El lunes las Bolsas amanecieron en verdadera situación de pánico. Ello sigue a dos semanas de fortísimos descensos en los índices de renta variable. Al temor a la desaceleración económica que pueda llegar a una recesión provocada por el coronavirus se ha sumado un nuevo ... ingrediente: el desplome del petróleo, el mayor desde la Guerra del Golfo de principios de los años noventa. La raíz de su hundimiento se encuentra también en la epidemia. Pero, en realidad, los motivos de su fuerte caída trascienden a esta cuestión.
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A finales de la semana pasada, Arabia Saudí no logró convencer a Rusia de un acuerdo sobre un recorte adicional de la producción de petróleo para hacer frente a una previsible caída de la demanda a cuenta del coronavirus y el golpe que está suponiendo la enfermedad para las previsiones de la economía global. Y este fin de semana, Arabia Saudí ha deslizado la posibilidad de incrementar su producción en diez millones de barriles al tiempo que ha anunciado descuentos inéditos de hasta el 20%. El mercado interpreta este movimiento saudí como un castigo a Rusia por no respaldar y hacer más ambicioso el acuerdo que desde el año 2016 ha logrado tener soportado al precio del petróleo.
Rusia últimamente se había inclinado por defender que cada productor de crudo bombeara los barriles que quisiera y que, de tomar medidas respecto a la producción por el coronavirus, que ello se hiciera una vez se viera de verdad su impacto en la economía y en la demanda de crudo. A ello, Daniel Lacalle, de Tressis, añade que Rusia entendería que no hay que recortar producción ante un evento puntual, ante el shock de corto plazo que sufre el principal demandante global de crudo, esto es, China.
También hay que introducir otra variable: Rusia podría estar considerando que la rebaja de producción y el sostenimiento de los precios del petróleo únicamente estaría favoreciendo a la producción estadounidense de shale oil. Ello, entre otros factores, ha hecho posible la autosuficiencia estadounidense en términos energéticos.
En todo caso, como expresa Joaquín Robles, de XTB, el acuerdo de la OPEP y sus socios de recorte de producción que data de 2016 y que se ha ido revalidando en los últimos años, estaría ya roto. Ello implica que a partir del 1 de abril cada país productor podrá bombear el crudo que quiera.
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La respuesta de Arabia Saudí ha sido tan gruesa como la que hemos visto y ha ocasionado descensos de más de un 30% en el crudo Brent y West Texas, hasta, precisamente, llegar su cotización a sus niveles más bajos desde 2016, en el entorno de los 30 dólares a uno y otro lado del Atlántico.
Lacalle considera que el movimiento saudí es comprensible: Arabia tiene los costes de producción más bajos y, además, necesita recuperar cuota de mercado. Una de las consecuencias que ha tenido el acuerdo de recorte de producción de la OPEP y sus aliados es que han perdido porción del pastel global del crudo a costa de la que han ganado los productores no adheridos al pacto.
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Norbert Rücker, de Julius Baer, explica que como ahora la economía necesita menos y no más petróleo, el aumento del bombeo de crudo tanto ruso como saudí conllevará dificultades para todos los actores del mercado petróleo. Y desgrana los efectos por subsectores petrolíferos. El negocio del fracking americano es el más sensible a los precios y probablemente reducirá producción, con lo que es posible que algunas empresas no sobrevivan. En cuanto a Rusia, sus ingresos por el crudo están a punto de caer, aunque el rublo flotante suaviza parte del dolor que pueda sufrir el Estado. Mientras que el fondo soberano saudí estaría listo para tapar los agujeros presupuestarios que pueda gestar la bajada del petróleo, aunque podría derretirse rápidamente. Mientras que Oriente Medio, añade Rücker, se dirige a «aguas geopolíticamente aún más duras».
La conexión con las Bolsas se produce, precisamente, por esta vertiente financiera. Joaquín Robles, de XTB, expone que a 30 dólares a muchos países no les es rentable producir. Y tampoco a muchas empresas. Tanto unos como otras han buscado financiación en los mercados financieros, por lo que el mercado estaría descontando potenciales problemas de solvencia tanto del lado soberano como, sobre todo, privado.
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Si bien aún existe la posibilidad de que el conjunto de países productores de petróleo puedan cambiar el curso de los acontecimientos retomando sus negociaciones, Rücker comenta que ello no parece de momento muy probable. Y, de hecho, en el mercado existe la sensación de que bajo el mando de Mohammed bin Salman, el reino saudí se ha convertido en un actor imprevisible y poco averso al riesgo.
La comunidad inversora también podría apostar por que una bajada en la producción en Estados Unidos, que necesita precios más altos para ser rentable, puede ayudar a mitigar la caída del barril. Aunque la potencial reducción del bombeo de crudo estadounidense puede que no llegue ni lo suficientemente rápido ni sea lo suficientemente profunda como para tener un impacto significativo. En este sentido, Daniel Lacalle advierte de que posibles quiebras en el mercado estadounidense de crudo no tienen que llevar necesariamente a una caída de producción: las quiebras implican que puede haber un tercero, bien un acreedor, bien una empresa más grande, que pueda hacerse cargo de la compañía cuya viabilidad colapsa.
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Por ello, el mercado no confía en que la caída de precios vaya a suspenderse rápidamente para el crudo. A los problemas subyacentes por el impacto del coronavirus, que puede provocar la primera caída de la demanda global de petróleo desde la crisis financiera de 2008, se suma una guerra de precios que supera lo meramente económico para alcanzar también una dimensión geopolítica. En todo caso, a juicio de Lacalle, el precio del petróleo siempre sobrerreacciona a los acontecimientos, tanto al alza como a la baja.
Hay una lectura favorable de todos estos acontecimientos: Lacalle considera que la caída de precios constituye un estímulo económico para los países importadores de mayor dimensión que el que conllevaría una bajada de los tipos de interés. Aunque de momento la comunidad inversora está poniendo el foco en el potencial impacto financiero que pudieran sufrir los países productores y las compañías más ineficientes y que podrían agravar la desaceleración o la recesión en ciernes.
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