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Enric Gardiner
Lunes, 14 de septiembre 2020, 07:05
Bromeaba Dominic Thiem al acabar la titánica semifinal contra Daniil Medvedev. «Si pierdo otra vez, tendré que llamar a Andy Murray y preguntarle qué hacer cuando vas 0-4 en finales de Grand Slam». Sonaba a mofa, pero durante muchos minutos, el austríaco tuvo marcado ... el número de Murray, esperando solo a que Zverev alzase los brazos para realizar la llamada.
Thiem, el eterno aspirante, al fin rompió el techo del Grand Slam. Le costó horrores, sudó ríos y estuvo cerca de la capitulación, pero renació a tiempo para aplacar a Alexander Zverev (2-6, 4-6, 6-4, 6-3 y 7-6 (6)) en 4 horas y 5 minutos.
Durante buena parte de la noche neoyorquina, los fantasmas del pasado acecharon al austríaco, que entrado ya en las 27 primaveras aún fantaseaba con un gran título en su casillero. Había caído en dos finales de Roland Garros contra Rafael Nadal. Algo predecible. Cedió ante Novak Djokovic en Australia. Plausible también. Y se le escapó la corona de Maestro en Londres ante Stefanos Tsitipas. Un desastre.
Comenzaba a sobrevolar en la cabeza de Thiem que quizás fuese a ser el maldito del tenis y que, como otros antes, nunca acariciaría el sabor de un Grande. Ese pensamiento se ampliaba y ampliaba según Zverev le barría en la Arthur Ashe. Dos sets se esfumaron ante sus narices sin casi inmutarse.
Thiem, quien por primera vez en una final de Grand Slam era favorito, sentía en sus hombros el peso de la responsabilidad y este le hundía en su propio mar de dudas.
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Zverev estaba a un nivel excelso, a años luz del paupérrimo tenis que exhibió en semifinales, pero es que Thiem además estaba horrible. Lento, casi dolido, corto de piernas y sin confianza. Sobrepasado, mientras que la derecha de Zverev se retorcía en potencia, su revés seguía siendo un guante y su servicio carecía de sus cada vez más típicas dobles faltas.
Con dos sets abajo, se abría una montaña enorme para el pupilo de Nicolás Massú, que solo en dos ocasiones en su carrera había levantado tal desventaja. Obviamente nunca en una final de estas características. Al lado contrario, el contraste, Zverev, en 27 ocasiones, nunca había cedido tal renta, pero el peso de la copa plateada hizo su juego.
Thiem comenzó a despertar lentamente y Zverev a contraer el brazo. Aunque el alemán agarró el 'break' en el tercero, no tardó en perderlo y acabar entregando tanto el tercer como el cuarto parcial. Los nervios entraban en escena y ninguno era capaz de domarlos. A Thiem le faltaba valentía y sus restos, pegado a la pared del fondo, no hacían daño, al tiempo que Zverev necesitaba constancia para poder dar el golpe definitivo a un rival más fatigado.
Con más garra y pasión, fue el alemán el que tuvo la iniciativa para irse adelante. Se puso 5-3 y saque y se enganchó. No pudo cerrar al saque y el DJ de la pista se burló de él. Hizo sonar en la megafonía la canción 'Under Pressure' (Bajo presión), de Queen. Un presagio del hundimiento del alemán, que perdería tres juegos seguidos y se vio al borde de perder.
El que sacaba ahora, con 6-5, era el austríaco, y también se enredó. Thiem, visiblemente acalambrado, no pudo sentenciar al saque y mandó la final al primer tie break final en la Era Abierta. Nunca antes una final de Nueva York se había decidido de esta manera y pocas veces lo hará cargada de tanto drama.
Sin casi poder moverse, Thiem necesitó de tres bolas de campeonato para inclinar a Zverev, pálido cuando su último revés se marchó al pasillo. Con él se esfumaron sus esperanzas y emergieron las de un Thiem que a sus 27 años al fin consigue su gran título. Ya no tendrá que llamar a Murray. Ya no está maldito.
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