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Tras colgar las botas, uno de cada tres futbolistas se divorcia antes del primer año

Alberto del Campo Tejedor

Martes, 19 de octubre 2021, 17:29

El divorcio de Iker Casillas y Sara Carbonero ha acaparado portadas en la prensa este año, pero no ha suscitado ningún debate sobre ciertas experiencias que viven los jugadores después de retirarse. Según un estudio llevado a cabo en Inglaterra por Xpro (una organización que ... se ocupa de los exfutbolistas profesionales), uno de cada tres futbolistas casados se divorcia antes del primer año posterior al abandono de la práctica deportiva. Otros le siguen en los años siguientes. A menudo el exjugador que ve cómo su matrimonio se va al garete participa de otra estadística demoledora: tres de cada cinco exfutbolistas se hallan en bancarrota antes de que transcurran cinco años desde su jubilación.

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En los últimos tiempos me he embarcado en un estudio antropológico con el objetivo de arrojar luz sobre algunas de las facetas ocultas y menos conocidas del fútbol. He entrevistado a docenas de antiguos jugadores. Sus testimonios sobre los años posteriores a su retiro son frecuentemente desgarradores. No pocas veces, el futbolista en activo lleva un estilo de vida glamuroso, sin mucha conciencia de su despilfarro consumista, hasta que, de la noche a la mañana, deja de entrar dinero en la cuenta corriente. Muchos se arriesgan en negocios ruinosos, en ocasiones mal aconsejados por un entorno que saca provecho vilmente, otras veces guiados por un superego que inconsciente y erróneamente acaba creyendo que nada se le puede resistir a quien ha jugado 200 partidos en Primera y es saludado por la calle. El exfutbolista se da de bruces: en el banco le reconocen, sí, y el director de la sucursal —futbolero él mismo— le agasaja como en la época en que firmaba autógrafos, pero si las cosas se tuercen, no hay trato de favor.

No es probable que sintamos compasión por quien acaba arruinado, después de una vida de derroches y lujos. Pero no todos son multimillonarios. Los medios se acuerdan de casos como el de Eboué, que, tras pasar por el Arsenal y el Galatasaray, acabó esperando a que la policía le desahuciara de su casa, desplumado, según él, por su mujer, mientras tramaba una demanda de divorcio coincidiendo con su ocaso futbolístico. Pero nadie se acuerda de los muchos jugadores modestos, especialmente de los que militan en Segunda y otras categorías inferiores, cuyos dramas familiares no son noticiables.

El divorcio no obedece solo a los frecuentes problemas económicos. La tensión aumenta porque, de repente, el exjugador está todo el día en casa, sin nada que hacer. Según algunos bio-psicólogos, la interrupción del deporte de alta competición conlleva un súbito descenso en la producción de adrenalina, lo que genera a veces trastornos psicológicos de inadaptación. La ansiedad y la frustración del jugador degenera a veces en episodios de violencia doméstica. La esposa hace bien en irse, claro.

Sería simplista describir todo esto en términos de víctimas y verdugos. Si el jugador se desarrolla en un ambiente testosterónico, ese mismo machismo le devuelve la jugada: muchos se sienten desubicados y sufren el «síndrome del macho improductivo», que también experimentan los hombres que pierden el trabajo y que no pueden cumplir con el rol de género tradicional como proveedor. Esto es frecuente en los parados de larga duración en torno a los 50. En el caso del exjugador, la situación es más chocante porque, en la treintena, está en la plenitud de su vida productiva. Y, sin embargo, sencillamente no sabe hacer otra cosa que pegar patadas al balón. Con una mezcla de ira y resignación, ve cómo su antiguo club no le proporciona un trabajo, porque no tiene pericia alguna y acude con el error de cálculo de pensar que, por haber sido profesional, puede entrenar al menos a los alevines. Nos pocas veces, te los encuentras arrastrados en una espiral de autodestrucción: se dan a la bebida o simplemente se gastan lo poco que va quedando en juergas en que patéticamente intentan recrear la vida de popularidad que se les esfuma delante de sus narices.

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Me dice Valdano que entre los jugadores jamás se habla del día después al que cada cual tendrá que poner su punto y final. Tampoco se lo transmiten los entrenadores. Es habitual que estos hagan instalar en los vestuarios carteles motivadores como «Los partidos no se juegan, se ganan». No estaría de más que alguno les recordara aquello de «Más dura será la caída» o el viejo refrán popular: «Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana». Y si no, siempre pueden poner en el autobús, tras el partido, aquella canción que advertía: «Cuando yo tenía dinero, me llamaban don Tomás…».

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