Mercedes Gallego
Nueva York (Estados Unidos)
Martes, 22 de mayo 2018, 19:39
En la era del #MeToo las empresas más machistas se apresuran a promover a las mujeres que han sabido ascender en un mundo de hombres para que su nueva visibilidad les ayude a contener el tsunami. En pocos sitios del mundo económico la testosterona vibra ... más que en el New York Stock Exchange, la Bolsa neoyorquina, cuya empresa propietaria presidirá a partir del viernes Stacey Cunningham.
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La primera presidenta de una organización en la que hasta hace poco las mujeres ni siquiera tenían un baño decente no forma parte del grupo de hermanas que ha estado pujando por la igualdad. Cunningham no comparte el resentimiento femenino y culpa al estrés de la agresividad que reina en el parqué, «donde se pueden decir cosas que no estarían bien en ningún otro sitio», explicó una vez al Financial Times, mientras le cocinaba un pargo a su entrevistadora. «En el calor del momento peleamos agresivamente pero al final del día nos vamos a tomar cervezas juntos».
Son las más duras entre los duros, esas con las que los hombres pueden seguir siendo hombres, las primeras en llegar a los puestos de poder en esta apertura forzada por el reclamo femenino. Cunningham entró de becaria para un verano en 1994 gracias a la influencia de su padre y durante dos décadas ha escalado peldaños, destacándose por modernizar el trading de las finanzas con inigualable visión de futuro. Como jefa de Operaciones desde hace tres años conoce del derecho y del revés la institución de 226 años que va a liderar, pero de no ser por los tiempos que corren es posible que esa última puerta se le hubiera resistido.
De hecho, la empresa ya nombró en 2002 a una copresidenta, Catherine Kinney, a la que despojó de poder real, que trasladó al consejero delegado. Tan mínimo era su papel que ni siquiera consiguió la demanda más básica: cuartos de baño. Las mujeres del parqué tenían que recorrer laberínticos corredores siguiendo varias señalas para llegar a los de las mujeres administrativas, a una distancia no apta para urgencias en un mundo donde se comercia a velocidad de milisegundos.
En la séptima planta el primero se instaló en una cabina de teléfono después de que Muriel Siebert se comprase en 1967 un asiento para comerciar en el parqué. Todavía seguía allí cuando Cunningham se tomó un par de años sabáticos en 2005 para hacerse un curso gastronómico y recargar baterías. Junto a esa chapuza, el baño de hombres era, en palabras suyas, «palaciego», parte de un club ejecutivo con sofás y aperitivos.
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Su vuelta a la arena financiera fue a través del Nasdaq, la compañía rival que le pisa los talones en trading y en igualdad. Desde enero del año pasado tiene al frente a una mujer, Adena Friedman, que también se ha dedicado a modernizar la organización. El nombramiento de Cunningham, que pone a dos mujeres al frente de los principales mercados financieros del mundo, fue recibido ayer con cauto optimismo por quienes intentan romper el techo de cristal en este mundo tan de hombres. «Este es un paso en la dirección correcta pero todavía tenemos mucho trabajo por hacer», observó Michelle Lindenberger, que encabezó la iniciativa de Mujeres en Finanzas de la Security Traders Association. «Es crítico que usemos este momento para impulsar la misión de que un día alcancemos la igualdad en los consejos de dirección».
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