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SERGIO GARCÍA
Jueves, 5 de noviembre 2020, 13:55
Mientras menores son las posibilidades de Donald Trump de reeditar en las urnas la presidencia de Estados Unidos, mayor es la crispación que sus partidarios siembran a lo largo y ancho del país conforme a una estrategia que ni es espontánea ni es fruto ... de la casualidad. La sacudida que recorre las calles de algunas de las principales ciudades, desde Nueva York o Detroit hasta Phoenix, no atiende a razones: tiene más de visceral que de lógica y bebe de teorías conspiranoicas surgidas alrededor de especulaciones, cuando no directamente de bulos. El candidato republicano, experto en pescar en río revuelto, lleva meses anunciando que no admitiría un no por respuesta, y su intervención la noche electoral denunciando un fraude que en absoluto ha quedado probado para acto seguido autoproclamarse ganador, ha sido por muchos entendido como el pistoletazo de salida para movilizar a unas bases que se creen con la sagrada misión de perpetuar el estado actual de cosas, aunque eso signifique menoscabar los fundamentos de la misma democracia que dicen proteger.
Buen ejemplo de esto es Phoenix. La capital de Arizona se ha convertido en las últimas horas en el mayor foco de tensión del país. Allí, centenares de partidarios del actual presidente, convocados a través de las redes sociales y muchos de ellos armados con rifles de asalto, se concentraron ante la autoridad electoral de Maricopa exigiendo a los funcionarios un recuento de los votos, temerosos de la derrota en un bastión tradicionalmente republicano. El escrutinio de Arizona es uno de los cinco que mantienen en vilo al país –los otros tienen lugar en Georgia, Carolina del Norte, Nevada y Pensilvania–, donde el voto por correo se ha convertido en el centro de todas las suspicacias.
«Creo que muchas de las papeletas de Arizona son falsas», «Llevan horas sin contar votos» o «En Wisconsin hay cien mil votos más que votantes» son algunas de las afirmaciones que se podían escuchar entre la multitud, una indignación cuajada de acusaciones de fraude infundadas y de llamamientos a velar por el escrutinio. «Yo solo quiero una elección limpia. Si Trump pierde, nos lo tragamos y esperamos cuatro años. Pero tenemos que estar seguros al 100%», comentaba uno de los concentrados en el lugar, cuyo único argumento se reducía a que «es muy raro que Arizona se vuelva demócrata».
Tampoco los demócratas se han quedado en casa. En Michigan, uno de los estados del 'Cinturón de Óxido' que se ha revelado determinante en estos comicios, sus partidarios recorren las calles, dispuestos a no dejarse intimidar por quienes exigen que se detenga el recuento del voto por correo. «Los candidatos no deciden cuándo se termina una elección, son los funcionarios electorales quienes lo hacen», subrayaba ayer Joyce Peralta, mientras se manifestaba en el área metropolitana de Detroit, indignada por el giro que están tomando los acontecimientos. «Dónde se ha visto que se pare de contar porque un partido o el otro vaya por delante en el escrutinio. Así no es como funciona la democracia».
Los roces registrados se suman a los ocurridos la noche del martes en los alrededores de la Casa Blanca, en Washington, donde centenares de manifestantes mostraron su descontento lanzando cohetes y fuegos artificiales, reacciones que fueron reprimidas de inmediato por la Policía y que se saldaron con varios detenidos. También en Portland, espejo de la polarización que vive el país, doce se desataron tensiones entre activistas de izquierda y milicias de derechas, alentadas por la quema de banderas y con los manifestantes portando rifles de asalto.
Según el 'New York Times', las horas que han seguido a la jornada electoral han resistido los peores presagios, que hablaban de algaradas y disturbios como colofón de una campaña que los expertos no dudan en calificar de caótica. Lejos de contribuir a la calma, la negativa de Trump a comprometerse a aceptar el resultado que deparen las urnas ha alimentado el fantasma de la confrontación en un país donde la tenencia de armas es un derecho reconocido por la Constitución y proliferan los grupos supremacistas de gatillo fácil.
En Nueva York, Austin, Chicago, Los Ángeles o San Francisco, los comerciantes han blindado sus negocios con mamparas de maderas ante el temor de que se produjeran incidentes. El clima de inestabilidad que ha presidido la cita electoral, marcada por el Covid, las protestas de los últimos meses capitalizadas por el movimiento Black Lives Matter y el hecho de que los resultados finales tardarán días en conocerse, ha abonado el terreno para un posible estallido de violencia, amenaza que está lejos de haberse evaporado. Una preocupación que, según un estudio hecho público por 'USA Today', comparten tres de cada cuatro votantes, mientras que solo el 25% se muestra «muy confiado» de que habrá un traspaso pacífico de poder si es el demócrata Joe Biden quien se impone en la pugna presidencial.
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