El Mirandés rompe la sequía de seis jornadas sin ganar con un golazo de Gelabert en su retorno a Anduva

El cuadro jabato había encontrado cierto alivio con el cambio de sistema. La defensa de cinco, con dos carrileros afilados, fue el camino que trazó Joseba Etxeberria para equilibrar el equipo. Pero el Tenerife pronto supo detectarle las costuras.

El conjunto chicharrero, acostumbrado a protegerse, salió más suelto al césped de Anduva. Como muestra, una presión asfixiante que bloqueó la salida del Mirandés, con dificultades para encontrar el faro de Oriol Rey. O el papel que jugaron los hombres de banda, el impredecible Appiah y el talentoso Teto, para descubrir las rendijas de la escuadra rojilla.

En la grada se escapaba algún que otro bostezo porque en toda la primera parte apenas se asomaron los equipos a las áreas. Óscar «Pinchi», la única constante vital del ataque del conjunto jabato, firmó un disparo demasiado alto tras deshacerse de Javi Alonso en la mediapunta. Todo lo demás quedó en agua de borrajas.

Tal vez la inoperancia del Mirandés se pueda explicar en la displicencia de los carrileros. Ni Raúl Parra ni Salinas dieron la amplitud que precisaba el equipo, con sintomatología de claustrofobia. Y el Tenerife, que en el primer tiempo mostró el atrevimiento que se le presupone al conjunto jabato, encontró en la cabeza de Enric Gallego su ocasión más clara. Más solo que la una dentro del área, el curtido delantero del equipo isleño defraudó con un remate inocuo para Alfonso Herrero.

El intermedio le vino de perlas al equipo rojillo. Como si sufriera un trastorno de personalidad, salió con otra cara en el segundo tiempo. Empezó a amasar la pelota, las bandas emergieron de la oscuridad y el encuentro huyó del conservadurismo.

Si bien el Tenerife encontró en Iván una inspiración en ataque, el equipo chicharrero se fue desdibujando paulatinamente. Y el Mirandés, que con la marcha de Mraz ganó movilidad en ataque, fue acumulando llegadas inconcretas hasta la ansiada epifanía.

Tuvo que ser Gelabert, recién salido del banquillo, quien recogiera un balón sin dueño para ejecutar sin piedad un zapatazo desde fuera del área que besó las mallas tras impactar en el palo. Anduva entró en efervescencia y estuvo cerca de estallar cuando vio que Óscar «Pinchi», en el ocaso del choque, erró un remate franco para sentenciar.

El cuadro jabato burló esta vez la maldición de los últimos minutos para terminar sumando el segundo triunfo de la temporada y colocarse solo un punto por debajo de la permanencia. En noviembre, cuando el viento barre las hojas secas y enseña que el cambio es posible, el Mirandés, al fin, coge aire.