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Un joven repartidor aparca su bici para entregar un pedido. Charles Platiau-Reuters
Cuando la precariedad laboral es negocio

Cuando la precariedad laboral es negocio

Nuevas modalidades de contratación en algunos sectores generan empleos con salarios muy bajos y malas condiciones

Elisa Campillo

Valladolid

Miércoles, 25 de abril 2018, 07:44

Hace apenas una semana, la Comisión de Empleo del Senado abordó un intenso debate sobre la realidad laboral de las camareras de piso, las personas que limpian las habitaciones de los hoteles. Los senadores escucharon las reivindicaciones de este colectivo, en su inmensa mayoría femenino. Lo llamativo del caso es que no eran (solo) ellas quienes lo pedían. Los propios inspectores de trabajo también demandaban soluciones sobre la situación a las autoridades.

«Jamás había visto tanta indignidad como con las camareras de piso», alertó el portavoz de la Unión Progresista de Inspectores de Trabajo (UPIT), Fermín Yébenes, que explicó que, aunque los servicios de inspección intentan garantizar la seguridad de los trabajadores, ellos no son la solución al problema.

Algunas camareras de piso se han asociado en diversas comunidades autónomas -Castilla y León no está entre ellas- bajo el nombre de 'Las Kellys' (acrónimo de 'las que limpian') para velar por sus derechos laborales. Especialmente les preocupa la creciente práctica de subcontratar su trabajo a empresas externas al hotel donde desarrollan la actividad, lo que, entre otras cosas, da lugar a una pérdida de derechos laborales que empiezan por una rebaja salarial. Por ello, piden incluir en el artículo 42.1 del Estatuto de los Trabajadores, relativo a la subcontratación de obras y servicios, la prohibición de externalizar la actividad principal de la empresa. Y la limpieza de habitaciones en un hotel que se dedica a vender habitaciones limpias, ellas insisten, lo es.

Así, también Las Kellys estuvieron la pasada semana en el Senado junto a los inspectores y a los sindicatos. A principios de mes, además, se reunieron con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, del que lograron arrancar una promesa de estudiar su caso.

«No entendemos muy bien cómo estas condiciones no se pueden mejorar, teniendo en cuenta que la crisis ya se está superando y las cifras de ocupación hotelera están en pleno auge», se pregunta Consuelo de León Sinovas, secretaria de Acción Sindical de la Federación de Servicios, Movilidad y Consumo de UGT en Castilla y León, quien además advierte de la disparidad entre los convenios colectivos de unas provincias y de otras.

Las camareras de piso no son, sin embargo, el único sector en el que la precariedad laboral está a la orden del día. El portavoz de la UPIT señaló en el Senado que la masificación de las subcontrataciones a empresas externas se extiende también a otros sectores como los vigilantes de seguridad o del sector de logística.

Pero el recorte de derechos derivado de la externalización no es lo único que hace precario el empleo. Algunas modalidades de contratación surgidas al calor de las nuevas plataformas digitales de trabajo preocupan cada día más a los sindicatos. UGT alertó hace poco de que «la precarización laboral digital va en bicicleta», en clara alusión a los servicios de entrega a domicilio de comida y otros productos que el cliente puede contratar a través de Internet y que normalmente son repartidos por trabajadores que se mueven por la ciudad sobre dos ruedas (bicicleta o moto). En Castilla y León su presencia aún es incipiente, pues la única plataforma que opera en el territorio acaba de desembarcar en Valladolid este mes.

La problemática en este sector se deriva de la modalidad de contratación. Las empresas registran a sus trabajadores como autónomos, pero, sin embargo, son ellas las que establecen cómo, cuándo y cuánto trabajan, a cambio de una remuneración fija por pedido. Los sindicatos tratan de hacer ver a las administraciones la necesidad de regular el sector. «Este modelo económico no puede triunfar porque pone en peligro todo el sistema el estado de bienestar», afirman desde UGT.

