Consejos para ganar el debate

Claridad, concisión, sencillez, naturalidad, consistencia y agilidad son algunas de las cualidades que nos hacen imponernos en un debate, que comienza a ganarse en la preparación. La improvisación es un mito. Los oradores han de conocer de forma pormenorizada tanto el programa y los argumentos propios como el del resto de partidos, para anticiparse a sus rivales. Es fundamental ensayar y testar la calidad del propio discurso, cómo puede ser refutado y familiarizarse con el formato, el espacio y el medio.

Más allá de la puesta en escena, desde el vestuario a la expresión corporal, entrando en el fondo, un político no es un actor. No interpreta un papel, sino que ha de ser él mismo, su partido y su mensaje si pretende la empatía del público. La persuasión se logra mediante la personalidad del orador y la capacidad tanto emocional como racional de sus argumentos. Su credibilidad aumenta si interioriza el discurso y lo hace suyo. Si se siente cómodo con su intervención, tendrá más capacidad de persuasión. Conviene expresarse con naturalidad, huir de lo impostado, renunciar a recursos que no domine, como el humor si uno es poco gracioso.

Un buen candidato conectará con el electorado si estructura convenientemente su alegato y nos lleva de la mano para comprender fácilmente sus ideas organizándolas como eslabones de una cadena y, especialmente, tiene que centrarse en proponer en vez de ocuparse únicamente en destruir las tesis de los demás. Tendemos a preferir a quien nos plantea un camino de futuro frente al agorero para quien todo va mal, destruye el suelo bajo nuestros pies y no tiende una cuerda a la que sujetarnos. Necesitamos esperanza.

Es preferible emplear un número limitado de mensajes realmente relevantes, sin perderse en menudencias o cuestiones secundarias, a ahogar a la audiencia en un tsunami de elementos incomprensibles y desestructurados, arrojados a los rivales como perdigones sin ton ni son. Los espectadores deberíamos ser capaces de resumir las principales ideas de cada candidato al terminar el debate.

Por ello, el mensaje ha de ser claro, conciso y preciso. El lenguaje tiene que ser rico al tiempo que sencillo, que no simple, sin naufragar en tecnicismos o hundirnos bajo una avalancha de cifras y datos sin una argumentación clara.

Todo debatiente debe ser consciente de los puntos fuertes y débiles de sus tesis y también de las del contrario con el fin de aprovecharlas en su provecho, derribar la otra postura como un castillo de naipes o sellar posibles boquetes en su argumentación. De hecho, conviene conocer de antemano las flaquezas argumentales o personales para saber darles la vuelta en beneficio propio.

Estas son algunas pinceladas a vuelapié que no garantizan ganar el debate ni las elecciones pero, desde luego, ayuda a no perder. Y eso ya es un éxito. Después de este, habrá una segunda oportunidad. O no. Y recordemos que los debates suelen ganarse más bien en el debate sobre el debate.