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Donald Trump ha ganado en casa. El presidente, que trasladó su residencia habitual de la Torre Trump en Nueva York a Palm Beach, ha conseguido la mayoría de apoyos en un Estado clave si se tiene en cuenta que los últimos seis inquilinos de la ... Casa Blanca ganaron los comicios en este territorio. La insistencia del republicano en hacer campaña aquí ha dado buenos resultados: en 2016 se hizo con el Estado por un punto de diferencia respecto a la demócrata Hillary Clinton, pero en esta ocasión lo ha logrado por más de tres.
Florida es una urna especial. A diferencia de otros territorios nítidamente republicanos o demócratas, nunca se ha decantado por una mayoría clara hacia uno de los dos partidos. Pero resulta muy importante en el juego de equilibrios que se abre a partir de ahora para la nominación del presidente. Otorga 29 representantes en el Colegio Electoral, los mismos que Nueva York y sólo California y Texas (tradicionalmente conservador) proporcionan más compromisarios. Por lo tanto, es uno de los Estados que determinan una victoria. Se da la circunstancia de que los sondeos arrojaban una ventaja de Biden sobre Trump hace apenas un mes, aunque las encuestas posteriores ensombrecieron las expectativas.
Y la realidad ha sido así. Los primeros análisis sostienen que el líder republicano ha apoyado su victoria en tres pilares. Los dos primeros son el amplio colectivo rural blanco, plenamente sintonizado con su discurso y sus modos abruptos, y los hispanos, a quienes el presidente ha conseguido que identifiquen a Biden con el socialismo. Un tercer grupo son los numerosos jubilados con residencia en Florida, que han confiado en la consigna trumpista de mantener la ley y el orden por encima del miedo al coronavirus y la gestión de la pandemia realizada desde el Gobierno.
Salvo los portorriqueños, más próximos al demócrata, los cubanos, venezolanos, argentinos y colombianos afincados en Florida se han decantado en masa por el candidato republicano. No en vano, este se ha encargado hasta la saciedad de repetirles que su contrincante demócrata es un socialista de libro e incluso un «comunista» deseoso de entablar lazos con los gobiernos de Cuba y Venezuela, sin importar demasiado que en realidad Biden resulte un demócrata moderado. También el movimiento Black Lives Matter ha animado a muchos latinos a votar por Trump. Procedentes de los sectores medios o económicamente bien nutridos de Latinoamérica, su perfil no empatiza precisamente con el de los afroamericanos.
En cualquier caso, no todo ha sido obra del inquilino de la Casa Blanca. La campaña demócrata tiene su cuota de culpa en la reacción hispana al haber ofrecido una imagen de cierto desapego con este colectivo en concreto y de mayor afinidad con el afroamericano. Su irrupción en Florida fue tardía, cuando Trump ya había trillado el territorio, y con actos poco enardecedores, menos ilusionantes para el elector latino, limitados en aforo por causa del coronavirus y a menudo celebrados en aparcamientos y solo posibles de seguir en directo desde el interior del coche. A diferencia de Hillary Clinton, la mirada de Biden ha estado también más predispuesta hacia el votante blanco progresista y las mujeres de los suburbios.
Después de Florida, el interés demócrata se centra ahora en el voto latino de Arizona. Este condado se decantó por el líder republicano hace cuatro años, pero en esta ocasión ha dado la ventaja a Biden. Están en juego once representantes del Colegio Electoral y los estrategas consideran que aquí el millón largo de hispanos residentes en el territorio, de un perfil mucho más progresista, han optado por el demócrata.
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