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El gol de Mbappé que decantó la final entre España y Francia. Miguel Medina (Reuters)
Pura perplejidad

Pura perplejidad

El fútbol ha llegado a un punto en el que habiendo en el campo dos grandes equipos que firmaron una media hora final espectacular, uno acaba condenado a hablar del VAR

Domingo, 10 de octubre 2021, 23:54

El fútbol ha llegado a un punto en el que habiendo en el campo futbolistas como Busquets, Oyarzabal, Benzema y Mbappé, y dos grandes equipos que firmaron una media hora final espectacular, uno acaba condenado a hablar del VAR. Y no por afición a poner ... la lupa en los árbitros, ni por creer en extraños contubernios, sino por pura perplejidad. España perdió la final de Liga de Naciones ante Francia, como podía haberla ganado. De hecho, el equipo de Luis Enrique fue mejor en amplias fases del partido y volvió a dejar, igual que en la Eurocopa, el sello de una selección con un futuro inmenso; sin duda, una de las favoritas del próximo Mundial.

Se suele decir que estos partidos grandes se deciden por detalles. Y ayer estos los puso el VAR y ambos a favor de Francia. El primero tuvo lugar pasada la media hora, cuando Koundé desvió dentro del área un balón con el codo y el brazo extendido. El árbitro, por indicación de los encargados del VAR, no señaló nada. ¿Por qué? Ni idea. Al menos, ninguna idea que sirva para contradecir, por ejemplo, la que impulsó a otro colegiado a pitar contra el Mallorca en San Mamés, hace un par de semanas, un penalti por unas manos absolutamente casuales y estando el futbolista de espaldas.

El segundo detalle fue todavía peor. En primer lugar, porque significó el segundo gol que dio a los campeones del mundo un nuevo título. Y en segundo, por la explicación que se dio para no anular un tanto que llegó en una jugada que partía de un fuera de juego clarísimo de Mbappé. Uno, en su ingenuidad y desconocimiento, pensaba que todo lo que ocurría con posterioridad a un fuera de juego clarísimo estaba invalidado. Lo creía tanto que alguna vez pensé en la posibilidad de escribir unas pequeñas crónicas con todos esos momentos, a veces muy largos, en los que ves a los jugadores corriendo, chocando, chutando e incluso pegándose peligrosas costaladas cuando nada de eso ya tiene validez. En cierto modo, es una ficción.

Pues va a ser que no. Resulta que Mbappé parte en fuera de juego, Eric García corre al cruce y toca un poco el balón para que no le llegue al francés, y esa jugada ya ilegal que se ha dejado seguir recobra de repente la legalidad. Para comer cerillas, oiga. Si esta norma disparatada existe, sus autores deberían dar la cara. A ser posible con un cencerro colgando del cuello.

Un partido como el de ayer, sin embargo, obliga a referirse a otras cosas. En primer lugar, a resaltar que Luis Enrique, tras su éxito en la Eurocopa, se ha acabado de confirmar como un gran seleccionador capaz de devolverle a España ese prestigio que llevaba años perdiendo, como un coche lujoso que se fuera descacharrando y cayendo a trozos. Se ha ganado una sólida reputación de entrenador imaginativo, valiente y con un sexto sentido para hacer grupo. Otra cosa es que, frente a las buenas maneras de su equipos, su carácter arisco de gallo de corral moleste un poco. Pero esto no tiene demasiada importancia.

La primera parte fue una demostración de que, jugado bien, con calidad, el fútbol puede ser muy interesante incluso cuando no pasa nada en las dos áreas. Unai Simón y Lloris no pasaron ningún apuro en toda la primera parte. Bueno, el portero español tuvo un momento de angustia en una jugada de Benzema, pero aunque el linier no se enteró el francés estaba en un claro fuera de juego y el VAR lo hubiera anulado. Vamos, se supone. El caso es que, por esas paradojas que produce el fútbol moderno y más avanzado, la tranquilidad de los porteros sólo se veía alterada en San Siro por su obligación de sacar el balón jugado como un futbolista más. Mientras Lloris no se quitó meter en líos y optó muy pronto por pegar en largo. Unai Simón las jugó todas con una frialdad de desactivador de explosivos y casi siempre de forma impecable.

Había demasiado talento en el campo para que, después de una hora de juego aquello no estallase de algún modo. Y lo hizo a lo grande, a la altura de los futbolistas que había en el campo. En apenas cuatro minutos, Theo Hernández envió un balón al larguero, Oyarzabal firmó el 1-0 y Benzema empató en una genialidad de las suyas. A partir de ahí un toma y daca espectacular que ni siquiera acabó con el polémica 2-1 de Mbappé sino que continuó hasta el pitido final. Oyarzabal y Yéremy tuvieron el empate, pero éste no llegó. Jugando así, otro día será.

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