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JON AGIRIANO
Enviado especial. Krasnodar
Viernes, 29 de junio 2018, 17:12
La selección se traslada de Krasnodar rumbo a Moscú, un viaje que los técnicos y los futbolistas seguro que agradecen dado el bochorno reinante en su cuartel general y el asedio cada día más molesto de los mosquitos. Se acerca el partido contra Rusia y ... hay que poder pensar con frialdad. España se juega mucho y, sobre todo, tiene mucho que mejorar. El ambiente parece bueno, aunque en este tipo de concentraciones siempre existan aguas subterráneas que es necesario encauzar con inteligencia. Por otro lado, se advierte en los futbolistas un cierto ánimo de revancha. Se creen injustamente tratados. Consideran muy exageradas las críticas que han recibido por su papel en la primera fase. Y desean tapar algunas bocas. Bien mirado, ese afán de desquite puede ser positivo.
El cuerpo técnico de Fernando Hierro se encuentra, eso sí, en estado de alerta. Preocupan los rusos y no precisamente por su condición de anfitriones y el hecho de que España jamás haya ganado al organizador de un gran torneo, como si le diera vergüenza tomarse esa licencia siendo un invitado. No. Esa vieja maldición es algo secundario. Lo que preocupa al seleccionador y a sus ayudantes es que las virtudes de Rusia coinciden con las que más incomodan a España. Dicho de otro modo: siendo muy inferiores en calidad, por su forma de jugar los pupilos de Cherchesov te pueden meter en un lío tremendo. Incluso amargarte la vida.
No está de más recordar el amistoso disputado en noviembre del año pasado en San Petersburgo. Julen Lopetegui no se fiaba de Rusia y quiso mantener el esqueleto defensivo del equipo. Solo hizo un cambio y fue para dar más consistencia al lateral derecho. Nacho fue titular. A su lado, los intocables: Sergio Ramos, Piqué, Jordi Alba y Busquets. Exactamente el mismo bloque se enfrentó a Portugal en Sochi. Que se produjera también el mismo resultado (3-3) fue una de esas coincidencias tan curiosas que te empujan de inmediato a intentar encontrarle una explicación.
Los rusos acabaron empatando aquel partido porque supieron llevarlo a su terreno ante el conformismo y el despiste de los españoles. ¿Cómo? Convirtiéndolo en un correcalles, siendo valientes y animosos, yendo de aquí para allá, subiéndose a las barbas de los rivales, provocando un cierto caos. Smolov, natural de Krasnodar, fue el héroe de aquel amistoso que volvió a dejar claro que España no le convienen nada los zafarranchos. Sin el balón, sufre. Se vuelve un bloque vulnerable, quebradizo, cualquier pequeña corriente de aire le constipa.
Por sí misma, esta circunstancia haría más que entendible la preocupación de Fernando Hierro y su grupo de colaboradores de cara al partido del domingo en el estadio Luzhniki. El problema es que, durante esta Copa del Mundo, se ha producido un fenómeno muy negativo para los intereses de La Roja. Dicho de un modo sencillo, Rusia ha logrado potenciar las virtudes suyas que más daño le hacen a España. Y España, por el contrario, ha visto cómo le crecían los defectos que más vulnerable le hacen ante Rusia. ¿Qué ha logrado la tropa de Cherchesov? Pues algo extraño en un equipo anárquico y sin estrellas: afinar su puntería como un francotirador, mostrar una eficacia sorprendente.
Un dato esclarecedor, motivo de inquietud para los españoles: Rusia no solo es el segundo equipo que más goles ha marcado -8 frente a los 9 de Bélgica- sino, con mucha diferencia, el que disfruta de mejor porcentaje de conversión de sus remates. Un 38,1%. A Egipto le marcaron las tres veces que tiraron entre los tres palos. Le siguen Colombia (31%) e Inglaterra (24%). España no pasa de un pobre 15,8%. Un gran diferencia. Hay más datos que ilustran el distinto grado de finura y eficacia en el juego ofensivo que están mostrando ambas selecciones. El porcentaje de precisión en los centros de Rusia está siendo del 25,8%, uno de los mejores. El de España, uno de los peores, el 11,1%.
Así las cosas, es natural que la dirección técnica de La Roja haya dejado correr la imaginación hasta plantearse una pregunta inquietante. Si cada vez que Irán y Marruecos se animaron a salir en busca de aventuras y pasaron del centro del campo provocaron un incendio, ¿qué puede suceder con los rusos, que resulta que ahora donde ponen el ojo ponen la bala? Lo cierto es que solo hay dos formas de afrontar con propiedad esta inquietud. La primera, relativizarla. Una estadística de tres partidos dibuja un instante, pero impide establecer una categoría. Nadie te dice que porque hayas estado muy atinado en tres partidos no puedas estar muy desafortunado en el cuarto. La segunda, protegerte ante esa eventualidad, lo cual, en el caso del equipo de Hierro, pasa por reajustar su engranaje defensivo y mejorar la circulación de balón. Solo así podrá controlar el partido e impedir que se convierta en un correcalles, una posibilidad que, tal y como está jugando España, podría ser letal, como subir a un infartado con vértigo en una montaña rusa.
La Roja tiene un ejemplo a seguir. Muy cercano. Se llama Uruguay. Es el espejo en el que debe mirarse de cara a este cruce. Es verdad que, con los dos equipos ya clasificados, el partido de la tropa de Tavárez con Rusia no tuvo la tensión que tendrán estos octavos de final. Ahora bien, la terapia a seguir contra los anfitriones es la misma. Los charrúas tuvieron el 58% de posesión y únicamente permitieron a los rusos rematarles tres veces. Solo una a portería. Es decir, se mostraron como un equipo compacto y, a partir de esta autoridad, logró que sus estrellas se lucieran con tres goles. De eso se trata, efectivamente.
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