david sánchez de castro
Madrid
Lunes, 28 de enero 2019, 19:29
Fernando Alonso se convirtió el domingo en el primer campeón del mundo de F1 en conquistar las 24 horas de Daytona en este formato, tercero si se añade a Phil Hill y Mario Andretti. Nombres que suenan a leyenda, evocan en blanco y negro y ... huelen a gasolina de la antigua escuela. El asturiano se ha empeñado en demostrar que la Fórmula 1 es sólo una parte del automovilismo, y en este camino hacia la reivindicación ha pasado con una matrícula de honor su segunda participación una de las pruebas antológicas del motorsport.
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Los que no se esperaban su rendimiento, se preguntan: ¿cómo un piloto con un año de experiencia en la resistencia, que apenas ha disputado dos pruebas de 24 horas y que no conocía al equipo hasta hace un mes fue capaz de navegar (es lo más propicio, dadas las circunstancias de carrera) por Daytona como lo hizo?
Aunque daría para una tesis doctoral, hay cinco claves en las que se podría resumir:
Fernando Alonso se subió tres veces al Cadillac #10 del Wayne Taylor Racing, pero cada vez que lo hizo, puso el coche primero. Lo logró en un primer relevo que ya está considerado como una de las mejores actuaciones individuales de la historia de las 57 ediciones de la Rolex 24: pasó de 9º a 1º en apenas tres vueltas. En el segundo relevo, ya de madrugada, dejó sin palabras a Dane Cameron y a Ricky Taylor (hijo de su jefe y hermano de su compañero) con sendos adelantamientos en el Bus Stop, antes de encarar el complicado 'in field' de Daytona. De nuevo, se puso en cabeza tras entrar cuarto al coche, con fallo de estrategia (o acierto rival) incluido. La guinda la puso por la mañana del domingo, después de dos banderas rojas de las tres que hubo en carrera y con la pista convertida en un lago. La presión sobre Felipe Nasr, un dominio perfecto en condiciones de agua y unos reflejos dignos de estudio (esa manera de esquivar el DragonSpeed 18 que luego acabaría ganando en LMP2, con un Ferrari de GTD pasándole a la izquierda por centímetros) acabaron de convertirle en el líder de la carrera. La suerte también estuvo con él: la tercera y definitiva bandera roja le pilló a él primero.
Tener a una leyenda del automovilismo estadounidense como Wayne Taylor como comandante ayuda mucho. A diferencia de lo que ocurría en McLaren y en sus últimos tiempos en Ferrari, donde más se parecía eso al camarote de los hermanos Marx, en Daytona se encontró a un grupo que sabía que podía ganar. Y eso que, como ya se quejó en los días antes e incluso en la propia carrera, el Cadillac DPi V-R que llevaban tanto él como sus máximos rivales del Action Express padecían serios problemas de velocidad punta en las rectas. La tranquilidad y confianza que le transmitieron desde el muro, el control pleno de cuándo y cómo hacer los relevos (excepto, quizá, ese con lluvia que obligó a Alonso a remontar en su segunda entrada a pista) le pusieron las cosas más fáciles.
Si la Resistencia se ha convertido en una de las disciplinas más deportivas del mundo del automovilismo es, precisamente, por su necesidad de ser una labor de equipo. La actuación de Alonso habría sido fútil si no hubiera estado un Jordan Taylor que sumó este domingo su tercera Rolex 24. Fuera de la pista es un espectáculo, dentro lo es aún más. Sus relevos, especialmente el diurno que precedió al último de Alonso, fueron para enmarcar, y dejaron las opciones de victoria intactas para que Alonso las rematara.
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Visto lo visto en los test del 'ROAR Before' y en las jornadas de entrenamientos, los Cadillac no estaban entre los favoritos. Tanto los Acura como, especialmente, los dos Mazda parecían mucho más fuertes. Y así lo fueron durante una parte de la carrera, hasta que la fiabilidad mandó al traste las opciones de los coches 55 y 77, este último tras conseguir la pole con el récord del circuito. La fiabilidad es crítica y Mazda no estuvo a la altura, algo que no se podrán perdonar… y que agradecieron tanto los Acura como, especialmente, los Cadillac, que se quedaron mano a mano por la victoria en la caótica recta final de la prueba.
Si para Popeye eran las espinacas, para un piloto como Fernando Alonso lo es el champán del podio. Encontrarse en un sitio ganador en el WEC le insufló nuevas ilusiones y le hizo recuperar la confianza en sí mismo. Y un Alonso concentrado, en modo campeón, es imbatible. Sólo así se explica cómo mantuvo la sangre fría en una de las ediciones más complicadas que se recuerdan de los últimos tiempos en Daytona, y cómo hizo un pilotaje perfecto, sin ningún fallo serio ni ningún despiste.
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Alonso ya piensa en el próximo gran reto: las 500 Millas de Indianápolis, el 26 de mayo. Si consigue ganarlas (es, sin duda, un trabajo hercúleo), le quedará poco más que lograr. Y, para los que aún lo dudan, pondrá un pilar maestro en su monumental leyenda como uno de los mejores automovilistas de todos los tiempos.
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