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david sánchez de castro
Lunes, 19 de julio 2021, 18:55
Dos fuerzas ingobernables de la naturaleza suelen tender a chocar eventualmente, por lo que a nadie debería sorprender lo ocurrido en Silverstone entre Max Verstappen y Lewis Hamilton. Un joven con un talento innato y llamado a ser campeón del mundo frente al rey en ... el trono, una historia que ha ocurrido innumerables veces en la Fórmula 1: Prost y Lauda, Senna y Prost, el propio Hamilton con Alonso. Ahora al británico le toca ser el que defienda el castillo del asedio de un príncipe de las nuevas generaciones.
La guerra iba a llegar, y mucho ha tardado. Mientras Mercedes ha mantenido el dominio sobre la competición con coches claramente superiores, la paz ha reinado. Sin candidatos reales al título (lo de Vettel no fueron más que conatos de rebeldía que la propia Ferrari se encargó de autoboicotear), en cuanto Red Bull se ha puesto las pilas, ha saltado la chispa. Este Max Verstappen es, además, mucho más maduro que el que se pegaba en cada curva, y aunque no ha perdido su agresividad (en Silverstone fue la víctima, pero ni mucho menos eso le hace inocente), está en condiciones de romper el yugo de las flechas plateadas y de Hamilton sobre la Fórmula 1.
La mecha se encendió en la primera vuelta de la décima carrera, en un escenario tan legendario como Silverstone. No podía ser de otra manera: las grandes enemistades requieren escenarios acordes. Los comisarios castigaron a Hamilton al entender que había abierto demasiado la trazada, con intención de amedrentar a Verstappen y que levantase. En una curva rápida y peligrosa como es Copse equivale a afeitarse con una cuchilla oxidada: puede salir bien, pero hace falta mucha fortuna y un pulso muy firme. Bajo este argumento, la presión sobre la FIA ha crecido exponencialmente desde que acabó la carrera del domingo. Los diez segundos de penalización no supusieron un castigo suficiente como para que Hamilton no ganase, más aún cuando se supo que la bandera roja benefició al británico tanto en cuanto pudieron reparar una avería catastrófica que les hubiera obligado a abandonar, según confirmaron los del equipo ganador.
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Los demás pilotos no se han mojado mucho. Desde fuera es más sencillo juzgar, ya que no se es ni víctima ni verdugo. «Lewis no podía desaparecer del interior de la curva, no puedes volatilizarte. Fue un momento desafortunado de la carrera, pero no fue nada intencionado y ninguno de los dos hizo nada mal en mi opinión», aseguraba Fernando Alonso después de la carrera. «Creo que es un incidente de carrera, es bastante difícil echar la culpa a uno o al otro. Obviamente había espacio en el interior, quizás Lewis no estaba completamente en el vértice, pero también es cierto que Max fue bastante agresivo por fuera. Las cosas pasan, pero me parece que lo más importante es que Max haya salido ileso», se congratulaba Charles Leclerc. «Ir por el interior es algo muy complicado, especialmente porque cuando llegas a tal velocidad queda un ángulo muy cerrado. Es fácil hacer lo que hizo Lewis y subvirar, supongo que lo subestimó un poco», se mojó algo más Lando Norris.
El incidente en sí ha derivado en una vertiente social que pesa ya demasiado: el racismo. Lewis Hamilton ha recibido numerosos insultos por el color de su piel, como si no fuera argumento suficiente el haber echado de pista a un competidor pero también compañero de 'paddock'. La Fórmula 1, la FIA y Mercedes emitieron un comunicado conjunto para denunciar lo ocurrido, al que se adhirieron todos los equipos.
Este problema, el del acoso racista en las redes, ya lo han sufrido otros deportistas. Sin salir del Reino Unido, los futbolistas que fallaron sus penaltis en la final de la Eurocopa (Saka, Sancho y Rashford) han elevado la voz contra los intolerantes. Ahora es Hamilton, precisamente, quien está padeciendo el mismo problema.
Esta es la otra cara de la moneda de un incidente que puede derivar en una rivalidad épica y, con ello, un mayor interés en el deporte. La polarización de los espectadores puede conllevar una escalada de la militancia entre uno y otro, algo que en España ya se ha vivido: basta con repasar las imágenes del GP de España de 2008 en adelante y las barrabasadas que se escuchaban y veían en la grada del Circuit de Barcelona contra Hamilton. Como si no hubiera cosas para criticarle de manera completamente objetiva, que apunten a su color de piel, algo tan irrelevante para sus cualidades como deportista, roza el absurdo.
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