Una pareja se hace un selfie con mascarilla ante la sede del comité olímpico de Japón, en Tokio. EFE

Stop olímpico

Tokio 2021 ·

Diez años después de la muerte de José Antonio Samaranch, el COI se asoma al momento de mayor incertidumbre de su historia por la crisis del coronavirus

José Antonio Samaranch fue presidente del Comité Olímpico Internacional entre 1980 y 2001. Cuando se cumplen diez años de su muerte, su hijo José Antonio, que sigue sus pasos en el COI, donde es vicepresidente primero y quién sabe si un futuro sucesor de ... Thomas Bach, tiene muy claro cuál fue el gran legado de su padre. «Lo más importante que hizo fue dejar un movimiento olímpico unido, consolidado, adaptado a una sociedad moderna y con unos valores que podían servir de inspiración a los jóvenes de todo el mundo», explica, de corrido, con el automatismo enérgico de quien ha repetido un discurso muchas veces pero sigue haciéndolo con gusto.

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Hablando de inspiración, muchos antiguos miembros del COI repartidos por el mundo se han acordado durante los últimos meses de Samaranch, el hombre que marcó un antes y un después en el movimiento olímpico desde que el 16 de julio de 1980, asomado a un balconcillo de mármol blanco frente a la escalera principal de la Casa de los Sindicatos de Moscú, el irlandés Lord Killanin anunció que sería su sustituto. Y es que la capacidad de este empresario barcelonés forjado en las entretelas del franquismo para sortear escollos diplomáticos, aunar voluntades contrapuestas y cerrar con éxito negociaciones que parecían imposibles se hizo legendaria. Tanto que un periodista de 'The New York Times' no dudó en retratarlo con una sentencia inolvidable: «Samaranch sabe más que la CIA y el KGB juntos».

Esa sabiduría se ha hecho más necesaria que nunca en el COI, que vive una situación de incertidumbre sin precedentes tras el aplazamiento a 2021 de los Juegos de Tokio por la pandemia del coronavirus. El 'stop olímpico' ha provocado el vértigo de lo desconocido. Alejandro Blanco, presidente del Comité Olímpico Español (COE), reconoce las dificultades, pero las acepta con esa forma de deportividad que es la resignación ante las cosas que no tienen remedio. De hecho, él fue uno de los dirigentes que antes solicitó el aplazamiento de Tokio 2020 viendo cómo se estaba extendiendo la pandemia. «Lo que en un principio fue un país, luego fueron dos o tres, más tarde ocho, España entre ellos, y ahora 210. Era evidente que no se iba a poder garantizar la salud de los atletas y que, en el mejor de los escenarios, no todos iban a poder competir en las mismas condiciones. Por no hablar de lo que podría haber supuesto a nivel sanitario la llegada de dos millones de personas a Japón, que era lo que estaba previsto».

Una decisión difícil

La decisión del aplazamiento ha sido la más compleja que ha tenido que adoptar el COI en toda su historia, por encima de otras que han tenido que ver con boicots de países, escándalos de corrupción en las elecciones de las sedes (el famoso caso de Salt Lake City, por ejemplo) o graves polémicas a cuenta del dopaje, a las que Jacques Rogge, el sucesor de Juan Antonio Samaranch, tuvo que enfrentarse en los primeros Juegos que presidió, los de Atenas 2004. La complejidad, por supuesto, tenía que ver con el enorme perjuicio a los 11.000 participantes previstos en Tokio y con un impacto económico que no es fácil de cuantificar con rigor. Ahora bien, podemos hacernos una idea aproximada teniendo en cuenta algunas cifras que sí han trascendido. Los 18.400 millones de euros (tres veces más de lo previsto en un principio) que costarán los Juegos según la agencia auditora de Japón. Los 6.500 millones de los derechos de retransmisión. Los mil millones de ingresos en entradas. Los 3.000 millones sólo en patrocinios japoneses...

Juan Antonio Samaranch saluda durante un acto en su honor en Barcelona en 2002, tras su retirada activa del COI. AP

Las dificultades han sido máximas para el COI y el Gobierno de Japón, sin duda, pero ambos han contado también con una ventaja indeseable que se fue imponiendo a medida que pasaban los días y la pandemia de extendía dejando imágenes perturbadoras incluso en el país organizador. Pensemos en las fotografías de los ciudadanos de Tokio posando con mascarillas frente a los grandes relojes que marcaban la cuenta atrás para los Juegos. Y es que el aplazamiento se hizo inevitable, una causa absoluta de fuerza de mayor.

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Frente a la opinión de algunos críticos, que acusaron al COI de retrasar el aplazamiento sin razón deportiva alguna, simplemente intentando preservar hasta el último minuto sus intereses económicos, José Antonio Samaranch hijo es tajante. «Hemos actuado con responsabilidad y serenidad. Junto a nuestros socios de Tokio hemos tenido que tomar muchas decisiones complicadas y lo hemos hecho acompasándolas a la información que nos daban los expertos de la OMS. Y estoy convencido de que hemos tomado la decisión más sabia, conservadora y sensata», dice.

