De récord. Así es como debe calificarse la creación de empleo durante el segundo trimestre del año en curso. Fueron casi medio millón de personas las que encontraron trabajo en la pasada primavera, superando los tradicionales buenos registros de un trimestre en el que la ... economía española genera puestos de trabajo con el tirón de la Semana Santa y el inicio de la temporada estival.
Con todo lo que de positivo tienen los datos de la última EPA, conviene no caer en autocomplacencia alguna. Seguimos siendo, solo por detrás de Grecia, el país de la Unión Europea con una mayor incidencia del paro. De cada 100 personas incorporadas al mercado laboral español, hay 15 que hoy buscan pero no encuentran empleo; hace un decenio, ese número era de apenas la mitad, unas 8 de cada 100. La actual cifra de personas desempleadas, cercana a los 3,5 millones, también duplica a la que se registraba once años atrás, en el que fue el momento de mayor esplendor de nuestro mercado laboral. Además, nos encontramos todavía a una distancia muy considerable (un millón y medio de puestos) del máximo logrado justo antes de que la crisis cortara de cuajo un largo proceso de creación de empleo.
En ese sentido, no debemos perder de vista que tras la pujante creación de empleo que caracteriza al actual crecimiento económico en España, se encuentra un componente cíclico muy notable. Podemos decir, simplificando, que nuestra economía destruye mucho empleo en las crisis y, en un efecto rebote, crea muchos puestos de trabajo en la fase de recuperación posterior. O, en otras palabras, a nuestra economía, cuando crece, le resulta fácil crear trabajo a un ritmo elevado porque previamente acabó con muchos empleos. Un dato ilustrativo: de septiembre de 2008 a marzo de 2009 se perdieron en nuestro país nada menos que 1,2 millones de puestos de trabajo
La explicación a este fenómeno tan marcado y definitorio del caso español reside en el diseño del mercado laboral. Por un lado, tenemos un mercado rígido, que no encaja bien los golpes del ciclo económico. En concreto, no existen buenos mecanismos para que las empresas puedan ajustarse a las condiciones económicas mediante cambios en las horas trabajadas por persona empleada. Por ello, las empresas se acogen a otra alternativa de ajuste, el del tamaño de sus plantillas, contratando en fases de crecimiento y despidiendo en las de recesión. Este mecanismo sí funciona plenamente en España, y lo hace gracias a la otra característica peculiar: la dualidad de un mercado laboral en el que los contratos indefinidos gozan de una protección muy superior a la de los contratos temporales, que resultan fáciles de extinguir.
La reforma laboral no ha servido para alterar esa realidad. Antes de la crisis, el porcentaje de personas asalariadas con un contrato temporal era del 33%, lo que impulsó la reducción de plantillas como forma de ajuste ante el brutal impacto de la recesión mundial. Tanto fue así que, como consecuencia de la desaparición de este tipo de empleos, la tasa de temporalidad cayó al 21%. Sin embargo, con la recuperación económica asistimos de nuevo a un 'boom' de la temporalidad, que ya se mueve en valores cercanos al 27%.
Esta dinámica debe preocuparnos. Desde luego, que más de 460.000 personas hayan encontrado empleo constituye una buena noticia para los distintos frentes que tiene abiertos nuestra economía, desde la financiación de las pensiones hasta la estabilidad presupuestaria. Pero el carácter temporal de un porcentaje creciente de los empleos representa un peligro, pues aumenta nuestra exposición a los riesgos de un potencial frenazo de la actividad económica.
Hoy contamos con los vientos favorables del ciclo, pero no podemos confiar indefinidamente en ellos porque tarde o temprano dejarán de soplar. Hemos de prepararnos para ese momento, lo que exige reforzar las bases estructurales de nuestra economía y reformar nuestro mercado laboral. Convendría ponerse manos a la obra cuanto antes.
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