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Pablo M. Díez
Tokio
Miércoles, 21 de julio 2021, 01:07
Dando la sorpresa, la selección olímpica de fútbol de Japón arrancó un empate el sábado contra España en un amistoso de preparación para los Juegos de Tokio, que empiezan este viernes. Con la presencia de Pedri, Oyarzabal, Olmo y Unai Simón, que deslumbraron en la ... pasada Eurocopa, La Roja olímpica es una de las favoritas para estos Juegos, pero Japón resistió sus continuos ataques y estuvo a punto de ganar al final del partido. Los 'Samuráis Azules', como se conoce a la selección nipona, demostraron la resistencia atómica que caracteriza a este país, que tiene su mejor ejemplo en el fútbol pese a no ser uno de sus deportes más populares.
Además de por su extraordinario crecimiento económico en las décadas posteriores a las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki, puede que su secreto radique en J-Village. Inaugurada en 1997, así se llama la base de entrenamiento de la selección nipona de fútbol, enclavada a solo 20 kilómetros de la siniestrada central nuclear de Fukushima, donde tres de sus seis reactores se fundieron por el tsunami que arrasó la costa nororiental de Japón el 11 de marzo de 2011.
Una década después de aquella catástrofe, y si el coronavirus lo permite, el imperio del Sol Naciente intenta reponerse con los Juegos Olímpicos de Tokio, que tienen subsedes en Fukushima y otras prefecturas afectadas por el tsunami y el accidente nuclear, el peor de la historia tras el de Chernóbil en 1986.
De hecho, J-Village está tan cerca de la planta siniestrada que fue usado como base de operaciones para luchar primero contra sus fugas radiactivas y luego durante los trabajos de descontaminación y desmantelamiento, que siguen en la actualidad y durarán todavía cuatro décadas. Elevado 50 metros sobre el nivel del mar, este enorme complejo deportivo situado frente al océano Pacífico se libró del tsunami, pero no de la radiación. En los días posteriores a la tragedia, cuando tres reactores nucleares se fundieron total o parcialmente al calentarse por falta de refrigeración eléctrica, de los campos de césped de J-Village despegaban los helicópteros que los regaban constantemente para que no explotaran como el de Chernóbil. En lugar de equipaciones deportivas, por sus instalaciones desfilaban trajes especiales de protección contra la radiactividad. En sus vestuarios, por donde antes habían pasado las estrellas del fútbol japonés, los trabajadores que intentaban controlar las fugas de Fukushima se cambiaban de ropa antes de dirigirse en autobuses sellados al frente atómico.
Una vez estabilizados los reactores, J-Village siguió siendo el puesto de mando desde el que se dirigían los trabajos en la central. Aunque la eléctrica propietaria, Tepco, construyó un nuevo cuartel general en la planta de Fukushima que entró en funcionamiento en 2013, continuó usando J-Village como centro de recepción de sus visitantes. Por allí pasó este corresponsal antes de su primera visita a la central en 2015. Bajo los cuadros con las firmas de los equipos que habían entrenado en sus campos, incluyendo a la selección nipona, los guías de Tepco nos contaban la titánica lucha contra la radiactividad en Fukushima. Entre fantasmagóricos monos NBQ contra la contaminación nuclear, biológica y química, nos detallaban el reto de retirar los escombros y el material fundido de los reactores y nos explicaban con cifras la dosis de radiación que íbamos a recibir durante nuestra visita. Con la leyenda 'Ganbatte' escrita en vistosos caracteres nipones, un cartel colgaba de la cristalera de su salón principal, presidido por una estatua de tres jugadores disputándose un balón. Como si fuera una visión surrealista, operarios ataviados con mascarillas y trajes de faena emergían tras las puertas correderas del edificio, decoradas con la foto oficial de los 'Samuráis Azules' y con pegatinas de Adidas, su patrocinador.
Sin espacio para el fútbol, así estuvo funcionando hasta julio de 2018, cuando fue parcialmente reabierto para los entrenamientos deportivos. Pero su reforma definitiva y reapertura oficial no tuvo lugar hasta el 20 de abril de 2019, cuando volvió a recuperar su misión como centro de alto rendimiento del balompié japonés. Con sus instalaciones remodeladas, J-Village ocupa 49 hectáreas que incluyen un estadio para 5.000 espectadores, ocho campos de césped natural y tres de hierba artificial. Además de gimnasio y piscina, cuenta con un estadio cubierto con una cúpula de cristal para poder jugar en caso de lluvia. Disponible para entrenamientos y seminarios, tiene alojamiento para 200 visitantes y ha acogido a otras selecciones nacionales como la de Argentina en el Mundial de Japón y Corea del Sur de 2002 y, en 2019, a la de rugby de ese mismo país durante la Copa del Mundo.
Como símbolo de la recuperación del nordeste de Japón (Tohoku) tras el tsunami y el desastre nuclear de Fukushima, J-Village fue el pasado 25 de marzo el punto de partida de la llama olímpica en su relevo por suelo nipón. Aunque no asistieron espectadores por las restricciones del coronavirus, la primera llama la prendieron las jugadoras de la selección femenina de fútbol de Japón, que en 2011 hicieron la proeza de ganar su primer Mundial. Conocidas como las 'Nadeshiko' –el nombre de la planta que simboliza el ideal de belleza nipón– tuvieron tan gran honor por haber protagonizado el mayor éxito deportivo de Japón. Sin mascarilla contra el coronavirus ni contra la radiación, corrieron sonrientes con la llama para escenificar el florecimiento olímpico de Japón gracias al fútbol atómico de J-Village.
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