El ideal de la primera dama americana
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Jill Biden, independiente, comprometida y familiar, devuelve a los estadounidenses una figura desaparecida en la 'era Trump'nerea aurrecoechea
Sábado, 7 de noviembre 2020, 07:13
Hay en una parte del alma estadounidense esa nostalgia por la corte fantástica del rey Arturo, Camelot, las leyes de la caballería, el honor, la valentía, la dignidad y el decoro. Todo aquello que encarnó un presidente, John F. Kennedy, y una familia, la que ... formó con Jacqueline Bouvier y que permitió soñar a los americanos con un mundo inalcanzable al que uno de ellos había llegado. Bueno, no se puede decir que Kennedy fuera uno de ellos, ni que el entorno social en el que creció no representara lo más parecido a la aristocracia en la tierra de la igualdad de oportunidades.
El pueblo llamó Camelot a aquella presidencia, así quiso describir Jackie Kennedy el período que vivió en la Casa Blanca durante la entrevista para 'Life' que le hizo Teddy White días después del asesinato de su esposo. Desde entonces, el glamour del 1600 de Pennsylvania Avenue ha ido decreciendo con cada mudanza, aunque casi resurgió en aquel baile inolvidable entre Michelle y Barack Obama, ella con un maravilloso vestido rojo y él de traje negro y pajarita blanca, durante la investidura de su segundo mandato. Pero el día a día los había puesto ya en su sitio: activos, combativos, dinámicos, una pareja americana, pero moderna.
Eleanor Roosevelt - En el puesto de 1933 a 1945. Escritora y activista, fue la gran impulsora de la Declaración Universal de los Derechos Humanos
Jacqueline Kennedy - Entre 1961 y 1963. Aportó estilo y cultura,elegancia y glamour; explotó la moda como unmodo de expresión política
Nancy Reagan - De 1981 a 1989. Su gran iniciativa fue la campaña 'Just say no' (Simplemente, di no) deprevención contra la droga
Hillary Clinton - De 1993 a 2001. Leal a su marido en una difícilpresidencia, se reveló comohuracán político, fue senadoray candidata a la Casa Blanca
Michelle Obama - De 2009 a 2017. Promovió la actividad física y la buena alimentación, peleó por las mujeres; muchos veían en ella a una futura presidenta
Después llegó Trump. Las perlas sustituidas por el oro. Los Hamptons, por Mar-a-Lago. El castillo de Arturo, por una vistosa torre en Nueva York. Y una primera dama, Melania, cuya mirada de acero y actitud de esfinge proyectaban una irremediable lejanía. Que en cuatro años apenas ha aparecido junto al presidente. Cuyo papel en el equipo nunca ha quedado claro y nunca ha parecido importante. Que antepuso la educación del hijo en común, Barron, hasta el punto de retrasar seis meses su traslado a Washington y dejar solo a su marido en el inicio de la legislatura.
Hoy todas las miradas están puestas en una mujer que cambiará por fin el aire frío de la Casa Blanca. En Jill Biden están depositadas las esperanzas de esos estadounidenses que añoran una figura desaparecida en la 'era Trump'. Esa primera dama que representa el ideal americano, apoya al presidente y muestra su propio peso político.
Jill Tracy Jacobs, nacida en Nueva Jersey en 1951, es profesora en un instituto en Wilmington (Delaware), y su matrimonio con Joe Biden cumple ya 43 años. De su temperamento lo dice todo que haya sido la primera segunda dama de Estados Unidos con un trabajo remunerado, pues combinó su responsabilidad política con la docencia y no quiso dejar de dar clases cuando él alcanzó la vicepresidencia. «La enseñanza no es lo que hago, es lo que soy», dijo durante la última campaña electoral de su marido, en la que ha participado muy activamente.
Pero además es una mujer comprometida con los retos que le ha presentado la vida. Antes de tener su propia hija, Ashley, con Joe, se convirtió en madre de Beau y Hunter, los dos hijos de Biden que sobrevivieron al accidente en el que murieron su primera esposa y la pequeña Naomi. Estuvo al lado de los militares cuando Beau se alistó tras el 11-S, y junto a los afectados por cáncer cuando esta enfermedad se lo llevó. Protegió también a Hunter cuando sufrió traumas emocionales.
Esta combinación de independencia y entrega, unidas a una valentía fuera de lo común -ha saltado ya dos veces por delante de Biden, antes que sus escoltas, para protegerle de algún manifestante-, promete un giro completo al papel de primera dama ejercido, o no, por Melania. Y, sobre todo, permite esperar que la Casa Blanca vuelva a ser ese lugar en el que todos los estadounidenses pueden encontrar algo propio, un reflejo, aunque sea pequeño dentro de esa gran maquinaria de Estado, del modo de vida americano más genuino. Uno que no pasa por resorts de golf y concursos de televisión, sino por un desayuno temprano, una carrera hasta el autobús escolar, un baile de graduación, villancicos en torno al árbol de Navidad..., una familia, trabajando para todas las familias del país.
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