p. ríos
Barcelona
Domingo, 24 de noviembre 2019, 16:47
A muchos les recuerda al Barça de Tata Martino, que llegó como un paracaidista en tierra desconocida en el verano de 2013 (según su propia autodefinición) y se fue en globo por iniciativa propia en la primavera de 2014 con una Supercopa ... de España en el palmarés. Otros ven la reproducción del último Barça de Frank Rijkaard 2007-08, el de la autocomplacencia confesada por su entonces presidente, Joan Laporta, y el que no reaccionaba porque en la clasificación que miraba en el teletexto Txiki Begiristain, director deportivo de esa etapa y hoy en el Manchester City, el equipo peleaba por la Liga. También acabó sin títulos. Pero es el Barça de Ernesto Valverde, que sigue líder por mejor 'goal average' que el Real Madrid, empatados a puntos, aunque jugando peor que en aquellas etapas del entrenador argentino y del técnico holandés.
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La remontada en Leganés (1-2) gracias a dos acciones de estrategia, una de ellas muy afortunada, ha llegado a ser catalogada como contraproducente en algunos círculos. Existe la sensación de que este Barça, como sucedió con los dos ejemplos citados, camuflará con resultados puntuales una crisis de identidad que le acabará arrastrando a la nada. Son los que piensan que es mejor un cambio ahora que vivir del disímulo estadístico. En aquellas ocasiones, las debacles sirvieron para la llegada al banquillo de los técnicos de los tripletes, Pep Guardiola en 2008 y Luis Enrique en 2014, pero en esta ocasión cuesta ser tan optimista para esperar que se repita la historia con Xavi Hernández o algún entrenador joven similar con pasado reciente como jugador en el club.
Muy pronto si se sabrá si este Barça de Valverde tiene arreglo. Para empezar, el miércoles disputa en el Camp Nou una final ante el Borussia Dortmund en la Liga de Campeones, con la amenaza, en caso de derrota, de tener que jugarse el pase a octavos en Milán ante el Inter. Y el domigo visita al Atlético de Madrid en Liga. Todo ello viendo crecer al Real Madrid de reojo, otra vez alegre y con ritmo, bajo el mando de Zidane. El clásico aplazado al miércoles 18 de diciembre, según los resultados de los partidos anteriores, puede ser una bomba en el estadio azulgrana.
Pese a las catástrofes europeas en Roma y Liverpool, las dos Ligas ganadas siempre ha sido el flotador de Valverde, quien, ciertamente, más o menos criticado, parecía saber qué hacer con las herramientas disponibles. Su equipo mantenía una línea que ahora se ha roto con cambios de rumbo y decisiones controvertidas que alimentan la sensación de que algo se le está escapando de las manos. En Butarque jugaron cuatro delanteros en un 4-2-3-1 inédito y, posiblemente, pensado para no señalar a Griezmann con una suplencia en un momento en el que toca dar cabida a Dembélé porque tiene más chispa, siendo intocables Messi y Luis Suárez. Salió fatal.
Nadie entiende tampoco qué pasa con Rakitic, tan importante en sus dos primeros años, ahora marginado al banquillo y, sin embargo, recurso cuando las cosas van mal. La interpretación es que el club necesita venderle para tener ingresos, que Valverde aceptó, pero que sigue pensando que le necesita. Arthur entra y sale del once sin razones argumentadas. Y Busquets, baja en el Metropolitano por sanción, ya se está acostumbrando a ser cambiado en momentos en los que los mejores siempre suelen estar en el campo.
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La moda es señalar a Piqué por su vida paralela al fútbol como empresario que ha organizado la Copa Davis en Madrid, motivo por el que vivió toda la semana viajando y volviendo desde Barcelona en un avión privado. Y como no estuvo fino en el gol del Leganés, parece el único culpable. Lo suyo entraría dentro de la autocomplacencia y de la excesiva libertad que el entrenador y el club dan a unos jugadores que mandan demasiado, pero la preocupación va mucho más allá. Y esta semana, ante el Dortmund y el Atlético, quedará claro si hay razón para dramatizar o si este equipo que tiene siete vidas, que lleva años esquivando el fin de ciclo, vuelve a resurgir.
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