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Zigor Aldama
Sábado, 20 de febrero 2021, 10:24
Hasta ahora, el ser humano ha sabido adaptarse a todas las revoluciones provocadas por tecnologías disruptivas. El motor de vapor y la electricidad, las máquinas industriales, el ordenador e Internet obligaron a transformaciones que siempre se han saldado con la pérdida de puestos de trabajo ... y la desaparición de profesiones. Pero, hasta ahora, también han alumbrado nuevas actividades que han equilibrado la balanza y han permitido que, a pesar del crecimiento demográfico, el impacto neto en el empleo haya sido positivo. Hasta ahora, las máquinas nos han ido sustituyendo en trabajos repetitivos de poco valor añadido y gran esfuerzo físico, propiciando así un incremento exponencial de la productividad y un aumento general de la calidad de vida.
Hasta ahora ha sido así. Pero la llegada de una nueva ola de tecnologías puede cambiar esta máxima. «La inteligencia artificial va a marcar un punto de inflexión. No la que conocemos en la actualidad, que sigue el patrón de tecnologías anteriores para asistirnos en labores cada vez más complejas, sino la que llegará cuando aprenda a razonar y adquiera consciencia. Los robots entenderán qué son ellos y lo que somos nosotros, y podrán actuar con total autonomía. Nos mirarán como un padre a su hijo», avanza Toshio Fukuda, eminencia mundial en la materia y presidente del Instituto de Ingenieros Eléctricos y Electrónicos (IEEE).
Parece un escenario de ciencia ficción, pero Fukuda está convencido de que será una realidad a mediados de este siglo. Y no es el único. «Veo factible que se pueda replicar la capacidad de computación del cerebro en un tiempo razonable», opina José Dorronsoro, Catedrático en Ciencia de Computación e Inteligencia Artificial en la Universidad Autónoma de Madrid. ¿Supondrá esto el fin del trabajo? El científico japonés se encoge de hombros con una sonrisa. Dorronsoro niega con la cabeza: «No nos vamos a ir todos al paro. Lo que sucederá es que podremos dedicarnos a cosas más útiles. Eso sí, la transición será complicada porque habrá que ajustar muchas actividades y realizar otras de forma diferente», concluye.
Hay consenso a la hora de señalar algunas profesiones que desaparecerán pronto: las de taxistas y transportistas en general por la irrupción de los vehículos autónomos o las de trabajadores en líneas de montaje que se robotizan. Lo complicado es prever cuáles nacerán. Lo demostraron los creadores de Blade Runner cuando, en 1982, vaticinaron que en nuestra época los coches voladores serían habituales, pero no previeron la disrupción que provocó Internet. Era más fácil imaginar un mundo con taxistas aéreos que con 'youtubers' y 'community managers'.
Ahora, la situación se repite. Pero con matices. «La reconversión a la que forzarán la automatización y la inteligencia artificial será diferente por dos motivos: la velocidad a la que se está produciendo, y el hecho de que afectará también a empleos cualificados. Hoy, en España, no estamos preparados para acometerla», dispara Fran Osuna, responsable de Comisiones Obreras en Álava y especialista del sindicato en temas relacionados con las nuevas tecnologías.
No es el único que piensa de esta forma. Agustín Zubillaga, responsable del Laboratorio de Economía Digital de Orkestra, politólogo y doctor en ingeniería informática, también cree que, actualmente, no estamos preparados para afrontar el reto que se avecina. «Si seguimos haciendo lo mismo que hasta ahora no lograremos buenos resultados», sentencia el docente. «Pero tampoco tenemos que preocuparnos tanto por lo que vaya a suceder dentro de 30 años, sino concentrarnos en lo que pasará dentro de tres o diez. Y en vez de hacer predicciones fatalistas a largo plazo, y aceptarlas como algo inexorable, debemos decidir qué queremos ser dentro de 30 años y trabajar por ello», apunta Zubillaga, que exige apostar por un desarrollo competitivo basado en estrategias de especialización y recualificación laboral, alineado con los valores de la Unión Europea para fomentar la cohesión social.
Juan Pablo Riesgo, socio responsable de EY Insights, cifra en el 38% el número de empleos en peligro de extinción por la automatización en España. A pesar de ello, concuerda en que, como ha sucedido a lo largo de la historia, la balanza acabará por equilibrarse. «Es un reto hercúleo al que se debe responder con una responsabilidad compartida por gobiernos, empresas y trabajadores», señala. En su opinión, la clave está en una profunda transformación centrada en la innovación que hunda sus raíces hasta el sistema educativo.
«Hay que fomentar la empleabilidad de los alumnos e impulsar las áreas científico-técnicas (STEM). Luego, en el mundo laboral se debe implementar la 'flexiseguridad', un sistema que otorgue agilidad a las empresas que necesitan reestructurarse sin añadir precariedad. Hay que reducir la dualidad en el trabajo, invertir en capital humano, e impulsar el talento sénior hasta alcanzar los niveles de la UE», enumera Riesgo, que pide a las empresas poner en marcha estrategias de planificación de plantilla para determinar los perfiles que necesitarán en el futuro y crear itinerarios formativos que conduzcan a ellos.