Las plataformas digitales se basan en un sistema de reputación que puntúa al trabajador en varios parámetros. Uno de ellos es la valoración que le dan los clientes, algo que también sucede en el caso de los teleoperadores. Esas encuestas que las empresas efectúan a cualquiera que llama a un servicio de atención al cliente no tienen otro fin que actuar como un sistema de presión al empleado para que este trabaje de manera más intensa ante el miedo a una mala valoración. Y, cuando un cliente, con buena fe, puntúa la atención recibida con un 8, notable, considerando quizá que la excelencia es raramente alcanzable, el trabajador lo recibe con la misma dureza que un cero redondo. Las empresas solo consideran pasable un nueve o un diez.

Camareras de piso, repartidores a domicilio y teleoperadores solo son tres ejemplos de cómo las nuevas prácticas laborales pueden llevar a la precarización de algunos sectores, pero hay donde elegir. Repartidores de folletos en las calles y por los buzones, profesores que son despedidos cada mes de junio a la espera de ser contratados de nuevo en septiembre, captadores de socios que abordan peatones en plena calle, trabajadores de la construcción con contratos temporales, médicos contratados por días o semanas...

Una trabajadora hace la cama en la habitación de un hotel. Joe Raedle-AFP

«Todos los trabajos son duros, pero este no está pagado como tal»

María (nombre ficticio) trabaja desde hace un lustro como camarera de piso en un hotel de León a través de una empresa externa. Cuenta que cuando vio a Las Kellys en televisión se puso en contacto con las representantes de Madrid porque en Castilla y León no hay asociación. Le gustaría constituirla, pero todavía no ha encontrado gente suficiente. «La situación es precaria, son muchas horas, muchas habitaciones, con bajo sueldo y el trato no es nada bueno», relata.

Esta joven, que aún no alcanza la treintena y que trabaja con un contrato de formación «que te puede durar toda la vida» a través de una empresa externa, conoce de buena mano la diferencia de su caso con el de otras compañeras que sí que están contratadas con el hotel, porque su suegra trabaja en lo mismo, pero contratada. «Ella tiene sus dos días semanales de descanso y el sueldo es el que tiene que ser», explica. Y es que el tema salarial es uno de los principales focos de preocupación. «Alguien tiene que poner unos límites a los sueldos, porque una cosa es ser bajos y otra cosa es ser precarios. Ahora mismo limpiar una habitación se paga a 1,12 euros, y estamos hablando de habitaciones grandes con vestíbulo, baño y demás». Con este precio, basta una multiplicación para adivinar su remuneración diaria: «Con una jornada de ocho horas se supone que da para hacer 18 habitaciones. Puede que algún día toque hacer alguna más, más pero es que hay días que se han llegado a hacer 30 habitaciones con contratos de seis horas. Es precario no, lo siguiente», se lamenta.

Con un salario así, resulta difícil cubrir con todos los gastos que tiene la vida. «Es muy complicado, pero hay gente que tiene hijos y no tiene otra cosa y tienen que tirar con lo que hay», comenta.

María trabaja a través de una empresa externa porque actualmente se le hace complicado encontrar un puesto estable como camarera de piso en la región. Ahora, explica, «casi todos los hoteles tienen el servicio externalizado o ya tienen una plantilla fija que no cambian». El fenómeno de la subcontratación se ha masificado en los últimos años «tanto en los hoteles pequeños como en los grandes, porque ven que otros lo hacen y ellos lo copian».

En este sentido, teme que las empresas externas vayan a más «porque en el momento en el que nadie les dice nada cada vez van a coger más y más hoteles». En cualquier caso, no quiere pensar mal y afirma que no cree que los hoteles sepan lo que pagan a un trabajador, «porque si son personas y lo supieran yo creo que dirían 'oye, esto no son condiciones'».

Cree que el fenómeno se explica porque «es negocio para todos, excepto para el trabajador». «Para los hoteles es una cosa menos de la que se tienen que preocupar, no por el dinero, porque ellos pagan a la empresa externa, pero esta paga muy por debajo de lo que tendrían que pagar», explica María. «Antes por una jornada de ocho horas eran 50 euros, ahora son veintipocos», comenta.

