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Los competidores de los Juegos de Tokio no solo tienen que ser más rápidos que sus adversarios. O anotar más puntos. O ser más precisos en sus lanzamientos y disparos. También deben contar con la capacidad de sufrimiento y aguante para superar a dos enemigos ... que dificultan sobremanera la práctica de cualquier actividad, sobre todos aquellas que se desarrollan al aire libre, y que transforman el esfuerzo en pura agonía. El tremendo calor y la insoportable y pegajosa humedad se han convertido en dos serios contricantes para la mayor parte de los participantes. El tenis, con la regla de clima extremo activa; el piragüismo, con chalecos de hielo y toallas de agua fría en la cabeza durante los descansos; el tiro con arco, con un desvanecimiento de una participante en la jornada inaugural; el triatlón, con casi 30 grados a las 8.30 horas, deportistas exhaustos, destrozados, al llegar a la meta ayer... Son solo algunos ejemplos de la tortura que se padece.
«La humedad es brutal. No sé porqué no se modifican los horarios», tronó Novak Djokovic, número uno del mundo y favorito para el oro en tenis. «Jugar así es una broma», se enfadó Daniil Medvedev. «Nunca he competido en condiciones tan extremas. El aire no circula», secundó Paula Badosa. El calor y la humedad golpean con fuerza en el parque de tenis Ariake, sede de la raqueta en Tokio. Todos se quejan. Al punto de que la Federación Internacional de Tenis (ITF) ha activado la regla del clima extremo; esto es, el tiempo de descanso es más largo, entre el segundo y el tercer set se establecen diez minutos de intermedio. Y es habitual observar neveras de hielo en las pistas que los jugadores colocan en toallas para refrescarse. O el empleo de tubos de aire frío para 'abanicarse' y soportar unas condiciones infernales. Algunos lo comparan con Australia o Miami, por la temperatura, pero hay un problema añadido: el 80% de humedad que deriva en que los participantes suden antes incluso de golpear un par de veces la bola. «Con rodar diez minutos ya estás empapada», comentó Mavi García, ciclista española.
Que iba a hacer calor era de todos conocido; en 1964, la cita olímpica en Tokio se celebró en octubre. Ya ocurrió en Atenas, pero entonces no había tanta humedad. De hecho, los españoles han buscado en su preparación lugares en los que las condiciones pudieran ser similares a las que se iban a encontrar en una ciudad que ha sufrido un aumento de la temperatura de 2,86 grados desde 1990 -tres veces superior a la media mundial-, con un promedio de 25 grados en julio, y 26,4 en agosto. De este modo, Gómez Noya acabó su puesta a punto en el Caribe, la selección de fútbol se concentró en Benidorm, las chicas de hockey hierba en Valencia, y Herrera y Gavira, de voley playa, al borde de la eliminación, en Lorca. «Entrenamos a 40 grados», reconocen.
Existe un estudio, Rings of Fire, realizado por la British Association for Sustainability in Sport (BASIS), y las Universidades de Leeds y Portsmouth que adelantó este enemigo tan brutal contra el que deberían luchar los atletas. «El calor tratará de batir sus propios récords», se explica. Ocurre incluso en el piragüismo. El agua arde al ser un circuito cerrado y expuesto al sol. Es habitual, por tanto, ver a los competidores con chalecos de hielo para rebajar la temperatura corporal y emplear toallas frías para aliviar el calor en la cabeza. Una sauna.
Pero se aproxima un tifón. Nepartak acecha Tokio. Se prevén vientos de 110 kilómetros por hora y lluvias abundantes. De hecho, algunas pruebas, como el remo, la vela, el surf y el tiro con arco, han cambiado su programación.
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