; el reconocimiento del Estado de Palestina por parte del Consejo de Ministros... El PP confiaba en convertir las elecciones europeas del próximo 9 de junio en una segunda vuelta de las generales del pasado año, una cita marcada por la política nacional más que los retos que afronta la UE. De momento, en puertas de que el Congreso apruebe definitivamente el jueves la polémica amnistía al 'procés' –y pese al intento de volver a agitar las calles con un acto multitudinario este pasado domingo– se impone la agenda exterior.
Los populares ni siquiera han tenido demasiado tiempo para sacar punta a los dos varapalos parlamentarios –uno real, el que tumbó la proposición de ley para abolir la prostitución, y otro simbólico, el que llevó al Ejecutivo a retirar el proyecto de ley del suelo ante el riesgo de que fuera rechazado– que la semana pasada pusieron en evidencia, una vez más, las dificultades que arrostra Pedro Sánchez para ahormar una mayoría que le permita seguir gobernando. Premeditada, fortuitamente o una mezcla de ambos, Sánchez ha logrado en el inicio de campaña un marco en el que se siente cómodo y que favorece su estrategia.
Los socialistas están convencidos de que tanto el apoyo a Ucrania como la simpatía hacia Palestina tienen un respaldo muy mayoritario y transversal en la sociedad española. Pero, además, se jactan de que no solo la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso – que el viernes acusó al Gobierno de premiar a los terroristas de Hamás como a los de ETA y este lunes dijo que está dispuesta a reunirse con Milei en junio–, sino el propio Alberto Núñez Feijóo le están sirviendo en bandeja su mensaje de que el PP y Vox son lo mismo y que solo el PSOE puede poner freno la ultraderecha.
A pesar de que, en una entrevista con este diario, también la candidata socialista, Teresa Ribera, defendió que, en función de cuál sea la aritmética parlamentaria y cuáles sean sus propuestas, sería posible llegar acuerdos con la ultra de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, la próxima legislatura, el PSOE cree que nadie alberga duda alguna sobre cuál es realmente su posición al respecto. En cambio, ven en la insistencia del líder del PP en argumentar que las diferencias entre la dirigente de Hermanos de Italia y otras fuerzas nacional populistas de la UE son evidentes una clara mano tendida al extremismo y un aldabonazo a su discurso.
El optimismo en el PSOE es palpable. Hace dos meses asumían que las europeas pintarían mal para ellos. Ahora – en parte gracias al resultado catalán, pero también al miedo a la «ola reaccionaria» que recorren el mundo y también la UE– se ven en condiciones de competir, mantener el resultado logrado en 2019 y limitar la ventaja de los populares a dos o tres escaños.
Si las cosas resultan como esperan, Sánchez estará en condiciones de volver a ser, como hace cinco años, el negociador de los socialdemócratas –que no viven su mejor momento en Alemania, Francia o Italia– en el reparto de puestos de relieve. En 2019 logró situar a Josep Borrell al frente de la política exterior. Su objetivo es lograr ahora para Ribera una vicepresidencia que aúne Energía y Clima. Pero una Cámara con sesgo ultraconservador puede dar al traste con ese propósito.
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