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Rafael Azcona, el guionista que nunca renunció a la literatura

Rafael Azcona, el guionista que nunca renunció a la literatura

La edición reunida de sus nueve novelas resalta la estirpe literaria del creador de 'La escopeta nacional': ficciones donde late el espíritu de toda su obra para el cine

Jorge Alacid

Lunes, 21 de octubre 2024, 00:40

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La imagen de Rafael Azcona sentado con José Luis García Berlanga en la cafetería de cualquier Corte Inglés, a la caza de situaciones y de tipos que les sirvieran para diseccionar la sociedad que asfixiaba más que rodeaba a ambos creadores ayuda a entender un factor tan complejo como central en su obra: el punto de vista. Sostenía el escritor (Logroño, 1926-Madrid, 2008) que ahí residía la clave de arco para distinguir una comedia de un drama: «Si me pasa a mí, es drama; si le pasa al otro, comedia». Pensar por lo tanto en el autor del libreto de 'La escopeta nacional', 'El verdugo' y otra cimas de nuestra cultura como un simple muñidor de ficciones a mayor gloria del propio Berlanga, Ferreri y otros socios de sus andanzas cinematográficas impide concluir que su obra, en realidad, es de índole literaria. Literatura por otros medios.

Se trata de una certeza que se abre paso en los últimos años coincidiendo con la exploración de su legado novelesco emprendida por la editorial Pepitas de Calabaza, que ahora alcanza su particular Everest: esa montaña que forma su producción literaria, reunida en una edición completa. Es la caja Azcona, un voluminoso cofre de tesoros donde se deposita su personal estilo, esa prosa desprovista siempre de artificios, donde luce el gran escritor que fue. Una veta abierta para escalar hacia el corazón de su obra y hacer cumbre, por ejemplo, mediante la lectura atenta de 'Los europeos', esa fábula moral donde habita todo el mundo del creador de 'Plácido'.

Es el mundo observado desde un velador de El Corte Inglés. El mundo que viajaba en su bolsillo a bordo del bonobús madrileño: el pasaporte hacia la posteridad donde se comprendía su capacidad para afilar la mirada (léase 'Memorias de un señor bajito', datada en la fecha en que todos los españoles lo eran), apiadarse de sus semejantes (léase 'Los ilusos', de cuando el mundo era en efecto una ilusión) y retratarnos tal cual somos, con esa carga de humor ácido pero siempre misericorde que se veía en el cine y también se lee: por ejemplo, en 'Los muertos no se tocan, nene'.

Julián Lacalle, su editor postmortem, observa mientras acaricia el lomo de su recién nacida criatura (ese todo Azcona compuesto por los nueve libros de su obra literaria que él llama «mayor») que la lectura de este cofre equivale a una suerte de viaje al fondo de nosotros mismos. Y como los héroes de Julio Verne, regresaremos de esta expedición con un par de reflexiones en el petate: que estamos ante «una de las cosmovisiones más importantes e influyentes de las últimas décadas» y que la vigencia de su obra queda fuera de toda duda.

«Imagen certera»

«La imagen que de este país nos legó Azcona», apunta Lacalle, «es más certera que la de la mayoría de libros de historia y sociología». Se refiere a algunos de los títulos antes citados pero también al resto de integrantes de esta colección 'todoazconiana', donde tropezamos con los balbuceos del primer Rafael. ('El repelente niño Vicente' o 'Cuando el toro se llama Felipe') y luego con el escritor maduro, buen conocedor ya de los secretos de la carpintería de toda buena novela, donde habita la influencia de sus venerados Dickens, Baroja, Quevedo y (más sutil e inesperada) la huella de Kafka, una polifonía que forja su propia voz como declinación de sus lecturas juveniles.

Los adjetivos que su editor invoca para esculpir la escritura de Azcona («Divertida, afilada, ingeniosa, rotunda, amable, tierna y también puñetera») valen para definir la de todos sus maestros y aceptar con Lacalle que «la literatura de Rafael Azcona es un tesoro nacional», una hipérbole que aclara con un rapto de ironía que hubiera hecho feliz a su autor: «Entendiendo la nación como ese vasto territorio que se extiende hasta los confines de la galaxia»

No es una exageración. Los grandes temas de la humanidad que han colonizado la historia de la literatura ya están presentes en los primeros volúmenes. Y no: no es una mirada precisamente alegre la que emplea el maestro para componer ese par de obras maestras (del cine y de las letras) que son 'El pisito' (una epopeya inmobiliaria en blanco y negro, ay, de sombría y permanente actualidad) o 'El cochecito', tal vez las dos estrellas más fulgurantes de la constelación reunida en esta colección. Ocurre sin embargo que, como buen escritor de la estirpe de otra de sus influencias, Valle-Inclán, sus ficciones acaban reflejándose en el callejón del Gato y su resultado invita a una lágrima divertida igual que detona la especialidad de la casa: la tristeza siempre con su punto guasón.

Es el sello inscrito en el bonobús que llevaba encima cuando se sentaba en la mesa de esa cafetería del primer párrafo, el espíritu condensado en esta joya de colección que cuenta con un esclarecedor prólogo a cargo de Bernardo Sánchez, profundo conocedor de su obra, quien examina uno por uno cada ejemplar pero llama la atención con especial énfasis en la génesis, también muy libresca, de su novela mayor, 'Los europeos'. Párrafos donde recuerda las desdichadas peripecias con la censura y su fallida traslación al cine (un proyecto nonato con Berlanga) y concluye con una observación que vale para el conjunto de su producción literaria: en 'Los europeos', ya habita el Azcona total, el que recurre al bisturí para ir hasta el hueso de la trama. El agudo novelista dueño de un bendito humor que operó como una maldición, porque impidió verle como el formidable escritor que fue. Capaz, como recalca Sánchez citando a Francisco Umbral, de facturar sus prodigiosos guiones «sin renunciar a la literatura».

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