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MIGUEL ÁNGEL BARBERO
Domingo, 1 de agosto 2021, 12:15
Xander Schauffele es un hombre tranquilo que nunca se descompone. Imperturbable. Ni en los momentos duros tiene un mal gesto ni en los buenos expresa su alegría, algo inexplicable cuando se trata de ganar una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Es más, el ... estadounidense debe de ser el único jugador del mundo que después de embocar el putt ganador del torneo recoge la bola del hoyo como si tal cosa y no expresa sus emociones más que con una leve sonrisa. ¡Qué lejos de los gestos de rabia contenida de Tiger Woods o Jon Rahm en sus victorias! Pero es que la vida de este californiano de 27 años le ha enseñado a ser comedido en sus expresiones a base de ejercer un concepto muy de moda en estos tiempos: la resiliencia.
Producto multicultural por los cuatro costados, le debe a su familia paterna el amor por el deporte. Sus abuelos fueron futbolistas profesionales en Europa y su padre, Stefan (mitad francés, mitad alemán) un atleta preolímpico germano. Era una decatleta de lo más prometedor hasta que, a los 20 años, un conductor borracho le segó de raíz sus esperanzas. Perdió la visión en el ojo izquierdo y quedó lastrado físicamente para el resto de su vida. Tuvo que recomponer su vida y, como experto en preparación física, se desplazó a Estados Unidos donde conoció a su mujer, Pi Yin, taiwanesa educada en Japón.
De ahí que cuando el pequeño Xander se decidiera a jugar al golf tuviera ya mucho ganado. «Siempre me he sentido más fuerte mentalmente que los demás», comenta, pues como le sucede al Tigre, la ascendencia asiática de su madre y la capacidad de superación de su progenitor le han hecho tener una perspectiva de las cosas diferente, optando siempre a la excelencia pero sin dejarse influir por las decepciones. Por eso no le importó ser el patito feo de la maravillosa generación del 2011 y quedar eclipsado ante el rápido brillo de Jordan Spieth y Justin Thomas. Sabía que llegaría su momento y, a su ritmo, fue ganando torneos en el PGA Tour (algunos tan importantes como el Tour Championship o el Mundial HSBC) y se presentó en Tokio como número 5 del ranking mundial, con el frustrado sueño olímpico de su padre en la cabeza como reto. Tenía que devolverle a su familia lo que la desgracia le quitó en el pasado.
Después de tres días de realizar un golf excelente (con tarjetas de 68, 63 y 68 golpes en el exigente recorrido de Kasumigaseki), en la última ronda debía dar el do de pecho y no falló. A pesar de que el driver le dio problemas en los últimos hoyos, no se descompuso y terminó firmando 67 impactos (-18) que le permitieron ganar por un golpe al sorprendente Rory Sabbatini (-17) que después de realizar la mejor vuelta del torneo (61) le dio la plata a su país de adopción, Eslovaquia. El bronce, que su tuvo que decidir en un desempate multitudinario de siete jugadores, fue para el taiwanés CT Pan en el cuarto hoyo extra.
Los españoles, que no tuvieron nunca opciones durante la semana, acabaron en unas discretas posiciones: Adri Arnaus (-6) en el puesto 38 y Jorge Campillo (+5) en el 59.
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