ENRIC GARDINER
MADRID
Martes, 26 de marzo 2019, 11:51
El tenis es un deporte que guarda mucha semejanza con la arquitectura y la construcción. Están aquellos jugadores que tiran de pluma, escuadra y cartabón para cimentar su juego. Los que miden al milímetro el golpe cortado, que pisan las líneas como ... medida desestabilizadora y que adornan su juego con florituras que embellecen el deporte. Luego están los obreros, los que se encargan de aguantar en la pista lo que les echen. Trabajadores, incansables y sufridos. Que el último aliento sirva para pasar la pelota por encima de la red. Su faceta se puede ampliar a mil ámbitos; no suena igual un punteo de guitarra que aporrear la batería, igual que es necesario que existan tanto finos pintores como aquellos de brocha gorda.
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Tras 19 años de carrera, cuesta situar a David Ferrer en uno de los lados de la balanza, aunque si por algo se ha caracterizado el alicantino es por nunca dar un punto por perdido y por resistir lo que sea. En definitiva, el de Jávea siempre ha sido un trabajador del tenis.
Esta semana en Miami, su última sobre pista dura, ha significado el baile final sobre una superficie que le vio ganar su único Masters 1.000 (París 2012) y en la que siempre se ha defendido bien pese a su juego más adaptable a la arcilla.
Después de sorprender al tenis ganando a Alexander Zverev en segunda ronda y habiendo dejado en el camino en su debut al sacador estadounidense Sam Querrey, Ferrer encontró su tope en otro cañonero, el joven Frances Tiafoe.
No sin antes darle guerra, eso sí. La derrota en tres mangas (5-7, 6-3 y 6-3) demuestra que, a sus 36 años -a un paso de los 37- y descendido hasta el número 155 del mundo, Ferrer se va porque quiere.
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No le faltan ganas. Lo exhibió cada vez que tras una mala devolución o un golpe defectuoso se animaba a sí mismo, cuando gritaba de enfado o cuando se le escapaba una sonrisilla al pasar a Tiafoe en la red.
Era más de medianoche en España, había caído ya el sol y la pista de Miami estaba semivacía. El plato fuerte del día, Roger Federer, había acabado horas antes.
Ferrer vivía ajeno a eso. Se concentraba en celebrar con ahínco los puntos o el disputado primer set. Tiafoe se sentaba en su banco con cara de «¿Pero en serio se va a retirar?» y, aunque el estadounidense acabó remontando, el homenaje que recibió 'Ferru' sobre la pista, tras 17 participaciones en el torneo y una final en 2013, le dejó como ganador de la velada.
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«Quiero irme jugando bien y lo conseguí, sí que estoy muy feliz», explicó minutos después a la ATP. «Para mí es un regalo, quería que la gente se quedara con un buen recuerdo de David Ferrer jugando un buen tenis», apostilló.
A Ferrer le quedan aún dos paradas antes de dar por terminada esta aventura. El español disputará el Conde de Godó en Barcelona y se despedirá en el Masters 1.000 de Madrid. Dos torneos para ver en escena y sobre arcilla a uno de lo mayores trabajadores de la historia de este deporte.
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