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Joan Jordán, sentado, rodeado de jugadores del Betis. efe
El episodio del Villamarín como acto de civilización

El episodio del Villamarín como acto de civilización

Domingo, 16 de enero 2022, 15:33

En el año 59 d.C., ocurrieron ciertos desórdenes en el anfiteatro entre los aficionados rivales de Pompeya y Nocera. Por aquel entonces, las ciudades vecinas no rivalizaban, como hoy, en términos futbolísticos, sino apoyando cada cual a su gladiador preferido. Hubo varios muertos y ... heridos graves, según cuenta el historiador romano Tácito. El senado acabó prohibiendo los combates de gladiadores durante diez años, aunque la pena se levantó a los seis. Durante ese tiempo, las luchas de gladiadores se sustituyeron por competiciones de atletas.

El incidente protagonizado por un energúmeno en el Benito Villamarín ha desatado todo tipo de comentarios y titulares periodísticos: algunos medios lo califican de escándalo, otros hablan de tolerancia cero frente a estos execrables actos. Y los detractores del fútbol se regocijan porque creen que el episodio les da munición para argumentar que este deporte incita a la sinrazón (y hay, incluso, quien clama por su prohibición).

Sin dejar de repudiar el suceso, yo lo veo de otra manera: con perspectiva histórica. Porque, en realidad, lo ocurrido pone de manifiesto que existe una rígida reglamentación: no solo se persigue al culpable directo (al que, en ocasiones, se le prohíbe entrar en un estadio a perpetuidad), sino que se sanciona también al club y a su afición, lo que genera un efecto disuasorio: no vale la pena. El hecho de que otorguemos gravedad al lanzamiento de un objeto de plástico que impacta sobre un jugador es la prueba de que la sociedad se toma muy en serio la violencia.

El fútbol es, en gran medida, un sustituto de otras formas de violencia. La ira, el odio e incluso cierto instinto tribal son probablemente inherentes a nuestra naturaleza, dado que no dejamos de ser animales. La civilización moldea estos impulsos, proporciona contextos donde pueden airearse como una válvula de escape, fija los límites precisos dentro de los cuales es admisible su expresión, para reconducir su faceta destructiva. Así, por ejemplo, en los estadios se tolera casi todo tipo de exabrupto verbal, pero hemos acordado que no son lícitas las agresiones físicas.

Un descerebrado se saltó a la torera las normas que nos hemos dado para mantener la rivalidad, el furor y el fervor tribal dentro de unos parámetros razonables. Es condenable, sin duda. Pero lo que yo veo en el Villamarín es cómo desfilan hacia la salida, abnegadamente, 45.000 aficionados que asumen pacíficamente la suspensión del partido. Probablemente nunca podremos controlar del todo que un miembro aislado ejerza la violencia más allá de lo instituido. Sin embargo, yo me congratulo de que el resto sea tan civilizado.

Sevilla amaneció calmada. Eso sí: no se hablará de otra cosa durante toda la semana. Porque los derbis no solo se juegan, sino se comentan, se discuten. El fútbol no sería nada sin la palabra, decía con razón Valdano. Por doquier se ve a los aficionados rivales en dialéctica, cada cual interpretando el suceso a su manera y, evidentemente, arrimando el ascua a su sardina. Que si Jordán sobreactuó siguiendo instrucciones de algún miembro del staff técnico, para que se aplazara un partido en que el Sevilla sucumbía ante el superior juego desplegado por el rival. O, por el contrario, que el episodio muestra la marrullería de ciertas aficiones, poco educadas frente a la templanza del equipo señor de la ciudad.

Hace 2.000 años, los altercados en el anfiteatro de Pompeya saltaron los muros del recinto y se esparcieron por la ciudad. Las aficiones rivales primero se insultaron, después empezaron a tirarse piedras y, finalmente, recurrieron a las armas. Todo ello aconteció en las calles, dado que el Estado romano ya tomaba medidas antiviolencia: prohibía entrar con armas en el anfiteatro, de la misma manera que actualmente no se puede llevar al estadio ni siquiera una botella de agua cerrada, para que no se utilice como arma arrojadiza. La sociedad avanza: hoy en Sevilla las aficiones simplemente discuten. El homo sapiens lleva miles de años poniendo cerco a su inclinación violenta para que podamos convivir. Aunque de vez en cuando nos tropecemos, vamos por buen camino: el fútbol es nuestra contienda civilizada.

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