Si los europeos participáramos en las elecciones de Estados Unidos, en Europa en general y en España en particular, un 80% de nosotros habría apostado por Biden. No porque el demócrata entusiasme, carismático no es, sino porque nos encantaría haberle dado a Trump una buena ... patada en el trasero y tirarlo el cubo de la basura de la historia. Para los europeos, incluso para bastantes que no pertenecen a la progresía, un presidente yanqui de derechas es por definición malo y si además reviste la catadura estrafalaria, zafia del rubio Trump más aún. Si Reagan nos producía repelús, si se encontraba ridículo a Bush -quizás, sobre todo, porque era amigo de Aznar-, ¿cómo no nos va a producir dentera un populista misógino y ególatra como Trump?

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Esa tirria enquistada nos lleva frecuentemente al voluntarismo desatado. Si a mí no me hace tilín tal político es que ha de tener algo nefasto y no debe ganar. Lo curioso es que esa deriva voluntarista, ese pensamiento desiderativo también subyuga a una buena parte de la sociedad estadounidense y muy especialmente a los medios de información de aquel país donde, sobre todo en la prensa, la condena a Trump ha sido generalizada y constante a lo largo de su mandato. Los prestigiosos 'New York Times' y 'Washington Post' han sido un buen ejemplo de ese sesgo anti-Trump. Más llamativamente aún la tendencia ha contagiado los sondeos. Bien por la influencia de lo que se lee o porque en Estados Unidos hay un potente voto oculto conservador mal detectado, el batacazo de los sondeos estadounidenses en la elección presidencial ha sido, una vez más, morrocotudo. En el promedio de las encuestas hechas por la docena de empresas demoscópicas de los últimos meses, se daba una ventaja a Biden de unos siete puntos.

Después de la apretada madrugada del miércoles vemos que no ha sido así. Biden va a ganar en el voto popular pero se repite el guion del año 2016, sacar más votos globales que tu adversario no significa que vas a ser presidente de Estados Unidos. Con su sistema electoral es preciso analizar cuidadosamente el animo del votante en los Estados llamados basculantes, es decir los que inclinan una elección: Míchigan (16), Pensilvania (20), Carolina del Norte (15), Florida (29)… Y ahí también han pinchado las encuestas: pronosticaban que Biden triunfaría apretada o claramente en ellos y puede que el resultado sea el opuesto.

Con lo que volvemos a 2016; medios de información y sondeos yanquis y nosotros nos hemos columpiado, ganará Biden en voto global pero en el dichoso colegio electoral, el que decide la elección, no es descartable que lo haga Trump y seguiría en la Casa Blanca ante el llanto y crujir de dientes de muchos allí y aquí. Aunque, no corramos, hasta el rabo todo es toro.

Si se confirmase la victoria de Trump -no es nada extraño que el asunto vaya a los tribunales por disputas en más de un Estado con lo que podría llegar al Supremo como en 2000 en la contienda Bush contra Gore-, se va a cuestionar seriamente la existencia del colegio electoral -¿por qué no escoger directamente al presidente?- y hay que preguntarse por qué ganaría Trump a pesar de la pandemia en cuya gestión no obtiene aplausos sino censuras. El mantra de su vulnerabilidad, que los jóvenes no lo votarían, que había desertores republicanos importantes en contra (como Colin Powell) lo que le restaría votos, que era despellejado en las redes sociales, que los demócratas gastaron más dinero que él en los decisivos 'spots' en la televisión (850 millones de dólares entre los dos contrincantes) no ha funcionado. Quizás la gente ha votado con su bolsillo, la recuperación en el tercer trimestre ha sido espectacular, la Bolsa sigue en niveles altos, el paro, siendo malo, es solo del 7,8%, etc... una situación económica en claro contraste con la nuestra. Esto podría mantener a Trump en la Casa Blanca.

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Más de un español sensato cavila sobre cómo es posible que se vote de nuevo a un político mentiroso, que ha polarizado brutalmente su país, que manejó mal el vital problema del virus, que se salta las normas legales cuando puede, que es chulesco y empleador de familiares y amiguetes. Es sorprendente, sí, pero no debería serlo demasiado para un español. ¿Qué diferencia hay con nuestro Pedro Sánchez en esos defectos que censuramos en el americano? Ninguna. Y aquí se seguirá asimismo votando al nuestro.

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