Cañoncito Pum, Pancho, el Comandante, Öcsi… Ferenc Purczeld Biró recibió muchos nombres a lo largo de su vida, pero nosotros lo conocemos como Ferenc Puskás (1927-2006), el húngaro de oro. Puskás (pronunciado con acento en la a) significa «fusilero», un apellido que le vino ... al pelo al que fuera uno de los mejores delanteros de todos los tiempos y que sustituyó a aquel con el que nació, Purczfeld, por considerarlo su padre demasiado germano.
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Junto a Di Stéfano, Puskás fue la gran estrella del fútbol de los años 60. Exiliado de su país durante la revolución húngara de 1956 y declarado traidor por el régimen comunista, llegó al Real Madrid en agosto de 1958 con 31 años y casi 20 kilos de más, unas circunstancias que no parecían prometer nada bueno. Un régimen severísimo, impuesto por el mismo don Santiago Bernabéu consiguió que su disparo con la zurda volviera a ser el que había ganado el oro olímpico con la selección húngara en 1952. Durante su carrera madridista, Puskás ganó cinco ligas, tres copas de Europa y una intercontinental, y llegó a convertirse en uno de los futbolistas más populares y queridos de nuestro país.
Tal y como acostumbraba a hacerse en aquellos tiempos, cuando pisó España por primera vez la prensa tradujo su nombre de Ferenc a Francisco, y de ahí sus compañeros de banquillo pasaron a llamarle cariñosamente Pancho. «Pancho Puskas» se llamaría el bar-restaurante que montó en 1967, recién retirado del fútbol, a tiro de piedra del Santiago Bernabéu (Doctor Fleming, 24). Tal y como contó en su biografía 'Puskás sobre Puskás', a él iban a cenar numerosos personajes del mundo del arte y el deporte. Con terraza climatizada y un salón para 120 comensales, el Pancho era uno de los mejores locales de la ciudad y en él se podían probar diferentes especialidades de la comida española, francesa y húngara. Pese a todo no llegó a triunfar, igual que no lo hizo un negocio suyo anterior dedicado a la charcutería artesana y con el que Puskás creyó que se iba a hacer de oro.
En 1963, estando todavía en activo en el Real Madrid, solicitó al registro de la propiedad intelectual una marca para la elaboración y venta de salchichas y embutidos. Salchichas Puskas tendría unos breves pero fulgurantes 4 años de vida antes de caer presa de las deudas y los aranceles. O quizás la culpa fue del paladar de los madrileños, poco hecho por entonces a los gustos exóticos: las salchichas de la fábrica de Puskás eran picantes, elaboradas al estilo húngaro de Debrecen. Esta ciudad del este de Hungría es famosa por el debreceni kolbász o debrecener, un embutido hecho de magro y grasa de cerdo con paprika, ajo y mejorana y ligeramente ahumado. De esa manera tradicional y con los mejores ingredientes se elaboraban las salchichas del futbolista merengue, quien tenía una bonita historia personal relacionada con este producto tradicional de su país. Cuando era pequeño y comenzó a dar sus primeros toques al balón en Kispest, cerca de Budapest, un carnicero del barrio solía ofrecerle a él y a sus amigos una gran salchicha como premio a quien jugara mejor. El «tío Joszeph», como le denominó Puskás en su biografía, acabaría visitando al deportista en Madrid y trabajando cinco años en su fábrica de salchichas como encargado.
Aunque tuvieron cierto éxito inicial y se llegaron a comercializar en Andalucía y otras zonas de fuera de la capital, las salchichas Puskás no llegaron a calar entre los compradores tanto como entre la chavalería. Eran los más pequeños, los que soñaban con emular las jugadas del astro húngaro, los destinatarios de sus anuncios y de sus acciones promocionales. En un banderín de la época se puede ver cómo el producto se dirigía al público infantil con la idea de que «comiendo salchichas Puskas hago lo mismo» que un delantero. El reclamo de que contenían vitaminas imagino que iría destinado a las madres, pero aquella especie de chistorra picante y extranjera no tuvo suerte y desapareció del mercado en torno a 1968.
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