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P. ríos
Barcelona
Miércoles, 17 de febrero 2021, 14:32
Un final de ciclo es un final de ciclo. Si pocos meses después de consumar una de las temporadas más terroríficas de la historia del club, el Barça ya intimidara otra vez en Europa no sería un final de ciclo, sino una crisis pasajera. Y ... no, de donde vienen Messi, Busquets, Alba, Piqué y Ter Stegen, por mencionar a los que han estado en todas las catástrofes del último lustro, es de una ciénaga maloliente. Todavía llevan la ropa manchada de tanto lodo putrefacto.
Con Ronald Koeman se ha recuperado la voluntad de querer volver a hacerlo bien, que no es poco, pero queda claro que con las buenas intenciones no basta para competir al nivel más exigente. Si el equipo azulgrana había perdido todos los partidos decisivos esta temporada (Real Madrid, Atlético, Juventus, final de la Supercopa ante el Athletic, ida de la semifinal de Copa contra el Sevillla...) era porque, como ya reconoce el técnico holandés, le «faltan muchas cosas».
Ante un PSG más compenetrado porque viene de jugar una final de Liga de Campeones y con un crack mundial emergente como Mbappé, lo normal en el fondo es que el barro siguiera petrificando las botas de los jugadores de un Barça que cayó con estrépito en la ida de octavos de final: 1-4. Parece reiterativo recordarlo, pero el equipo azulgrana se despidió de la última edición con 2-8 ante el Bayern y con un crack mundial en decadencia lógica por edad como Messi. Unos pocos meses después, todo sigue parecido. Es lo que hay. Los milagros no existen.
De lo que sucedió el martes en el Camp Nou lo más sorprendente es que el Barça no fuese consciente de sus limitaciones actuales y se atreviera a pelear a pecho descubierto con el PSG. Faltó humildad y bastantes tablas como entrenador al propio Koeman ante un técnico más moderno como Mauricio Pochettino.
Fue una mala idea acceder al deseo de Gerard Piqué de reaparecer antes de los previsto de una lesión de rodilla que pintaba grave y que superó en poco menos de tres meses de baja. Pero lejos de contagiar entereza a sus compañeros, lo que transmitió fue miedo colectivo a exponerle a pulsos con Mbappé. Tampoco llegó el central a las coberturas que necesitaba Sergiño Dest, un juguete en tamaño y en recursos ante la potencia del crack francés.
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A Koeman no se le ocurrió otra cosa que pedir a Dembélé, quien no ha defendido en su vida, que ayudara a Dest, pero partiendo de un ingenuo 4-3-3. Así, sin oposición, el talento y la potencia de Mbappé arrasó al Barça con tres goles y varias acciones que fueron empequeñeciendo poco a poco a todos su rivales.
«Estamos en transición y el PSG está hecho», defendió Koeman con realismo tras la debacle. Pero no se lo aplicó en la preparación del partido, que con ese argumento pedía un 4-4-2 más consistente y bastante más prudencia que la empleada. Y eso que Neymar y Di María eran baja por lesión, aunque en ese sentido el Barça tampoco salió bien parado porque Araujo, Sergi Roberto y Ansu Fati, tres de los cuatro lesionados, hubieran jugado seguro de inicio. De Coutinho mejor no hablar.
El joven central uruguayo es el único con potencia para hacer frente a Mbappé y el de Reus quizás podría haber actuado en la media por delante de Dest para intentar frenar a ese fenómeno. La lesión de Ansu Fati ha penalizado demasiado a un Barça que regaló a Luis Suárez al Atlético. Su desparpajo en las primeras jornadas sí se añora.
El peligro ahora para el Barça es quedarse sin objetivos en menos de tres semanas. Remontar el 3 de marzo un 2-0 al Sevilla en la Copa con este nivel parece una quimera, a París parece que habrá que viajar el 10 de marzo con pánico para evitar una goleada y en la Liga el Atlético parece inalcanzable. Koeman tiene que transmitir que en la Liga hay que seguir ganando pase lo que pase para que no peligre el segundo puesto o la clasificación para la Champions si el equipo se le cae ante una falta de estímulos.
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