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salvador arroyo
Bruselas
Domingo, 27 de octubre 2019, 00:47
El 'quiero y no puedo' ha marcado la etapa final de Mario Draghi en el Banco Central Europeo (BCE). El piloto de la política monetaria expansiva, el salvador del euro, el mito de las finanzas, se ha encontrado sin pretenderlo con unos mercados que leen ... los estímulos casi como normalizados, con reacciones cada vez menos eufóricas, y que no logran el efecto deseado: que el nivel de inflación -el índice que al final guía las decisiones de la institución- levante cabeza hacia ese 2% que se considera óptimo (hoy las previsiones se mueven en el 1,2% para este año y el 1,4% para 2020 y 2021).
Ese 'quiero y no puedo', esa aparente sensación de impotencia, ha dejado poso. Se cuestiona la eficacia del BCE para responder por sí solo a la actual amenaza deflacionaria, se retrasa el horizonte de la primera subida de los tipos de interés (cero y en negativo los últimos ocho años) y deja abierta una grieta en su cúpula, una división entre palomas y halcones, aireada por Alemania, Holanda, Austria o Francia, que hace un mes ya se saldó con una baja en el ala dura, la de la alemana Sabine Lautenschläger.
Cambio de rumbo
Intenciones
Quizás haya agotado sus 'superpoderes', pero el banquero nacido en Roma hace 72 años, a quien se llegó a apodar 'Super Mario' (como el protagonista del popular juego de las consolas), ha marcado un hito histórico en el emisor de la eurozona conjugando «equilibrio, competencia y autoridad», como destacaba recientemente su compatriota David Sassoli, presidente del Parlamento Europeo. Sus palabras, sus silencios, incluso sus corbatas, todo ha generado en torno a su figura un halo casi de misticismo que nadie imaginaba en noviembre de 2011, cuando sustituyó a un gris Jean-Claude Trichet en el principal despacho del BCE. Fue llegar a Frankfurt y recortar un 0,25% el tipo de interés principal, que su predecesor había subido apenas unos meses antes. Y ahí comenzó todo. Ahí comenzó la mutación.
Para sorpresa incluso de una Alemania que le había aupado al cargo no siendo favorito. Su candidato, Axel Weber, renunció como jefe del Bundesbank, el banco central de ese país a principios de 2011 y le despejó el camino. Un «¡Mamma mia!», con el que el periódico germano de mayor tirada, el Bild Zeitung, alertaba de la (entonces) posible nominación del romano fue el mejor ejemplo del ambiente que tenía que superar.
En ese momento el contexto era este: descontrol presupuestario en los países del sur (el suyo, Italia, con un 120% de deuda pública), un desempleo elevado y una inflación que nadie parecía poder controlar. Pero Draghi tenía un discurso con guiños a Berlín. Alemania «es un ejemplo que todos deberíamos seguir» en política económica, dijo. Hasta Angela Merkel terminó viéndole como un tipo riguroso, una especie de halcón. Además, había navegado con éxito en el sector privado, no casándose con nadie. Fue director general de Goldman Sachs International. «Está en línea con nuestras ideas sobre la estabilidad y la solidez económica», llegó a sentenciar Merkel.
Draghi abandonó definitivamente el rigor de ese guión el 26 de julio de 2012. Dijo aquello de «el BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente». Un par de frases con efecto explosivo para los especuladores, que comenzaron a espolear la recuperación en plena crisis de deuda soberana y cuando la onda expansiva de la depresión griega aún era fuerte. En septiembre anunció un programa de compras ilimitadas de deuda. Y fluyó la magia.
Para entonces el Bundesbank ya estaba revuelto. Su presidente, Jens Weidmann, llegó a tildar de «problemática» y «perjudicial» la maniobra del presidente. Pero Angela Merkel -a regañadientes- terminó avalándola. Porque había tenido un efecto balsámico en unos mercados que lo agradecían.
Cuando Draghi anunció que sacaría la artillería, el tipo de interés había desescalado hasta el 0,75%. Y continuaría en descenso (nueve peldaños en total) hasta 2016 cuando lo dejó en cero. Y así hasta hoy. El primer banquero en la historia del BCE que, muy a su pesar, no ha podido mover ese interruptor hacia arriba. Y las perspectivas apuntan a que su sucesora, la francesa Christine Lagarde, no podrá hacerlo antes de 2022.
El plan de compra de activos se puso en marcha en 2015 (60.000 millones de euros al mes). Se mantuvo así hasta enero de 2018, cuando bajó a los 30.000. En total, en el periodo 2015-2018, 2,5 billones de euros (el 80% deuda pública) que desde Alemania (siempre Alemania), varios economistas llegaron a denunciar incluso ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE). Entendían que ese movimiento excedía las competencias del BCE. Pero la Corte de Luxemburgo dio la razón al italiano. Había salvado al euro. Y lo había hecho bien.
Draghi, que en 2018 percibió un sueldo de 401.400 euros del BCE, lanzó su última andanada de estímulos hace apenas un mes. Anunció la reapertura de ese programa de compra de bonos, a razón de 20.000 millones de euros mensuales desde el 1 de noviembre. Y ajustó al -0,50% el interés de facilidad de depósito a los bancos por primera vez desde 2016. Un golpe directo, este último, al margen de beneficios de un sector en reconversión para el que (a modo de colchón) se comprometieron también ayudas.
Un paquete de recetas (sobre todo la primera) que fue muy cuestionado por el sector duro del Comité Ejecutivo del banco. Hasta el punto de ser uno de los asuntos centrales de la última comparecencia del italiano, el pasado jueves. La cuestión es que esos últimos golpes de Draghi, los últimos del BCE, responden a una acción en solitario que ya no es suficiente.
El italiano viene clamando (hasta la fecha, en el desierto) que ha llegado el momento de que la política monetaria se complemente «con reformas estructurales y el mayor esfuerzo fiscal» de los Estados con margen para maniobrar; y que Europa tiene que avanzar ya hacia una verdadera Unión Económica y Monetaria para blindar el euro. Los 'superpoderes' ya no dan más de sí ante la llegada de su sustituta, Christine Lagarde.
La sucesora de Draghi, Christine Lagarde, se ha alineado claramente con la estrategia de su precedesor. De aptitudes reconocidas y con un perfil conciliador, tendrá que lidiar con las divisiones en el seno del BCE y convencer a Alemania de que tiene que abrir la cartera, «por su bien y por el de la eurozona», para gastar más dinero y cimentar el crecimiento.
A favor de la francesa, que Estados Unidos y China hayan dado pasos para atenuar las tensiones comerciales y que el 'brexit' duro se intuya poco probable después de que Boris Johnson haya tenido que ceder a Westminster y ajustar el calendario para hacerlo viable. Dos de los males que Draghi ha señalado sistemáticamente como agravantes de la actual desaceleración económica.
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