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La maleza, los escombros y los grafitis no han logrado ocultar la memoria de uno de los escenarios más aterradores de la Guerra Civil en Aranda de Duero. Esta infraestructura de la estación de ferrocarril fantasma de la capital ribereña, que hoy aprovechan muchos jóvenes para reunirse y hacer botellón, fue un campo de concentración de presos republicanos entre el año 1936 y el final de la guerra.
Cuando estalló la contienda en julio de 1936, la construcción de la línea de ferrocarril Madrid-Burgos aún no había finalizado. Se encontraba en un terreno amplio a las afueras de Aranda, pero lo suficientemente cercano a la localidad como para aprovecharlo para el avituallamiento. Junto a la carretera y las vías, la situación estratégica para el traslado de presos era inmejorable.
Los presos republicanos permanecían en este campo hasta que se determinaban sus responsabilidades políticas, para después trasladarlos y ser juzgados. De esta forma, por la capital ribereña llegaron a pasar miles de personas. Llegó tener una capacidad de 4.000 prisioneros, hacinados entre la nave de los talleres de la estación y los barracones que se levantaron en el terreno, ahora invadido por zarzas y hierbas, junto a las vías del tren en desuso.
Algunos vecinos de Aranda conocen los retazos de esta parte de la historia reciente gracias al relato de sus padres y abuelos. «Aquí venían muchos prisioneros de la zona de Valencia y de Cataluña», explica un arandino de 60 años que recuerda que su propio abuelo custodió aquellos barracones por las noches hasta que terminó la guerra.
«A algunos de esos presos les mandaron a adoquinar calles de Aranda y mi abuela me contó que les bajaban agua desde casa porque les daban mucha pena», afirma otra vecina, que confiesa que poco más se habló de aquel campo de prisioneros en su entorno familiar.
Sin embargo, a pesar de la documentación oficial que se guarda sobre este campo y de la memoria de muchos habitantes de Aranda, la mayoría de los jóvenes que se acercan hasta allí desconocen que este enclave albergara un campo de presos republicanos.
En pleno siglo XXI apenas quedan vestigios de aquella cárcel de reclasificación, más allá de un hangar en ruinas y de los muros que guardan una parte fundamental de la historia de la Guerra Civil en Aranda de Duero.
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
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