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Cuatro niñas velan el cadáver de otra pequeña en una imagen tomada entre 1890 y 1920.
El último recuerdo de un ser querido

El último recuerdo de un ser querido

Titilante Ediciones publica un exquisito libro que recoge las cientos de fotografías 'post mortem' que el actor Carlos Areces lleva coleccionando desde hace quince años

Iker Cortés

Madrid

Jueves, 6 de enero 2022, 00:03

Además de actor, dibujante y la mitad de Ojete Calor, Carlos Areces (Madrid, 1976) es también un coleccionista nato. Dice, claro, que sus filias van por etapas y por momentos. En julio de 2021, cerró una muy importante con la publicación de 'Post Mortem', un ... exquisito volumen de lujo, primorosamente editado por Titilante Ediciones, que recoge casi al completo las cientos de fotografías de muertos que el madrileño ha ido adquiriendo en los últimos quince años.

A Areces ya le fascinaba la fotografía antigua, sobre todo la que se centraba en la intimidad familiar: bodas, retratos familiares… «Tengo una gran colección de comuniones, que en el siglo XIXy principios del XX eran una muestra de distinción y estatus porque no se las podían permitir muchas familias», explica. La preparada puesta en escena, la «angustia religiosa» que tiñe todo lo que tiene que ver con los ritos, y los trajes tan especiales, «con las niñas envueltas en esos miriñaques y esos bordados alucinantes» fascinaban a Areces. Así que cuando en 2001 se topó con 'Los otros' de Alejandro Amenábar, su afán coleccionista era ya terreno más que abonado para lo que allí se iba a encontrar.

En aquel largometraje, ganador de quince goyas, el principal giro de la trama se revelaba cuando Nicole Kidman hojeaba un libro de fotografía 'post mortem'. «Ahí aprendí que había una práctica que consistía en hacer retratos a la gente que había fallecido. Eran el último recuerdo de un ser querido y, a menudo, el único retrato que se les había hecho porque la fotografía entonces era muy cara», cuenta Areces, que pasó de inmediato a interesarse por un género fotográfico tan fascinante como poco conocido. Supo entonces de la existencia de un coleccionista neoyorquino llamado Stanley B. Burns, que en los noventa publicó 'Sleeping Beauty', «el primer monográfico sobre fotografía 'post mortem' volcado en la parte gráfica», del que pronto se hizo con una copia.

Y comenzó a adquirir imágenes. No fue fácil. «Como nuestra percepción de la muerte ha cambiado, se ha destruido muchísima fotografía 'post mortem'», señala. Al hecho de que quienes heredan esas imágenes, ya sean nietos o biznietos, no reconocen a ningún familiar en ellas, se suma tener fotografías donde aparezca gente muerta «nos hace sentir sucios», reflexiona el actor.

No recuerda Areces dónde compró sus primeras fotografías 'post mortem', pero bien podría ser Casa Postal, un sitio especializado en coleccionismo de papel antiguo ubicado en el barrio de Chueca. «No es un lugar especialmente barato, pero lo tienen todo muy bien clasificado y archivado», comenta. Cuando lanzó la pregunta –«¿Tienen fotografía 'post mortem'?»– notó cierta complicidad. El vendedor abrió un cajón del que extrajo un sobre con tres fotografías y Areces compró su primer ejemplar. Internet apenas acababa de echar andar y Areces fue engrosando su colección con visitas «a mercadillos, tiendas de viejos, librerías de segunda mano, anticuarios…».

A pesar de que la fotografía 'post mortem' era una práctica habitual en el siglo XIX y a principios del XX, la historia de la fotografía trata el tema de puntillas, por eso cuando el responsable de Titilante Ediciones contactó con él para elaborar un libro en torno a su colección (Postmortembook.es), no se lo pensó. «A los coleccionistas lo que nos gusta es compartir nuestras colecciones. Al final yo considero que todo lo que estoy archivando es información que nos va llegando de épocas pretéritas y poder recopilarlo, archivarlo y ponerlo en un libro es un poco la expectativa que tenemos todos», dice.

Tres de las imágenes presentes en el libro.
Imagen principal - Tres de las imágenes presentes en el libro.
Imagen secundaria 1 - Tres de las imágenes presentes en el libro.
Imagen secundaria 2 - Tres de las imágenes presentes en el libro.

Dos años y un par de meses les ha llevado ponerlo a punto. Virginia de la Cruz Lichet, considerada la mayor experta europea en fotografía de difuntos y doctora en Historia del Arte por la Complutense, se ha encargado de escribir los textos -«Ha mezclado la parte más académica del tema con la parte más espiritual, que tiene que ver con el deseo de trascendencia del ser humano», desarrolla Areces- que acompañan a las evocadoras fotografías en esta edición limitada a 1.839 ejemplares, un guiño al año en que se considera que nació oficialmente la fotografía. Se trata de un libro de gran formato de 222 páginas, con 150 fotografías de más de quince países distintos, que va en el interior de una caja hecha a mano, con una banda funeraria, la reproducción facsimilar de un recordatorio, doce láminas y siete desplegables. ¿Su precio? De momento, 240 euros, pero en breve subirá a 295. «En su día -comenta Areces- nos planteamos hacer algo más asequible e incluso una edición aún más exclusiva, pero dado que el tema nunca va a convertirlo en un bestseller... Al final es decisión del editor y a mí no me parece una mala elección porque en el fondo es un tema tan especial que la mayoría de gente que se va a acercar a él van a ser catedráticos, expertos en fotografía o coleccionistas y no tanto curiosos accidentales, así que van a valorar que se trate de una edición tan trabajada».

«Como nuestra percepción de la muerte ha cambiado, se ha destruido muchísima fotografía 'post mortem'»

Carlos Areces

La conservadora Cecilia Casas fue la encargada de catalogar la colección de Areces y algunas de las imágenes acabaron quedando fuera del libro porque había dudas sobre su autenticidad. Siendo la fotografía tan cara en aquel momento, Areces pensaba que cuando alguien se retrataba con su bebé o su hijo pequeño, «trataba de sacarlo lo más lozano y espabilado posible». La conservadora le sacó de su error. «Como los daguerrotipos necesitaban mucho tiempo de exposición, a menudo se esperaba a que los bebés estuvieran dormidos para que no se movieran durante la fotografía», describe el actor.

Daguerrotipo elaborado posiblemente en EE UU entre 1850 y 1870.

Cabe preguntarle cuál es la imagen que más le ha sobrecogido de las que atesora. «Una de las que me impresiona es una en la que hay una niña muerta y, a su lado, velándola, otras cuatro niñas de la misma edad», describe. «Te deja claro que la muerte no era algo que se mantuviera alejado de los niños. Antes el trato con los muertos era mucho más cotidiano porque la esperanza de vida era menor y la mortalidad infantil era muchísimo mayor. A los muertos se los velaba en las casas, sobre la cama, las vecinas ayudaban a vestirlos, los niños se acercaban para darles besos... Era un ritual que no tiene nada que ver con la manera que tenemos de vivirlo hoy, en un tanatorio, detrás de una ventana de cristal y prácticamente sin ver al muerto, ni nada que nos recuerde la finitud en sí. Una imagen como esta hoy en día resultaría chocante y diríamos que es morbosa. En aquella época, esta fotografía era una intención de mantener fijo el recuerdo de un ser querido que ha desaparecido. Hoy en día nosotros pagamos para no encargarnos de nada y para ver lo menos posible al muerto. No es ni mejor ni peor».

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