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La política catalana, entrampada desde 2012 en la polarizada dinámica del 'procés', sigue siendo una trituradora feroz. El escrutinio de este 12 de mayo ha terminado de rematar a Ciudadanos, ese fenómeno fugaz que ha pasado de lograr una histórica victoria en las autonómicas ... de 2017 tras 'los hechos de octubre' a quedarse como fuerza extraparlamentaria, y se ha cobrado la cabeza del aún presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, protagonista y víctima al tiempo de la debacle -180.000 votos y 13 escaños menos- de Esquerra Republicana. Su forzosa marcha de la primera línea política trunca la carrera de quien era la esperanza renovadora de ERC para asentar sus reales al frente del soberanismo relegando a los postconvergentes de Junts. El ajuste de cuentas (políticas y electorales) entre las dos grandes familias del independentismo ha vuelto a saldarse a favor de los de Carles Puigdemont a la espera de cómo decante sus posiciones una Esquerra que ya ha anticipado que pasa a la oposición, sin anticipar qué votará en las investiduras a las que han confirmado que optarán el president y el socialista Salvador Illa.
No era esta catástrofe la que pensaba tener que gestionar Aragonès cuando pretendió hacer 'un Sánchez' el 13 de marzo adelantando de forma fulgurante las elecciones después de que los comunes le tumbaran el proyecto de Presupuestos pactado con el PSC. Para entonces, era evidente que ERC podía estar pagando la gestión en solitario del Govern -con la crisis de la sequía como ejemplo de todas las cuitas- y también que el partido, siempre complejo, se estaba resintiendo por el liderazgo compartido con Oriol Junqueras y por las tensiones recurrentes entre el alma más secesionista y la de izquierdas. Aragonès, un político que se va a casa con tan solo 41 años tras una vinculación desde la adolescencia con Esquerra, ya demostró durante el 'procés' que podía ser un mandatario tan rocoso como dúctil; fue él, siendo número dos del Govern, quien manejó junto a la entonces vicepresidenta del Ejecutivo de Rajoy Soraya Sáenz de Santamaría y el ministro Cristóbal Montero la intervención del autogobierno catalán bajo el insólito paraguas del artículo 155 de la Constitución aplicado en respuesta por el referéndum ilegal del 1-0 y la nonata declaración unilateral de independencia. Se la jugó a intentar proteger su espacio, acotando, de paso, el de un Puigdemont aún sin amnistiar, por la vía de precipitar las autonómicas. Es fracaso ha sido estrepitoso, aun cuando las eventuales opciones para la gobernabilidad catalana pasen por la sede los republicanos en estado de fuerte turbación.
Aragonès lanzó su órdago electoral en una posición de debilidad -las necesidades de Sánchez habían resucitado a su predecesor de Junts huido en Waterloo- después de haber aguantado otros. Singularmente, el que le plantearon los junteros en otro otoño, este de 2022, cuando se marcharon del Gobierno con el aval de sus bases dejando a ERC compuesta y sin socio. El president hoy en funciones y en retirada decidió que más valía ponerse una vez rojo que ciento amarillo. Que no podía consentir que sus aliados y a la vez rivales en la batalla por la preeminencia secesionista le torpedearan desde dentro amenazándole con una cuestión de confianza. «Era o aguantar y tragar o decir hasta aquí», justificaban sus fieles, una línea roja en la que se mantuvo cuando adelantó estas elecciones ante el veto a sus Cuentas Públicas de En Comú y los de Puigdemont.
Al president, rostro aniñado, maneras amables y fama de ejecutivo cuando toca serlo, le gustan las series como detalle personal de una biografía que ha lucido siempre la precocidad política. Nacido en Pineda de Mar, un municipio del Maresme barcelonés, Aragonès es nieto de un alcalde que ejerció en la España franquista y en la ya democrática; el 'hereu' de una familia acaudalada gracias al negocio turístico, que redondeó en Harvard sus estudios de Derecho e Historia Económica y que se afilió a las juventudes de Esquerra con 16 años. Fue aquel joven el que cultivó la relación con el entonces profesor Junqueras, convertido luego en su jefe durante el 'procés' con una sintonía que, según cuentan en los mentideros catalanes, no ha resistido bien el paso del tiempo y la convivencia de poderes compartidos. La máquina de picar carne (política) de la Cataluña que aún afronta las consecuencias del desafío 'procesista' ha devorado a un dirigente apenas entrado en la cuarentena ejecutando la larga maldición de los segundos mandatos presidenciales en el Palau de la Generalitat.
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