Nadal abraza la Copa de los Mosqueteros. Anne-Christine Poujoulat (Afp)
Análisis

Creer en Nadal

Sobre el tenista se cierne siempre la sombra de la sospecha sobre cuándo caerá en Roland Garros, pero quince años después sigue borrando malos augurios

ENRIC GARDINER

MADRID

Domingo, 11 de octubre 2020, 18:48

Suena extraño decirlo, pero hay mucha gente que duda de Rafa Nadal cuando llega a Roland Garros. Primero fue que sus rodillas no aguantarían el paso de los años y que se convertirían en una frágil debilidad con la que los rivales le pasarían ... por encima cuando muriese la flor de su juventud. Luego llegó Robin Soderling y en 2009 redujo a figura mortal la de un Nadal tocado en aquella edición. Después fue la aparición en el circuito de jugadores como Novak Djokovic o Dominic Thiem, destinados a superarle, la que le apartó del favoritismo.

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También se dijo que tras caer en 2015 con el serbio no ganaría más. Que igualar los 20 Grandes de Roger Federer era una temeridad porque el suizo es mucho más polivalente y porque su juego le haría mucho más longevo.

Que estaba «acabado». Que no tenía ritmo tras la pandemia, que las pelotas eran más pesadas y no favorecían su juego. Que la lluvia caída a primera hora en París y que obligaba a cerrar el techo de la Philippe Chatrier jugaba totalmente en su contra. Que llevaba sin vencer a Djokovic en una final de Grand Slam desde hace seis años. Que el serbio le tenía comida la moral y que a menos de 15 grados como marcaba el termómetro parisino, nunca se alzaría como antaño.

Infranqueable

Nadal se encargó de demostrar en otro domingo de Roland Garros que puede ganar en verano o en otoño, en junio o en octubre y que sea el que sea el que esté enfrente, cuando suena la Marsellesa y las grandes raquetas se arremolinan alrededor de la Torre Eiffel, solo puede quedar uno.

Ese que se planta de rodillas cuando solapa a Djokovic con el saque directo que sella el partido y que llora con el himno nacional mientras abraza la Copa de los Mosqueteros. Esa que algún día llevará su nombre. O la pista. O el propio torneo. Porque la estatua que la Federación Francesa construyó en los aledaños de la pista central se queda corta para relatar lo que el español ha supuesto para el Grand Slam que se esconde entre el follaje del Bosque de Bolonia.

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La imagen del torneo, en algún momento, será la de Nadal levantando el trofeo, porque nadie ha hecho tanto por y en el torneo parisino como el chico que hace 17 años soñaba con ganar Wimbledon y que ya acumula trece entorchados en la tierra batida francesa. Se dice Roland Garros, se pronuncia Rafael Nadal.

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