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Salvador Arroyo
Bruselas
Viernes, 1 de noviembre 2019, 13:16
La primera mujer que fue ministra de Economía y Finanzas de Francia y la primera que asumió el control del Fondo Monetario Internacional (FMI) pilota ya una de las instituciones con mayor influencia del planeta, 3,500 empleados y reservas por valor de 526.000 ... millones de euros. El Banco Central Europeo (BCE), corazón del euro y gestor de la política monetaria de la UE, está ya bajo el control de Christine Lagarde, 63 años, con formación en Derecho, pero no económica.
Su perfil es menos tecnócrata y más político que el de su predecesor, el ya casi mítico Mario Draghi. Lo que puede ser a la vez bueno -esta acostumbrada a tratar con jefes de Estado y de Gobierno y tiene un talante conciliador- y malo -se puede llegar a cuestionar la independencia de la entidad-. Draghi, con el que irremediablemente va a ser comparada, la dedicó un «está preparada mejor que nadie para ocupar el cargo» tras presidir su último Consejo de Gobierno del BCE el pasado 24 de octubre.
Una carta de recomendación inmejorable para esta francesa que tendrá que 'soldar' la división (o al menos hacerla menos visible) en la cúpula de la institución entre los banqueros de la austeridad presupuestaria (liderados por Jens Weidmann, presidente del Bundesbank) y los más expansionistas (en el sur). Ahí tendrá que jugar la baza de pacificadora.
Lagarde llega, además, al despacho noble del imponente edificio de Fráncfort, sin artillería. La últimas medidas acomodaticias lanzadas por su antecesor -reapertura del programa de compra de deuda pública, interés de referencia cero y ajustes a la baja en otros tipos- se han revelado insuficientes para conseguir que la inflación se acerque al 2% (las proyecciones hasta 2021 no la elevan por encima del 1,4%) y espolear una economía en marcha corta. En realidad, estancada.
Y con una nueva recesión al acecho porque persisten las incertidumbres de las guerras comerciales y el 'brexit', entre otros factores. Para neutralizarla Lagarde ha defendido, de entrada, que los estímulos en política monetaria van a estar justificados «durante un período prolongado». Así que, en ese sentido, no habrá volantazo. Transición tranquila. Pero también remarca que hay que hacer más. La política monetaria parece que ya no es solo una cuestión de inflación y tipos de interés.
Y ahí es donde entrará en juego su habilidad para convencer a los líderes. Aunque sea cargando presión. En estos últimos meses, Draghi no ha señalado directamente al pedir un mayor esfuerzo fiscal a los Estados. Ya saben, que los que tienen superávit gasten más y los que no, contengan su deuda pública.
Pero ella sí lo ha venido haciendo en distintos foros. Con fina diplomacia. Hasta ahora. Apenas dos días antes de coger el timón del BCE, en una entrevista en la cadena RTL, subió un punto la exigencia y criticó a Alemania (y también a Holanda) por no haber hecho «los esfuerzos necesarios» para crecer con más robustez mientras que los bancos centrales, añadió, «si han hecho su trabajo».
El motor germano no carbura a buen ritmo, y toda la eurozona se resiente. Alemania tiene una deuda pública del 60%, ingresa más de lo que gasta y acumula cinco años consecutivos con superávit. Tiene margen para hacer más; «para invertir en infraestructuras, educación o innovación», recomienda Lagarde. Holanda ya ha programado un presupuesto más expansivo, pero Berlín no termina de mover ficha. Y en el flanco sur la deuda pública en relación al PIB (Producto Interior Bruto) supera la media europea del 80%: Grecia, (181,1%); Italia (132,2%), Portugal (121,5%), Francia (98,4%) o España (97,1%), son algunos ejemplos.
Y todo mientras la economía arroja unos raquíticos datos de crecimiento. El servicio estadístico de la UE (Eurostat) reveló esta semana un 0,2% al alza en el tercer trimestre de 2019; lo mismo que en el anterior. Y los precios continúan en caída libre (0,7% de inflación en octubre). «El crecimiento es precario, muy frágil», evidencia Lagarde, que se confiesa especialmente preocupada por el «desmoronamiento de la confianza». Es el resultado de los «nubarrones» de los que ya alertó en mayo del pasado año, cuando aún dirigía el FMI y Donald Trump y China comenzaban a enfangar su relación comercial. Esos nubarrones ya se han echado encima. Aunque como le dijo a Draghi en su despedida el pasado lunes, citando el tema 'Himno' de Leonard Cohen: «Hay una grieta en todo. Así es como entra la luz».
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