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gerardo elorriaga
Domingo, 10 de octubre 2021, 00:25
Manny Pacquiao ha colgado los guantes. El púgil filipino acaba de anunciar su retirada definitiva de los cuadriláteros. «Adiós, boxeo», exclamaba en el vídeo que ha colgado en Twitter para anunciar el fin de sus combates. «Hola, lucha política», podría incluir. Porque, a sus 42 ... años, deja el deporte para postularse como el próximo presidente del archipiélago. No será una pelea fácil ni, posiblemente, limpia. El actual dirigente, Rodrigo Duterte, no puede aspirar a la reelección según la Constitución, y ha barajado la posibilidad de optar a la vicepresidencia con su hija Sara como cabeza de cartel, pero de momento lo ha descartado públicamente. La política filipina suele discurrir turbia, así que se espera que Duterte ejerza su influencia durante la campaña e intente manipularla desde las sombras para convertir a su hija en su sucesora.
El púgil-candidato, apodado 'Pac-Man', no es un recién llegado a la escena pública. En realidad, hace ya tiempo que cambió el ring por los escaños. Fue elegido congresista en 2010 y accedió al Senado seis años después, siempre dentro del gobernante Partido Democrático Filipino-Laban, cuya ideología sintetiza, sin pudor, su vertiente socialista con un ideario extremadamente conservador. El ex campeón se manifiesta contrario al matrimonio homosexual y partidario de la reintroducción de la pena de muerte, por ejemplo.
La conversión de un boxeador en jefe de Estado no resulta especialmente extravagante. En realidad, desde 1986, cuando la Revolución Popular empujó a la familia Marcos a abandonar precipitadamente el Palacio de Malacañang rumbo a Hawaii, el perfil de los presidentes de la antigua colonia española ha ido derivando hacia extremos delirantes. La inclusión de un deportista no desmerece en absoluto, cuando también hubo un actor, Joseph Estrada, que fue depuesto por un movimiento ciudadano, condenado por corrupción, indultado y ha regresado al cine sin perder su condición de estrella.
El combate, en principio, resulta desigual. A un lado, tenemos a Pacquiao, con 62 victorias, 8 empates y 2 derrotas, ganador de 12 títulos mundiales en ocho categorías diferentes. Al otro, a la sombra de su hija, Duterte, alias Digong y Rody, un veterano de la política, maestro del populismo, capaz de desarrollar una política de impulso del federalismo y el desarrollo de infraestructuras con cierta estrategia contra el crimen que, según las organizaciones de derechos humanos, emplea escuadrones de la muerte y ejecuciones extrajudiciales. Las apuestas se decantan, por ahora, a favor de la familia del actual presidente.
Hubo un tiempo de concordia entre los dos rivales. Ambos comparten un espíritu similar. A Pacquiao, la fe le brotó en un lugar tan extraño para revelaciones mesiánicas como es Las Vegas, según sus propias palabras. Al parecer, aquella noche afortunada, cambió el minibar por la lectura de la Biblia. Fue entonces cuando su errática deriva personal buscó nuevos horizontes.
En cualquier caso, la vocación filantrópica del boxeador se había manifestado, años antes, desde su mansión en General Santos City, su ciudad natal en el sur del país. Cuando volvía de sus combates, escuchaba a aquellos que le demandaban favores. Su generosidad fue in crescendo a medida que la bolsa de sus peleas aumentaba. Llegó a comprar terrenos y construir un millar de casas que regaló a familias sin recursos. Una cuarta parte de los filipinos subsisten bajo el umbral de la miseria.
La entrada en política fue el paso natural y concilió ambas vocaciones durante más de una década. Su mayor proyección tuvo lugar en 2015, cuando peleó y perdió contra el estadounidense Floyd Mayweather, un encuentro que generó más de 410 millones de dólares por derechos televisivos. El muchacho delgado y de baja estatura, tan sólo mide 1,66 metros, se había convertido en uno de los gigantes del deporte planetario.
Emmanuel Dapidran 'Manny', el niño pobre que subsistió a base de golpes, es hoy un multimillonario con una fortuna estimada en 500 millones de dólares. Freddy Roach, el entrenador de los campeones, está considerado el artífice de este éxito, de una historia de boxeadores que, por una vez, no acaba en fracaso personal, drogas, alcohol e impago de pensiones a un par de ex esposas.
El futuro es brillante, pero no exento de problemas. La ética del senador y padre modélico de cinco hijos le ha conducido a enfrentarse a su anterior aliado. Pacquiao asegura que buena parte de los fondos públicos destinados a la lucha contra la pandemia se han desviado hacia cuentas privadas. Impertérrito, Duterte contraataca asegurando que el boxeador sufre el síndrome del Punch Drunk, la enfermedad de la demencia pugilística.
El candidato cuenta con su propio partido, Movimiento Campeón del Pueblo, pero pocas opciones de victoria sin el apoyo de la oligarquía que controla el país. En cualquier caso, su nombre se une al de otros ídolos de masas que han rentabilizado políticamente ese respaldo popular. Pacquiao sigue la estela de Imran Khan, dirigente de Pakistán que fue capitán de su selección de cricket, y del ex futbolista George Weah, presidente de Liberia. El alcalde de Kiev, Vitali Klichkó, también boxeador, se declara asimismo aspirante a la presidencia ucraniana. En realidad, la política es muy parecida al boxeo, pero es bien sabido que carece de reglas y abundan los golpes bajos, muy bajos.
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