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El Cádiz está en puestos de descenso. Ben Harburg, el multimillonario empresario norteamericano, que se ha hecho con el 6,5% de las acciones de la entidad cadista, dice tener la solución para que su equipo no solo se mantenga en Primera, sino consiga, en ... dos o tres años, competir en la Europa League: globalizar el club. La estrategia pasa por aumentar el número de seguidores a escala internacional y muy especialmente en el mercado más grande del mundo: China. ¿Cómo lograrlo? Creando contenido en las redes para el consumidor chino, consiguiendo patrocinadores chinos y, sobre todo, fichando a algún jugador chino.
Cientos de millones de aficionados chinos siguen al Espanyol por televisión (y pagan por ello, claro) porque allí juega Wu Lei. Harburg cree que el Cádiz debería emular a otros equipos de la Premier que tienen una sede en Beijing. Es allí donde habría que vender la marca Cádiz. Por ejemplo, hace unos meses el Manchester United abrió en la capital china un centro de ocio bautizado con el característico apelativo de Old Trafford: 'Theatre of Dreams'. El lugar ofrece un viaje interactivo por la historia del club, para que el aficionado asiático pueda consumir todo tipo de merchandising e incluso ¡saboree la apreciada gastronomía anglosajona!
Harburg, que ha vivido hasta en 20 lugares diferentes (entre ellos El Puerto de Santa María), es consciente de que muchos aficionados «no entienden o no quieren que el Cádiz sea un equipo global», pero lo considera inevitable si se quiere rentabilidad. La homogeneización es una de las facetas de la globalización: la afición del Cádiz, como la propia historia del club, puede ser singular, pero la lógica mercantil acabaría imponiéndose. El resultado es que los clubs tienen, cada vez más, una misma estructura empresarial, se plantean unos mismos objetivos y unas mismas estrategias para conseguirlos. Incluso lo que se ve en un estadio sería semejante. Tomar un chato de vino en el casco viejo de Vitoria constituye una experiencia muy diferente a beber una cerveza en un chiringuito de playa en Cádiz. La globalización no ha difuminado todas las particularidades culturales. Sin embargo, el fútbol es cada vez más homogéneo. Salvo por las camisetas, ya es imposible distinguir en el terreno de juego si juega el Cádiz o el Alavés.
A pesar de esta evidencia, el aficionado veterano también sabe que no se asimilan exactamente los mismos patrones culturales en El Puerto de Santa María y en Jerez (donde aprendieron a regatear Kiko, Güiza o Joaquín), que en el Danok Bat bilbaíno (donde se formó Íñigo Lekue). En términos antropológicos se puede afirmar que, pese a la creciente uniformización, los canteranos aún maman distintas «culturas futbolísticas», igual que los jóvenes de Chiclana y de Lekeitio tienen una diferente manera de divertirse, unos en la Feria de San Antonio, otros en el «Anztar Eguna», el día de los gansos. Sí, los clubs y los jugadores cada vez se asemejan más, pero persisten singularidades culturales que se pueden potenciar o anular.
Mientras algunos directivos del Cádiz quieren que el club siga los pasos de los grandes equipos de la Premier, un grupo de aficionados fomenta la idea de que se debería copiar la filosofía del Athletic: de amarillo se vestirían solo futbolistas nacidos o formados en la provincia, lo que aseguraría que la especificidad en las gradas estuviera acorde con una peculiar idiosincrasia también en el terreno de juego. Otro grupo de cadistas ha lanzado una idea a contracorriente: deberían descender a Segunda. Allí estarían a salvo de depredadores que actúan como si Mágico González jamás hubiera pisado el césped del Carranza, hoy rebautizado como Nuevo Mirandilla: «Mejor que bajemos ya». Suena a cachondeo, pero algunos aficionados lo plantean en serio. Al menos, con la ingeniosa ambigüedad con que suelen formularse las cosas serias en la Tacita de Plata, incluso aunque aún no sea Carnaval. Parece que, pese a todo, cada afición es un mundo. Queda por ver quién tiene el poder para trazar el destino de un club, qué modelo se impone y para quién. Porque a lo mejor el Cádiz se hace tan indistinguible de cualquier otro equipo, que entonces ya no quedará nada por vender.
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