El mayor evento

Alejandro Blanco remacha el mismo clavo. «Se ha actuado con mesura. La gente no se puede imaginar la cantidad de cosas que hay que estudiar y valorar en una situación así. Los Juegos son con diferencia el mayor evento que se organiza en el mundo», enfatiza, antes de expresar su optimismo de cara al futuro. «Nos queda un año para hacer unos grandes Juegos. Hay tiempo para todo. Tranquilidad».

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La tranquilidad del presidente del COE es, sin embargo, un objeto de lujo en estos momentos. Nadie duda de la solidez de portaaviones que ha adquirido el movimiento olímpico desde que José Antonio Samaranch le puso en el carril de la modernidad.

Encendido de la antorcha olímpica. AFP

Jesús García Bragado ha sido un testigo privilegiado de esa evolución. El marchador madrileño, que si le respetan las lesiones se convertirá el próximo año en el primer atleta en participar en ocho Juegos, debutó en Barcelona 92. Entonces, el olimpismo se reducía básicamente a Europa, la Unión Soviética, Norteamérica y Australia. Ahora es algo universal. «Los Juegos han cambiado como el mundo. Se han globalizado y han adquirido una dimensión económica enorme», dice.

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El móvil de Río

Para explicar esto último, pone un pequeño ejemplo personal, anecdótico pero ilustrativo. «Cuando llegamos a Río, Samsung nos regaló a todos los participantes un móvil de 600 euros. Y éramos más de 11.000», recuerda. García Bragado no quiere parecer agorero, pero no duda en advertir del enorme riesgo que afronta el COI ante la posibilidad de que Tokio 2021 tampoco pueda celebrarse porque la pandemia todavía afecte a muchos países o se haya producido un nuevo brote. «Sería un golpe enorme para el Comité Olímpico por las indemnizaciones».

José Antonio Samaranch junior no quiere pensar en ese escenario funesto. Al menos, por ahora. «No somos epidemiólogos. Ese temor existe. No tenemos certezas. Esto que estamos viviendo es un accidente gravísimo para todo nuestras sociedades y el movimiento olímpico, como parte de ellas, está llevando su peso. Pero sólo nos queda mirar hacia delante y trabajar duro. Yo soy optimista respecto al futuro. Creo que en 2021 Tokio vivirá unos Juegos grandísimos, que en 2022 los Juegos de invierno de Beijing serán un gran éxito, los mismos que los de Paris, Milan-Cortina D'Ampezzo y Los Ángeles. Estoy convencido de que vamos a salir más fuertes de esta crisis».

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«Cuesta mucho cambiar de planes y resetearte», dice Maialen Chorraut

Tras cumplir a rajatabla durante tres años y medio un estricto calendario de entrenamientos, los meses de primavera iban a ser su último escalón para llegar en perfecto estado de forma a Tokio. La crisis del coronavirus, sin embargo, no es que haya roto sus planes sino que los ha hecho prisioneros dentro de un paréntesis inaudito e implacable. Es lo que sienten los deportistas olímpicos en estos días de confinamiento o de vuelta a su trabajo, como es el caso de Saúl Craviotto, que cuando se declaró el estado de alarma decidió reincorporarse a su puesto en la Policía Nacional y ya patrulla en las calles de Gijón.

El encierro es duro, pero también puede ser productivo. Jesús García Bragado ha optado por valorar su parte buena: la posibilidad de recuperarse de las dolencias que arrastraba desde el Mundial de Doha, donde compitió con 50 años ante rivales que podían ser sus hijos. «Al final, creo que me va a venir bien porque estaba bastante tocado», reconoce el veterano marchador madrileño, que dice estar «encantado» con la cinta de correr que le ha proporcionado la Federación Española de Atletismo para que pueda ejercitarse en su domicilio. «Me está viniendo muy bien en la recuperación. Hago cuarenta minutos por la mañana y una hora por la tarde, a ritmos poco exigentes salvo al final», informa.

Maialen Chorraut también intenta poner al mal tiempo buena cara. Ahora bien, es sincera y reconoce que el aplazamiento fue muy duro para ella después de tanto tiempo trabajando en función de dos días concretos de julio de 2020, el 26 y el 28, cuando tenía la ilusión de revalidar su medalla de oro de Río. «Cuesta mucho cambiar todos los planes, resetearte. Y más si luego te encuentras con que tienes que parar y meterte en casa», comenta la piragüista guipuzcoana.

Chorraut pasa el confinamiento con su familia en su casa de la Seo de Urgell, donde vive desde hace años al lado del único canal de aguas bravas de España. Su entrenamiento ahora se reduce a trabajar en un modesto gimnasio que su marido y entrenador Xabi Etxaniz ha montado en el garaje. «Lo que menos me ha gustado siempre es el entrenamiento en seco y ahora es lo único que puedo hacer», dice, sin ocultar la melancolía que le produce la visión del agua. «El 14 de marzo fue el último día que me metí. Nunca había estado tanto tiempo fuera del agua. Yo era de las que seguía cogiendo la piragua cuando volvía de los campeonatos. Lo que dejaba de hacer en vacaciones era, precisamente, el trabajo físico que es lo único que puedo hacer ahora. Pero bueno, no tiene sentido quejarse y menos nosotros que somos unos privilegiados».

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