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J. Gómez Peña
Sábado, 18 de marzo 2023, 19:05
La Milán-San Remo es un acertijo. La menos difícil de las grandes clásicas es la más complicada de conquistar. En el ciclismo rige casi siempre la ley del más fuerte. Pero esa regla no se cumple a menudo en la 'Primavera', que así se ... llama también esta carrera tan peculiar. Mucha veces gana el que mejor resuelve la prueba: el que espera para detonar su bala en el momento justo. Por eso hay tantos que se creen con opciones, un portento capaz de casi todo como Tadej Pogacar, una trituradora como Wout van Aert o velocistas como Jasper Philipsen o Mads Pedersen. Pero esta vez sí se impuso la fuerza, que tiene nombre neerlandés, Mathieu van der Poel. Hace un año hizo algo en el Tour que no había hecho su abuelo Raymond Poulidor. Se vistió de líder, de amarillo. Ahora acaba de hacer algo que ya había logrado el recordado 'Poupou' en 1961: ganar la clásica más difícil de ganar.
El largo y bello paseo por la costa sirvió para poner al pelotón al baño maría. En 300 kilómetros da tiempo para cocer muchas piernas, incluidas las de los fugados. En la Milán-San Remo casi todo está ordenado. El guion previsto suele cumplirse. Y así, como se esperaba, el UAE de Pogacar inició la cuenta atrás en el alto de la Cipressa, a una treintena de kilómetros del final. El esloveno, doble ganador del Tour y de 'monumentos' como la Lieja-Bastogne-Lieja y el Giro de Lombardía, quiere más. Todo. Y sabe que la 'Primavera' es quizá la clásica más esquiva para él. Le falta la dureza que él reclama y que esta temporada ya le había dado nueve victorias en apenas 13 días de competición.
Pogacar aspira a ser como Eddy Merckx o Bernard Hinault. Un depredador. Pero el ritmo del UAE no endureció lo suficiente la Cipressa. Como casi siempre, la selección la iba a hacer el Poggio, la colina que sube del zócalo marino hasta un curva donde aún se levanta una cabina telefónica. Guiño al pasado. En esos cuatro kilómetros de subida vertiginosa, el Bahrain pretendió colocar a Mohoric, ganador en 2022 encogido y aerodinámico sobre la tija telescópica de su sillín. El truco tecnológico no le sirvió esta vez. Pogacar, lanzado por un acelerón a lo bestia de su compañero Wellens, reventó la cuesta y a casi todos. Sólo tres se sostuvieron a su estela: Van Aert, Filippo Ganna y Van der Poel. Demasiada compañía para el esloveno voraz.
Así que insistió con otra sarta de pedaladas. Los puso al límite, aunque no los ahogó. Y ahí, cuando los corazones iban desbocados, apareció el único que aún guardaba tres bocanadas de más: Van der Poel. «Me sentí bien. Sabía que tenía ese ataque». Y atacó con la cima a la vista. De pie. Codos fuera. Al galope. Dobló la última curva, la de la cabina telefónica, como si fuera a despegar de un portaaviones. A 50 metros, Pogacar, que tiraba de Van Aert y Ganna, trazó ese giro a cámara lenta. La clásica estaba decidida.
El descenso no varió el veredicto. Y Van der Poel, campeón del mundo de ciclocross, líder del Tour y vencedor de Tour de Flandes (dos veces) y la Amstel Gold Race, bajaba ya hacia el triunfo en San Remo que su abuelo Raymond había recogido en 1961 y que su padre, Adrie van der Poel, tuvo cerca en un par de ocasiones. Ganna y Van Aert le acompañaron en un podio al que no subió Pogacar, cuarto. En la 'Primavera', esta vez se cumplió la ley del ciclismo y se impuso el más fuerte, el heredero de la familia Van der Poel-Poulidor. «Sobre todo, estoy contento por la manera en la que ha ganado. Vencer aquí es muy especial», declaró Mathieu van der Poel, que sigue escribiendo la historia de su familia y del ciclismo, el deporte que lo pasa bomba con esta camada de campeones.
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