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La Picón Castro se ha desarrollado este sábado. Toño Miranda
La carrera de montaña que descubrió Burgos a los burgaleses

La carrera de montaña que descubrió Burgos a los burgaleses

La Picón Castro, que cumple diez años, une a Espinosa de los Monteros y exporta por toda la provincia la cara menos conocida de Castro Valnera. Uno de los corredores cuenta en primera persona su experiencia para BURGOSconecta

Luis Javier González

Espinosa de los Monteros

Sábado, 3 de junio 2023, 19:03

La metáfora de la Picón Castro se vive pasado el kilómetro 19 de la prueba Sky, la reina –unos 33 kilómetros y 2.000 metros de desnivel positivo– tras una bajada eterna. Pasan diez años de este evento que descubrió el último confín de Burgos a los burgaleses y el día el caluroso: en la parte baja no sopla el aire, es una caldera. Veo en ese avituallamiento la salida a mi agonía, en mis piernas siento que llevo 10 kilómetros más y se ofrecen a bajarme a Espinosa de los Monteros, una meta que en ese momento me queda tan lejos como Saturno. Pero cuando digo que me voy, escucho a un grupo gritando el típico «no» que provoca la muerte del bueno en una película. «¿Te duele algo? Pues para arriba». Argumento irrefutable. Si un pueblo entero llena un recorrido hostil para aplaudirme les debo la misma entrega.

La Picón quería poner en valor una zona tan bonita como desconocida y combatir la despoblación. «En Burgos capital antes la conocía muy poquita gente y ahora la mayoría de la gente que viene a la prueba es de allí», subraya José Mari Gómez, organizador de la prueba. En las primeras ediciones se suplía con población de Santander o Bilbao, lugares más cercanos. Castro Valnera es un pequeño templo de la montaña cántabra –la carrera recorre el cordal que separa esta región con Burgos– y la Picón ha dado brillo a su otra cara.

La primera edición, en 2013, solo contó con una carrera de 30 kilómetros. En las dos siguientes convivieron el trail con la bicicleta de montaña, que exige más infraestructura. A partir del cuarto año llegó el menú actual: una corta (23 kilómetros y 1.000 metros de desnivel positivo), la Sky –parte del circuito burgalés de carreras por montaña– y un ultra (62 kilómetro y 3.700 positivos). La fiesta no termina con la llegada a meta. Hay ensalada de pasta y una parrillada por la tarde, «comida de la buena, morcilla, bacon, algo potente», seguida de una fiesta con dj's. «La Picón es la Picón y la fiesta que se hace durante todo ese día».

IImágenes de la carrera de este sábado Toño Miranda
Imagen principal - IImágenes de la carrera de este sábado
Imagen secundaria 1 - IImágenes de la carrera de este sábado
Imagen secundaria 2 - IImágenes de la carrera de este sábado

La Picón empieza de noche, con la megafonía de la plaza anunciado la salida del ultra a las 6:30 horas. El itinerario Sky parte del Refugio de Castro Valnera, así que toca desplazar a más de 250 corredores en autobús desde el pueblo. Uno de los organizadores llama espartanos a los viajeros del último bus, lo que no deja de tener cierta gracia porque en él está el dorsal 300. Últimas visitas al baño y para la salida. Se sentía el calor desde el calentamiento, un factor que eleva considerablemente la dificultad del videojuego.

Tras un inicio asumible, el paso por el primer avituallamiento deja un consejo: «Estos kilómetros, suaves». En efecto, viene la doble dentellada: el Pico de la Miel y Castro Valnera, la cima de las Merindades, un lugar de cuento. Entre medias, el primer descenso minado. Lo avisa otro voluntario: «Vienen cien metros cabrones». Tras el primer plato, la subida al techo del menú (1.718 metros) dejará una huella que las piernas nunca superarán. El punto positivo es la brisa del cresteo, que seca algo la ropa y despeja el alma.

Correr por montaña es un ejercicio paradójico en el que el sufrimiento impide valorar lugres como cuevas escondidas o arroyos silenciosos que invitan a pararse y sacar el libro. Pero son cinco horas con el corazón a 157 pulsaciones de media: no hay concesiones. Y el terreno exige atención constante, una tensión que agota. Y una lotería para los tobillos, que rozan unas cuantas veces el gordo, pero la cosa queda solo en el reintegro. A seguir.

Paso el avituallamiento que marca mi punto de no retorno y el premio es compartir el tramo final de la carrera con los andariegos y los corredores de la corta, siempre dispuestos a dejarme pasar cuando me atrevo a correr, todo un lujo que voy dosificando para las pendientes benévolas. Me dicen que ya lo tengo, pero el mapa del reloj es el BOE y sé que me espera una dentellada: el cortafuegos de La Herbosa. Me lo pienso en el último avituallamiento antes de lanzarme a su encuentro, cuesta abajo. Cuando me cito con su trazo inconfundible, le digo a un tocayo que me acompaña que no me doy la vuelta por no ir otra vez cuesta arriba. Toca laborar, tronco inclinado y manos en las rodillas, viviendo el presente y sin soñar con la cima: anhelar lo que no tienes es la primera receta del sufrimiento. «Desde ahí ya es dejarte caer», promete mi tocayo. Con razón.

Antes de mi entrada anónima a esa plaza abarrotada, Víctor García, de Torrelavega, estrenó la cinta de los ganadores tras 3h32m30s, nueve minutos menos que Iván Martínez, segundo. La categoría femenina también cumplió los pronósticos con el triunfo de Inés Astrain, quinta española en Zegama tres semanas atrás, con 4h31m48s, media hora menos que Sandra Martínez, segunda. La corta se la llevaron Mario Mirabel (1h58m13s) e Irune López (2h29m26s) mientras que el ultra fue para Urko Valdivielso (7h50m56s, por apenas minuto y medio) y Cristina Constantin (9h25m02s)

El valor de la prueba está en sus voluntarios, unos 250 en un pueblo que apenas superó el millar de sufragios el 28 de mayo. «Nuestra idea es que los corredores quieran volver porque se les acoge de maravilla». Así se vuelca un pueblo modesto y se cubren unos 80 kilómetros de recorridos. «Empezamos con medios muy limitados», recuerda Jose Mari. Llegaron marcas grandes, primero North Face y ahora Hoka. La colaboración de la Diputación de Burgos y del Ayuntamiento, que es el organizador, permiten cuadrar cuentas. En los primeros años no llegaron a los 400 inscritos y en 2023 superan los 850.

La batalla por la despoblación se gana cada fin de semana: más corredores, más gente en el monte. «Subes al Castro y es raro el día que no te encuentres con 30 o 40 personas». Y hay más niños pequeños en la plaza del pueblo, una victoria en la que ha participado la carrera. «Al principio me costaba conseguir voluntarios; pero en los últimos años te para la gente por la calle para que le pongas en el sitio del año pasado. Es un evento que se ha convertido en algo del pueblo, la gente lo tiene como algo propio».

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