david sánchez de castro
Jueves, 12 de marzo 2020
La NBA y la Euoliga de baloncesto, la Champions League, la Liga española y la Serie A de fútbol, la ATP de tenis, las primeras carreras de MotoGP, decenas de torneos preolímpicos, campeonatos de Europa y Mundiales… La pandemia de coronavirus ha paralizado el deporte ... mundial. Habrá un antes y un después de este 2020 no sólo para las competiciones, sino para la sociedad mundial en todos sus ámbitos.
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La Fórmula 1, sin embargo, permanecía ajena hasta que les estalló el globo en la cara. Como organización, lo visto este jueves fue un absoluto despropósito, especialmente tras el positivo confirmado en el equipo McLaren que les obligó a retirarse del GP, dejando al resto de equipos con la duda, a la competición con un papelón importante y a la FIA intentando reaccionar como juez. Se abrieron así dos vías: los equipos querían cancelar; los organizadores, seguir. Una decisión que no se tomó hasta entrada la madrugada cuando los organizadores de la carrera, la Federación Internacional del Automóvil (FIA) y el promotor de la F1 anunciaron su suspensión en un comunicado.
Desde el primer momento se alzó un grito unánime entre los competidores, que reclamaron cancelar el Gran Premio de Australia. «Nosotros no podemos hablar por el resto de equipos», señalaban desde la escuadra de Woking que, con un profundo sentido de la responsabilidad y pensando en el bien de todos los miembros, decidieron hacer las maletas, poner en cuarentena al infectado y tratar de minimizar los riesgos. Las demás escuderías, pendientes, empezaron a tomarse en serio la situación y lo que en un principio eran dudas, se convirtieron en certezas. Las risas y nervios previos a la disputa del primer gran premio del año se convirtieron en caras largas, miradas de soslayo y un ir y venir de mensajes.
Más debate hubo en la otra reunión paralela, entre la FIA y la F1. Periodistas, ingenieros, pilotos, fans… El positivo en McLaren les golpeó en la cara, aunque los otros siete negativos supusieron un argumento a favor de la continuidad del gran premio. Unos decían que con el virus ya en el paddock era insostenible seguir. Otros, que ya que habían viajado y que el perjuicio económico y de imagen iba a ser mucho peor ya que, al fin y al cabo, sin McLaren en la parrilla y con los demás sospechosos en cuarentena, habían demostrado su supuesta eficacia. No obstante, en todo el mundo se sostenía la misma idea: la solución más lógica era, sencillamente, suspender la carrera o aplazarla para final de año, pero en ningún caso mantenerla.
Horas antes de que el miembro de McLaren infectado se convirtiese en la espita para que la Fórmula 1 actuara, Lewis Hamilton, ni más ni menos, ejerció de portavoz de todos los que, como se demostró después, tenían razones para sospechar de la pasividad de la organización.
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«Estoy realmente muy, muy sorprendido de que estemos aquí», admitía el hexacampeón, serio y casi amenazante. «Es genial que tengamos carreras, pero para mí es sorprendente que todos estemos sentados en esta sala y que haya tantos aficionados aquí ya hoy», apuntó, en una abarrotada sala de prensa en el circuito de Albert Park, en Melbourne.
«El dinero es el rey», resumió, antes de resignarse. «El hecho es que estamos aquí y sólo insto a todos a que sean tan cuidadosos como puedan al tocar puertas y demás superficies, y espero que todos tengan desinfectante de manos. Y a los aficionados les digo que espero que tomen precauciones», zanjó al respecto. Después, en Instagram, se mostró más sincero aún: «No tengo ninguna gana de salir de la habitación del hotel».
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Efectivamente, las dudas que hubo a la hora de cancelar el gran premio fueron provocadas por el coste económico que conlleva. El acuerdo entre el circuito de Melbourne, la Fórmula 1 y la FIA se cifra en varios millones de dólares australianos, un dinero al que hay que sumar lo que pagan las televisiones. La suspensión de la carrera por causas de fuerza mayor está contemplada en varios anexos de los draconianos contratos que firman todas las partes, pero la eventual cancelación o aplazamiento de la cita australiana ponía en un brete a todas las partes. Especialmente un punto del contrato, en el que señalaba el jueves como fecha tope para que el promotor, en este caso el circuito de Australia, estuviese obligado a pagar la cuota de inscripción: si se cancelaba el gran premio antes del jueves, no están obligados a pagar.
Así se fueron a dormir todos los miembros del paddock, excepto las altas esferas. La FIA y Liberty Media, dueños de la Fórmula 1, consiguieron alargar la reunión y tomar la decisión final de suspender la carrera inaugural del campeonato. De esta forma, el GP de Australia que iba a suponer el arranque del Mundial de 2020 quedaba aplazado, y la disputa de los siguientes, en el aire. Tanto Baréin como Vietnam (China está fuera del calendario desde hace un mes, también por el coronavirus) han impuesto prohibición a los que viajen desde Italia y España, entre otros, lo que pone en un brete a la organización: ¿Dejarán sin poder correr a pilotos como Carlos Sainz o Antonio Giovinazzi, y sobre todo a equipos como Ferrari o AlphaTauri?
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La crisis del coronavirus no sólo se ha llevado por delante el inicio del Mundial, sino que además ha demostrado la enfermedad crónica que acusa la Fórmula 1 desde hace años: su 'dinerofilia' que ciega y que, por desgracia para los fans, prima mucho más que su seguridad o simplemente que su imagen.
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