El trabajo de las camareras de piso se hace especialmente duro por la carga física que supone. «Todos los trabajos son muy duros, pero claro tú aquí estás levantando la cama hasta arriba, estás todo el rato agachándote, sufren las manos, los brazos, la espalda... hay mucha gente que ha estado lesionada», explica la mujer. Y, aunque reconozca que todos los trabajos son duros, insiste en que «aquí en lo que estamos contando es que es un trabajo duro que no está pagado como tal».

Un repartidor de comida, sobre su bicicleta. Martínez Bueso

«A los seis meses, todos han tenido accidentes de trabajo»

'¿Quieres ser tu propio jefe y decidir cuándo trabajar?' Con esta atractiva idea las plataformas de reparto a domicilio buscan trabajadores que entreguen los pedidos utilizando sus propios medios. El problema surge cuando es la propia empresa la que elige cuándo trabaja el repartidor y, si este lo rechaza, es penalizado, lo que implica recibir menos encargos y solo en las peores horas.

Estas plataformas digitales se basan en un sistema de reputación para todo. «Es un sistema completamente pernicioso porque también te mide la velocidad del pedido o cómo te valora el cliente, y eso genera una competitividad insana», denuncia Rubén Ranz, de UGT, que añade que desde el sindicato han comprobado que pasados seis meses la práctica totalidad de trabajadores ha tenido accidentes de trabajo. «Adelantan en calles de un solo carril, se saltan semáforos, van en dirección contraria... todo por intentar llegar lo más pronto posible», explica.

«La remuneración media por pedido es de cinco euros, y de ahí hay declarar el IRPF y pagar la cuota de autónomos», explica Ranz. La Inspección de Trabajo de Valencia resolvió hace unos meses que estos trabajadores no pueden ser considerados autónomos porque la cantidad de trabajo y las condiciones no dependen de ellos. «Tampoco pueden cogerse unos días libres ni bajas por enfermedad. Todo penaliza», incide.

Con unos repartidores en bicicleta «que llegan a hacer 80 kilómetros diarios, al cabo de un año se pasan a la moto porque no lo aguantan físicamente, porque para esto salga rentable hay que echarle muchas horas». Además, cuando se agotan los seis meses de tarifa plana de autónomos, «muchos dejan de pagar la cuota porque no pueden y pasan a la economía sumergida», lamenta Ranz.

Trabajadores en un 'contact center' D. Montañés

«Hay empresas que cumplen y otras donde no te dejan ir al baño»

En el ámbito de los 'contact center', donde trabajan los teleoperadores, hay dos mundos que poco tienen que ver entre sí. «Hay empresas que tienen representación sindical, que más o menos tienen derechos y se cumple el convenio, como son algunas privadas y las de las administraciones -cita como ejemplo a la centralita del teléfono de emergencias 112- y hay otro 50% que son empresas piratas o semipiratas, incluso muy grandes, que maltratan a los trabajadores, incluso no les dejan ir al baño», explica Luis, que trabaja como teleoperador en Valladolid.

«Es un sector precario, la gente que está trabajando aquí necesita el trabajo, tiene que tragar, y muchas veces no puede exponerse a denunciar y perder el trabajo», comenta Luis en relación a las prácticas más abusivas, al tiempo que lamenta que no haya más actuaciones por parte de la inspección.

Este sector, en el que trabajan unas 10.000 personas en la región, principalmente en Valladolid, León, Salamanca y Palencia, tiene un trabajo «un poquito precario», con salarios reducidos y que muchas veces no son a jornada completa. «Si con un salario de mil euros te ponen a media jornada, son 500 euros. Si encima te ponen a tiempo partido, no puedes compatibilizar el trabajo con otro para ganar un poco más», lamenta Luis, que explica que en general los trabajadores «son gente que con un alto nivel de cualificación no encuentra otro trabajo, pero que tiene que ganarse la vida».

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