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caroline conejero
Nueva York
Sábado, 31 de octubre 2020, 20:18
En un intento por atraerse el voto perdido de las mujeres de los suburbios, Trump declaró en un mitin de campaña de la pasada semana que «les iba a encontrar empleo a sus maridos» para convencerlas de que debían votarle de nuevo. El presidente, que ... no parece estar familiarizado con las estadísticas de la mujer en el trabajo, habita claramente un mundo de nostalgia en el que ellas esperan todo el día a que sus esposos traigan el dinero a casa.
Como señalaba Bob Woodward en su libro 'Miedo', al líder republicano «le gustan los hombres con aspecto de generales y las mujeres que parezcan haber jurado afiliación a la misma hermandad». En otras palabras, ellos mandan y ellas obedecen. Pero, independiente de las nociones del presidente sobre la feminidad, se puede decir que el cabello rubio predomina entre las mujeres que conforman el universo Trump. Desde la exconsejera Kellyanne Conway -ejemplo de rubio republicano- hasta su propia hija Ivanka Trump -representante del rubio de élite-, la rica heredera metida en negocios. Ambas forman parte de esa generación que llama a aprovecharse de las ventajas del feminismo sin soltar las armas de mujer.
Kellyanne Conway, la primera mujer en el país en dirigir una campaña presidencial y llevarla a la victoria, representa el rubio de la derecha alternativa, la denominada Alt-Right, cultivada en el Tea Party y curtida en el poder del 'trumpismo'. Ha acuñado el término «hechos alternativos» para defender los números inflados de audiencia del presidente y definirá para siempre la era de la postverdad en la Casa Blanca. En la década de 1990, Conway y otras jóvenes conservadoras como Laura Ingraham, Barbara Olson y Ann Coulter elevaron la ambición rubia del comentario político republicano al nivel de 'estrellato' en una tendencia que algunos han calificado como un «despertar sexual» tanto en Washington como en la televisión por cable.
Pero si Conway es la encargada de manipular los hechos en la retórica de la postverdad, Ivanka Trump es la portavoz de un feminismo de élite que apela a la mujer perfecta de negocios en la cima del mundo. Alguien capaz de comprarse joyas con su propio dinero y que busca premiarse a sí misma en lujos producidos en cadenas de trabajo donde los niños pobres ríen y son felices. La reina de las marcas registradas en China está casada con el heredero de otro imperio urbanístico, Jared Kushner, de quien se dice que tiene una agenda de poder y contactos que haría palidecer la del mismo Trump.
Ivanka tiene una relación especial con la esposa de su padre, Melania Trump. La exmodelo inmigrante y primera dama habita el mundo de los reflejos rubios 'top model', escultural, lejana e inalcanzable, una sinsonrisa perpetua detrás de las gafas de sol. Representa el mito de la mujer Trump que espera en la torre a su marido con un vestido de coctel encima del piano. Los apodos con los que se refieren la una a la otra lo dicen todo: Melania llama a Ivanka «princesa» y ésta se refiere a la mujer de su padre como «el retrato» porque apenas habla.
Pero la primera dama es una experta en manejar las cuerdas detrás del escenario. Según el libro 'Melania y yo', escrito por Stephanie Winston Wolkoff, la exmejor amiga de la primera dama, ésta bloqueó los planes de Ivanka para apropiarse del Ala Oeste de la Casa Blanca -que quería renombrar como la 'Primera Familia'- y la dejó completamente fuera de la foto durante el juramento del presidente Trump por medio de un calculado posicionamiento de su hijo Baron, que impidió que se la viera en la imagen junto al líder republicano.
También la nuera de Trump, Lara, casada con Eric y consejera ejecutiva de la campaña de reelección de su suegro, ha ido progresando al mundo del rubio republicano (al principio era castaño oscuro) paralelamente a su escalada en las zonas de poder del presidente. Hace poco, defendió la sugerencia de su suegro de que la gobernadora demócrata de Michigan, Gretchen Whitmer, «debería ser encarcelada» junto con otros rivales políticos. La gobernadora, víctima de una trama para secuestrarla junto a su familia por parte de un grupo de supremacistas desarticulada por el FBI, ha criticado al presidente por incentivar la violencia y el terrorismo de extrema derecha. El presidente, que claramente detesta a las mujeres demócratas morenas en el poder (véase su no relación con Nancy Pelosi), se regocijó durante varios largos minutos ante el clamor de sus seguidores que coreaban: «¡Encerradla!»
Por su parte, la actual jefa de prensa de la Casa Blanca, Kayleigh McEnany, se ha hecho un nombre propio en la esfera de la propaganda política republicana a base de renovar el repertorio de exabruptos de Trump y saberlos vender. Hija de un empresario constructor de Tampa y portadora de un impecable curriculum conservador, supo desde temprano que, para destacar en el saturado mundo de rubias de las comunicaciones políticas republicanas, no solo había que saber decir las mejores mentiras, sino que mejor vestidas, venden mejor.
McEnany aprendió de su antecesora Sara Huckabee Sanders a crear universos de información paralelos y de las veteranas como Conway el poder del escándalo para prevalecer en las noticias. Con todo y contrariamente a lo que podría asumirse, vale la pena decir que, de las pocas mujeres que han servido como secretarias de prensa en la Casa Blanca, todas excepto una han sido republicanas.
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