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Blanca Fernández Ochoa y José Antonio Reyes provocaron la mayor de las conmociones en la sociedad española en 2019, un año marcado en negro en el deporte por el fallecimiento de una auténtica pionera, la primera medallista olímpica del país, y por el ... accidente mortal sufrido por el futbolista sevillano. La exesquiadora madrileña tenía 56 años cuando fue encontrada muerta en la montaña que tanto amaba después de once días desaparecida, mientras que el jugador, el más joven en debutar en Primera División con el Sevilla, perdió la vida camino de su casa en Utrera, con 35, al estrellarse el coche que conducía al término de un entrenamiento con el Extremadura. En el trágico accidente de tráfico también murió un primo de Reyes, y otro sufrió quemaduras en más del 60% de su cuerpo.
En poco más de tres meses, desde que el mundo del fútbol y del deporte en general se vio sacudido el 1 de junio por el fallecimiento de Reyes, hasta que el 4 de septiembre Blanca fue hallada sin vida en la sierra norte de Madrid, España perdió a dos de sus deportistas más queridos. El futbolista, internacional y mundialista con la selección, aún en activo en Segunda División, tras haber jugado en la élite, aparte de en el Sevilla, en el Real Madrid, el Atlético y el Espanyol y en la liga inglesa (Arsenal) y portuguesa (Benfica). La exesquiadora, sin embargo, llevaba ya 27 años retirada, tras conquistar el bronce en el eslalon de los Juegos Olímpicos de Invierno de Albertville'92.
Trece años antes de su muerte fue golpeada por la muerte de su hermano Paquito a causa de un cáncer, y la esquiadora de la eterna sonrisa, víctima de un tormento interior que no pudo soportar, ya no volvería a ser la misma. «Estaba pasando el eslalon más duro de su vida», según desveló días después de su desaparición la extaekwondista Coral Bistuer, para quien su amiga Blanca, que estaba siendo tratada por especialistas, «pudo tener un pequeño brote de su enfermedad (trastorno bipolar)».Sean cuales fueran las causas que llevaron a la exesquiadora a marcharse de casa sin móvil para quedarse para siempre en su montaña, lo realmente triste fue su pérdida y que el deporte español se quedó sin una referente indiscutible que abrió el camino al resto de mujeres que tras ella se reivindicaron y triunfaron en todo tipo de disciplinas.
Si la extraña desaparición de Blanca, denunciada por su hija Olivia Fresneda (jugadora internacional de rugby), generó un clima de tensión y desasosiego durante más de una semana y dio lugar a todo tipo de especulaciones, el fatal desenlace, aunque ya pudiera intuirse, resultó especialmente doloroso. Tras un intenso e inédito despliegue de búsqueda por parte de profesionales y voluntarios, encabezados por los familiares, fue la perra de un sargento de la Guardia Civil fuera de servicio la que encontró sin vida a la exdeportista en el pico de La Peñota.
Más inesperada fue la muerte de Reyes, otro deportista de sonrisa contagiosa que perdió la vida en el acto tras salirse de la calzada, a su paso por la localidad de Alcalá de Guadaira, el coche en el que se dirigía a su domicilio junto a dos primos, que terminó incendiándose. Jonathan Reyes tenía 23 años, y Juan Manuel Calderón, de 22, que iba de copiloto e intentó auxiliar a los fallecidos, estuvo casi dos meses en la UCI en estado crítico y salvó la vida de milagro.
Aunque las causas del accidente siguen siendo una incógnita, apuntan al estado de los neumáticos del Mercedes de Reyes, después de que la perito judicial en Seguridad y Tráfico revelara que el vehículo circulaba a menos de 130km/h, desmintiendo por tanto la versión de que fuera a 237km/h, como se aseguró en un principio, provocando la indignación de la familia del futbolista sevillano. Reyes estaba casado y era padre de dos niñas, de dos y cinco años, y de un niño de 11, de mismo nombre que el malogrado futbolista y nuevo jugador del Real Madrid. José Antonio Reyes se convirtió, con 16 años, en el futbolista más precoz en estrenarse en la máxima categoría del fútbol español y también se marchó demasiado pronto.
Antes que Reyes, otro futbolista, el argentino Emiliano Sala, también encontró la muerte prematuramente, a los 28 años, cuando la avioneta en la que viajaba, desde Nantes a Cardiff, para incorporarse al club galés de la Premier que lo acababa de fichar, desapareció en aguas del canal de la Mancha. Sala decidió regresar a Nantes para despedirse de sus ya excompañeros en el club francés y llegó a publicar en las redes sociales un mensaje profético junto a ellos: «La última». Su cuerpo sin vida se encontró días después, pero la búsqueda del piloto del avión privado que lo trasladaba se suspendió de forma definitiva sin éxito.
La atleta belga Marieke Vervoort se sometió a una eutanasia el pasado mes de octubre para acabar con su vida a los 40 años. Víctima de una parálisis progresiva, con la mitad inferior de su cuerpo paralizado y en silla de ruedas desde los 20, la campeona paralímpica de 100 y 200 metros en los Juegos de Londres 2012, y plata y bronce en los de Río 2016, no quiso esperar más para despedirse del mundo. Padecía unos dolores insoportables y en agosto de 2016, justo antes de los últimos Juegos, anunció que había llevado a cabo las gestiones para recurrir a la eutanasia. «No quiero vivir como un vegetal», proclamaba Vervoort, a quien se le concedió en su país el permiso solicitado para morir.
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