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La española Adriana Cerezo y la tailandesa Panipak Wongpattanakit se felicitan tras la final. Miguel Gutiérrez (Efe)
Tokio 2020: Del podio olímpico a por una tortilla de su abuela en Alcalá
Tokio 2020

Del podio olímpico a por una tortilla de su abuela en Alcalá

La decepción por haber perdido el oro aún aparecía en las palabras de Adriana Cerezo horas después de la final, aunque reconoce que el tiempo dará valor a su plata

EMILIO V. ESCUDERO

Enviado especial a Tokio

Sábado, 24 de julio 2021, 18:39

Los protocolos en Japón son ley y eso hizo que la primera medallista española de los Juegos tardara en pasar por los micrófonos de la prensa. «Primero ceremonia y luego venir aquí», informaba un voluntarioso joven nipón. El tiempo hizo que el sofoco con ... el que Adriana Cerezo acabó su participación dejara paso a una mueca que era mezcla de alegría y decepción. «Lo he tenido y lo he regalado yo», reconocía la madrileña, aún triste por la manera en la que se le había escapado el oro.

Le escocía. no tanto perder, como haber pecado de pardilla. Haberle abierto la puerta a su rival cuando apenas quedaba tiempo. «Aprenderé de esto y espero que no vuelva a pasar. A mi entrenador (Jesús Ramal) le he pedido perdón, pero él estaba muy contento. Se ha emocionado mucho desde España. Aunque seguro que me echa la bronca un poco», bromeaba al tiempo que jugueteaba con su nuevo entretenimiento. La plata olímpica. Medalla que aún no sabe dónde colocará. «La enmarcaré y se la llevaré a mi abuela o al gimnasio».

Lo que sí tiene claro es lo primero que hará cuando pise suelo español. «Voy a ir a ver a mi abuela y a pedirle una tortilla de patatas. O que improvise, que lo hace muy bien. A ver, no es que esté comiendo mal en la Villa, pero como la comida española…», señalaba Cerezo. Su abuela ha sido una de las personas más importantes en el camino que le ha llevado al podio olímpico. Desde que murió su abuelo, ella ha sido la que le ha llevado a entrenar y la que ha esperado el tiempo que hiciera falta para devolverla después a casa. De ahí, que un trozo de esa plata vaya a ir –enmarcada o no– para ella.

«He hablado con mis padres, que sí que estaban contentos, pero un poco así». Se refería al dolor por haber dejado una oportunidad única. Al oro olímpico que tuvo tan cerca y que se escapó en un suspiro. «Me voy a pasar unos días pensando en esos segundos finales. Pero se lo ha merecido, porque le he dado la oportunidad y la ha aprovechado», asumía con deportividad la nueva medallista, aún con su cinta de la suerte en la cabeza. «Lo mismo la cambio, que ya me la han pedido y después de la plata…», decía sin perder la sonrisa, esa que aparece en su rostro incluso en la derrota. La taekwondista feliz que se enamoró de las artes marciales viendo a Jackie Chan. «¿Que si ya soy como él? Qué va, me quedan muchas medallas para parecerme a Jackie Chan. Y alguna de oro…», espetó antes de irse. En un guiño cruzado a sus orígenes y a ese futuro dorado que espera conseguir algún día.

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