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Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza (1921-2002) pudo ser un coleccionista tan conservador como su padre. Pero se rebeló. En vez de coleccionar sólo pintura antigua, apostó por el «degenerado» expresionismo alemán (como lo descalificaba el Tercer Reich) y abrió las puertas de su fabulosa colección ... al arte moderno. El museo Thyssen-Bornemisza homenajea ahora al aristócrata que lo hizo posible reuniendo 80 de las joyas de maestros expresionistas de su galería.
Unos cuadros que el barón persiguió por salas de subastas y colecciones de todo el mundo y cuya compra le sirvió para expiar el pasado filonazi de su familia. «El hecho de que estos artistas hubieran sido oprimidos por el régimen nazi y su arte etiquetado oficialmente como degenerado fue un incentivo añadido para coleccionarlos», reconocía el propio barón al apostar por un tipo de pintura que se movió entre el éxito y la condena, muy alejada de los intereses paternos. Era su manera de 'matar al padre', pictóricamente hablando.
«Fue un coleccionista rebelde. Se rebeló contra el conservadurismo de su padre y el pasado nazi de la familia, en especial de su tío Fritz. Cambió el rumbo de la colección cuando podía haber seguido la tradición», destaca Paloma Alarcó, jefa de Pintura moderna del Thyssen y comisaria de 'Expresionismo alemán', la muestra con la que el museo trata de retomar velocidad de crucero en plena pandemia.
«Con los 80 cuadros expuestos se puede explicar todo el expresionismo alemán», asegura Alarcó de una muestra brillante, en cartel hasta el 14 de marzo, y en la que apabulla la calidad de las obras y los artistas: Munch, Nolde, Van Gogh, Kandinsky, Klee, Gauguin, Grosz, Feinninger, o Macke entre muchos otros.
Destaca Alarcó cómo en su búsqueda «el barón se movió por todos los países y demostró una mentalidad enciclopédica». «Sabía muy bien qué quería y perseguía lo que le faltaba. Son todos cuadros con pedigrí», resume la comisaría, que destaca la debilidad del barón por artista como Kirchner o Nolde, y que todas las piezas fueran «compradas por él».
Tras heredar el grueso de la colección del padre, fallecido en 1947, Heini, como los suyos llamaban al joven barón, comenzó a adquirir pinturas pensando en continuar su labor. Durante quince años coleccionó sólo obras de maestros antiguos, hasta que empezó a sentirse incómodo con las ideas paternas que despreciaban el arte moderno. «Mi padre me lavó el cerebro para que pensara que el arte se acababa en el siglo XVIII y que el del siglo XX tenía poco interés. Durante mucho tiempo le creí», reconoció el barón en una entrevista.
«El hecho de que parte su familia fuera filonazi hace que el rescate de esa obras sea una forma de expiar su pasado. Era su manera de decirle a todo el mundo que no pensarán que era como su tío Fritz, muy cercano Hitler», asegura Alarcó. Su reactiva filia expresionista «fue también la puerta al coleccionismo de arte modero, al cubismo a las vanguardias rusas o a la pintura americana, que acabó siendo determinante en la colección», subraya la comisaria. «El expresionismo alemán fue el punto de partida de mi colección de maestros del siglo XX» reconocía el propio aristócrata.
Alarcó ha querido contar además con la exposición la relación del barón con sus marchantes y el auge y caída de la generación de grandes pintores, «muy maltratada por la historia». Tuvieron cierto éxito al principio que sepultó el estallido de la I Guerra Mundial. Volvieron a tener cierta relevancia con el armisticio y se midieron de tú a tú frente al cubismo, el fauvismo y el futurismo. Pero llegaron los nazis y lo etiquetaron como arte degenerado, condenándolos de nuevo al ostracismo del que saldría en el último cuarto del siglo XX. «Fueron unos artistas desgraciados, que reaccionaron frente al conservadurismo y acabaron marcados por el trauma de las guerras y la implacable censura nazi, que al denigrarlo como arte degenerado se mofó de ellos».
La última exposición en vida del barón fue en Villa Favorita, su residencia en Lugano, y estuvo dedicada al expresionismo. Con la que ahora acoge el Thyssen, el museo se suma al espíritu del aristócrata y mecenas, convencido de que el arte hay que compartirlo. «El arte es una de las más sublimes formas de comunicación, aquella que extrae lo mejor qué encierra el ser humano», aseguraba el último marido de Camen Cervera, que a partir de 1960 puso en marcha una frenética actividad expositiva por todo el mundo para mostrar los su enciclopédica colección. Una política que le desvinculaba de nacionalismo alemán que guió a su padre y le identificaba con los valores de la nueva identidad alemana no belicista, más moderna e internacional.
Con esta muestra el Thyssen anticipa el homenaje en el centenario del aristócrata –se cumple el 13 de abril de 2021– que aumentó exponencialmente el valor de una colección que acabaría vendiendo al Estado español, que pagó 350 millones de dólares en 1993 por 775 obras. Todas las piezas expuestas proceden de la colección del barón, de la su viuda Carmen Thyssen, y de la de los hijos del coleccionista, Francesca y Alexander, que figuran con el crédito Thyssen-Bornemisza Collections.
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