Osuna concuerda: «La educación debe trabajar en clave de futuro, no en presente ni mucho menos en pasado, como todavía sucede en algunos casos. La FP responde a una necesidad puntual de este momento, pero no a la que tendremos mañana. Y en la universidad seguimos produciendo titulados que no se ajustan a las necesidades actuales». Y desde el punto de vista empresarial, José María Luzarraga, docente investigador de la Mondragon Unibertsitatea y cofundador de Team Academy, compara la transformación digital con la provocada por la internacionalización. «Si entonces se entendió que salir al mundo era una fórmula adecuada para proteger la actividad en casa, ahora con la digitalización debe suceder lo mismo, porque es una forma de crear valor y aumentar la competitividad», expone.
Todos coinciden en que resistirse al cambio es la peor de las estrategias. De hecho, recalcan que el éxito depende de que se haga todo lo contrario. «La mejor defensa es el ataque. En la medida que nos anticipemos, tendremos más éxito y gestionaremos mejor el problema del empleo», afirma Luzarraga. La coyuntura actual quizá no sea la más adecuada para acometer grandes transformaciones, porque el reto en plena pandemia es «salvar los muebles», pero Riesgo señala que los fondos europeos de Generation Next ofrecen una oportunidad de oro para sentar las sólidas bases que requiere esta reconversión. «Tenemos que crear actividades que vayan absorbiendo a quienes pierden su empleo en otros sectores. Estos fondos pueden ser un incentivo para acometer las reformas que se habían dejado de lado», explica.
No obstante, todos los entrevistados subrayan que la urgencia no llega únicamente del ámbito tecnológico. «El demográfico y el cambio climático van a ser clave», indica Zubillaga. Al respecto del primero, Riesgo critica los pasos atrás que se han dado en materia de pensiones, otro de los sistemas que se deben replantear. «Es evidente que la jubilación forzosa es un error, así como incentivar las prejubilaciones. La jubilación activa es una vía mucho más lógica», sentencia.
El sector del acero no cae. La producción incluso aumenta, pero se deslocaliza y automatiza. Allí donde antes hacían falta decenas de trabajadores, ahora solo se requiere un par de personas que supervisen robots. Cada vez hay menos 'compañeros del metal', y eso tiene profundas implicaciones para el sector sindical. «Hemos sido muy lentos, no nos hemos adaptado, y vamos a tener que cambiar la forma en la que entendemos el sindicalismo», avanza Fran Osuna, responsable de Comisiones Obreras en Álava.
Tradicionalmente, los sindicatos se han identificado más con el obrero de base. «Ahora tenemos que centrarnos más en el empleo cualificado mal remunerado, en un perfil que ha tenido poco contacto con el sindicato», explica Osuna. En mente tiene todo el empleo que han creado las plataformas digitales que tantos quebraderos de cabeza dan, como las de reparto de comida a domicilio. «Cada vez tienen más impacto en empleos más cualificados, y a esos tenemos que prestar más atención», afirma.
En opinión de Osuna, la pandemia ha forzado una transformación digital que se estaba retrasando y que «ha llegado para quedarse», y el teletrabajo va a tener consecuencias directas en el empleo. «Estamos ante un proceso de atomización. Antes la unión hacía la fuerza, pero ahora las plantillas están más dispersas y la capacidad para negociar de forma colectiva es menor», apunta. Aun así, el sindicalista tiene claro que evitar la erosión de las condiciones laborales, reducir la brecha digital de la Pyme, y hacer frente a las grandes tecnológicas que amasan cada vez más poder son la lucha del siglo XXI.
Si los robots destruyen empleo y cada vez resulta más difícil reubicar a quienes pierden su trabajo, ¿deberían pagar impuestos para sufragar una renta mínima universal? Algunos expertos consideran que sí y avanzan que puede ser una solución de futuro. Agustín Zubillaga, director del Laboratorio de Economía Digital de Orkestra, sostiene que no. «Las lavadoras destruyen empleo y no pagan impuestos. Además, un robot no tiene por qué ser físico, puede ser un algoritmo», analiza. Además, en su opinión, el ser humano busca contribuir a la sociedad y superarse, no estar de brazos cruzados. «Un sistema como el de la Renta de Garantía de Ingresos o del Ingreso Mínimo Vital es sostenible solo si esas prestaciones las percibe poca gente», añade.
Los expertos coinciden en señalar que no se debe percibir a los robots como una amenaza. «Debemos verlos como complementarios, como una herramienta para mejorar nuestra productividad», asegura José María Luzarraga, de la Mondragon Unibertsitatea. «Los sistemas de inteligencia artificial, por ejemplo, no sustituirán a los médicos, pero sí los harán mucho más eficaces. Permitirán incrementar la precisión de los diagnósticos y darán más tiempo para la interacción con los pacientes y la investigación», avanza Wu Shuang, científico jefe de la china Yitu. Hasta entonces, Fran Osuna, de Comisiones Obreras, apuesta por 'cobots' como los exoesqueletos «que mejoran la salud y la calidad de vida de los trabajadores con gran exigencia física».
«Lo que nadie duda es que habrá que aprender a trabajar con robots y sistemas de inteligencia artificial. Y no hablamos solo de informáticos. Por ejemplo, los sociólogos tendrán que aprender a utilizar simulaciones computacionales o a trabajar con inteligencia artificial para sacar conclusiones en estudios», vaticina Ramón Mantaras, director del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial del CSIC. No obstante, reconoce que la inteligencia artificial puede exacerbar el aumento de una desigualdad incipiente. «Como sucede con cualquier otra tecnología avanzada que esté en manos de unos pocos, la automatización y la inteligencia artificial se pueden utilizar para ahondar en estas desigualdades, como sucede en Estados Unidos, o para todo lo contrario, como pasa en Suecia. Más importante que la inteligencia artificial es el sistema político», sentencia.
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