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Enric Gardiner
Sábado, 1 de febrero 2020, 09:56
Que después de tantos años del dominio del 'Big Four' exista una posible guerra de secesión en el tenis es una gran noticia. En los diez últimos años, solo Stan Wawrinka (2014) y Marin Cilic (2018) se han colado en el dominio australiano de los ... cuatro mejores tenistas del Siglo XXI.
Con tres de ellos fuera de combate, aterriza Dominic Thiem en su primera final lejos de la arcilla de Roland Garros. Es el tercero en amenazar el dominio de los Djokovic, Nadal, Federer y Murray en Melbourne y, quizás, el segundo en conseguir batirlo.
«Se merece estar ahí. Es uno de los mejores del mundo«, explicó Djokovic cuando fue cuestionado por el austríaco, tercer tenista nacido en los 90 en alcanzar una final de Grand Slam (Milos Raonic y Daniil Medvedev).
Thiem no es amenaza baladí. Ha vencido cuatro veces a Djokovic, incluyendo los dos últimos enfrentamientos, en Roland Garros y Londres 2019, aunque ahora tendrá que hacerle frente en su coto privado.
El austríaco vivirá una presión aún mayor a cuando perdió el pasado mes de noviembre en las Finales ATP. Thiem adolece de un gran título y a sus 26 años su efecto de cambio en el circuito ha perdido efervescencia. Llegó como un relevo de Nadal en la arcilla, pero se ha consumido ante el renacimiento de los grandes. Con un solo Masters 1.000 en su bolsillo, Thiem amaga con quedar para el recuerdo como uno de esos grandes jugadores sin un título estrella, como David Ferrer o Thomas Berdych.
La oportunidad de deshacerse de esa vitola la tendrá ante el jugador más en forma del mundo y en su pista favorita. Hasta en siete ocasiones ha triunfado Djokovic en la Rod Laver Arena de Melbourne, tantas como finales ha disputado. Su dominio bajo el calor australiano es total.
Este año solo se ha dejado un set por el camino, como en 2011 y 2019, y sus tentáculos aprietan un octavo título que le dejaría a tres entorchados de distancia de Federer y a dos de Nadal. «La perfección no existe. Buscas acercarte, pero no existe», asegura.
Sin embargo, Djokovic ha desarrollado en su carrera la cualidad de aumentar su tenis a niveles estratosféricos cuando el escenario lo requiere. Lo hizo el año pasado en la final contra Nadal, uno de los mejores partidos de los 1082 que ha disputado en su carrera. Dejó al balear en nueve juegos ganados, pese a que llegaba sin haber cedido un set en todo el torneo.
Su capacidad de oler la mezcla de sangre y metal que generan las finales y los trofeos es un plus que no tendrá Thiem, quien solo ha disputado dos partidos de este calibre y ambos muy desnivelados a favor de Nadal.
Es un melón, el del relevo, que estuvo cerca de romper Medvedev en el pasado Abierto de los Estados Unidos y que ahora, apenas unos meses después, pasa rebotando a las manos de Thiem, llamado desde hace años a abrirlo. Se inserta la duda de qué ocurrirá este domingo. El relevo o la historia.
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