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Hinchas del Spartak de Moscú, durante un partido ante el Sevilla. Archivo
El fútbol y la guerra
Análisis

El fútbol y la guerra

El hombre lleva siglos intentando hallar sustitutos para los conflictos armados como el que amenaza a rusos y ucranianos

Martes, 22 de febrero 2022, 17:31

En el año 361 a. C., romanos y galos batallaban en uno de los márgenes del Aniene, afluente del Tíber. Se disputaban un puente, sin que la balanza se inclinara del lado de ninguno de los dos ejércitos. Finalmente, los galos recurrieron a una antigua ... práctica: uno de sus mejores luchadores desafió a quien quisiera enfrentarse a él. Tito Livio cuenta que el poderoso galo se burló del romano, de menor estatura, al que sacó la lengua. Pero este logró vencerle, darle muerte y arrebatarle su torque (una especie de collar), de ahí que se ganara el apodo de Torcuato. Al día siguiente, los galos levantaron el campamento y se fueron.

El ser humano tiene su lado bestial, pero también la razón le lleva a indagar cómo redirigir ciertos impulsos destructivos hacia formatos de confrontación menos sangrientos que la guerra. La ventaja de estos duelos resultaba evidente a los ojos de los pueblos antiguos: solo moría un guerrero. También los celtíberos conocían esa tradición. Numancia prefirió resistir y perecer, pero otra ciudad sitiada, como Intercatia (tal vez en Paredes de Nava, Palencia), propuso un combate a dos. Según Apiano, el romano venció al vacceo, pero aquello sirvió para que el conflicto acabara en un tratado, en vez de en una encarnizada lucha.

El fútbol es nuestro más popular remedo del conflicto bélico. Hace unos días, Rusia y Ucrania se enfrentaron en la semifinal de la Eurocopa de fútbol sala. El destino quiso que pugnaran, con un balón por medio, dos países al borde de la guerra y que llevaban 14 años sin enfrentarse en competición oficial. Rusia se impuso por un solo gol. Los jugadores no se dieron la mano al final del partido, pero nada más.

Entre los duelos a muerte de la Antigüedad y el fútbol actual median siglos de intentos por reemplazar la guerra por otros simulacros menos lesivos. En la Edad Media, no fue infrecuente que los dos ejércitos en disputa nombraran a sendos trovadores que se batían en una porfía de versos satíricos, improvisados al momento. Así se lidió una lucha entre árabes y mozárabes sublevados en la Alpujarra, a principios del siglo X. El invento suponía un paso en el proceso de civilización, dado que se sustituían las armas por la palabra, las bajas físicas por las humillaciones verbales.

Los exabruptos orales en los estadios constituyen, de hecho, el recuerdo de que todo enfrentamiento requiere de algún tipo de desfogue colectivo y de que nuestro instinto guerrero y tribal aún no ha sido aniquilado del todo. Sabemos que tanto en los antiguos combates entre dos luchadores, como en las controversias repentísticas del Medievo, los ejércitos adversarios animaban a sus representantes. Diodoro Sículo relata en el siglo I a. C. que los soldados «se ponen a celebrar con cantos la bravura de sus antepasados y proclaman su propio valor, mientras que injurian y humillan al adversario; en suma, tratan de despojarle de su ánimo con las palabras antes del combate». El desahogo permite la participación en la contienda, a la par que la expresión de la ira.

El 24 de diciembre de 1914, los soldados alemanes e ingleses acordaron una tregua en el frente de Ypres (Bélgica). Salieron de sus trincheras y disputaron un partido de fútbol que ganaron los germanos por la mínima. No tenían autorización de sus mandos superiores, pero durante unos días decidieron intercambiar las granadas por las patadas, y los intentos por contener al ejército enemigo dieron paso a alguna que otra zancadilla para que el rival no consiguiera llegar al área libre de marcaje. Parece que Adolf Hitler, que era un cabo de infantería, no aprobó aquella tregua.

Rusia ha enviado tanques a las dos zonas separatistas de Ucrania y todo apunta a que se prepara para anexionarlas, mientras que el presidente ucraniano, respaldado por Occidente, asegura que su país «no tiene miedo de nada ni de nadie». Mi hija de 14 años me pregunta hoy por las razones de la guerra que parece que se avecina. No sé qué decirle, pero se me ocurre llevarle al Sevilla-Betis de este fin de semana.

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