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La Real Academia Española (RAE) celebra este jueves un pleno en el que volverá a sobrevolar el enfrentamiento entre tildistas y antildistas. Pese a que algunos han querido presentar la imagen de una RAE dividida entre escritores y filólogos a cuenta de si se debe ... poner la tilde en el adverbio «solo» y algunos pronombres, la realidad es que la recuperación del signo ortográfico en casos ambiguos («trabajo solo el domingo») se tomó por unanimidad y sin fisuras. La postura oficial de la entidad dirigida por Santiago Muñoz Machado es que no ha habido ninguna revuelta y que todo se reduce a un «cambio de redacción» para dejar las cosas más claras en supuestos que pueden prestarse a confusión, una opción que ya estaba prevista en la 'Ortografía' de 2010.
Un adalid de la tilde, como Arturo Pérez Reverte y otros escritores, cantaron y victoria y se atribuyó en Twitter haber ganado una «vieja batalla». Pero no está tan claro que en el debate haya vencedores y vencidos, aunque el autor de la 'La tabla de Flandes' haya anticipado que la reunión de hoy será «tormentosa».
A la RAE no le pillan de nuevas estas controversias: ha tenido que lidiar desde antiguo con polémicas de distinto signo, desde las controversias que provoca el lenguaje inclusivo a la guerra contra los extranjerismos.
Cuando García Márquez abogó en el Congreso de Zacatecas, en 1997, por jubilar la ortografía y mandar al carajo las «haches rupestres», hubo quien tembló y creyó que los cimientos del idioma se tambaleaban, pese a que el autor de 'Cien años de soledad' fuera un escritor muy ortodoxo y respetuoso con el idioma.
Ha pasado un cuarto de siglo desde aquel revulsivo discurso y la RAE no gana para disgustos. Sin duda, los mayores embates a la lengua vienen de la filas de los defensores del lenguaje inclusivo. Entre ellos figuran los paladines de la arroba @ y la 'x', recursos gráficos para integrar en una sola palabra las formas masculina y femenina de un sustantivo.
El problema del empleo de estos marcadores es que son impronunciables, por lo que hay que acudir al desdoblamiento de género («españoles y españolas») que, según la RAE, atenta contra la economía del lenguaje. La entidad que vela pureza del español considera que masculino genérico no es discriminatorio, una idea que ha caído en saco roto en el lenguaje político, salvo cuando los representantes públicos se retiran de la tribuna.
Como argumentaba hace unas semanas Álex Grijelmo en 'El País', periodista especializado en cuestiones lingüísticas, los políticos usan el desdoblamiento de género salvo cuando que el sustantivo tenga implicaciones negativas. Nadie habla por ejemplo de «los corruptos y las corruptas».
La RAE ha mantenido con el Gobierno –o el Gobierno con la RAE- un contencioso a propósito de la posibilidad de incluir el desdoblamiento de género en la Constitución. La exvicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo dirigió una consulta a la institución a este respecto y la respuesta fue negativa, lo que soliviantó a Calvo.
La guerra contra la contaminación lingüística está en los mismos orígenes de la organización. Ya a principios del siglo XX se abominaba de la «peste galiparlante» y de que usaban términos prestados del francés. En ocasiones a la Academia le cuesta asumir las novedades del idioma y se mueve a remolque de las voces de la calle.
La palabra 'restaurante' figuraba en el diccionario desde 1817, pero con la acepción «establecimiento donde se sirven comidas» no se registra hasta 1925. Palabras como 'bufé' y 'chófer', de origen francés, hoy son plenamente aceptadas, pero arrostraron la enemistad de los puristas del idioma.
La resistencia de la RAE a los extranjerismos está justificada ante la avalancha de anglicismos a veces difícilmente justificables, como 'abstract' o 'consulting', que se pueden sustituir fácilmente por 'extracto' y 'consultora'.
El feminismo, sea posmoderno o clásico, tacha a la institución de machista. La RAE no ha excluido del diccionario la acepción de «sexo débil» para referirse al conjunto de la mujeres. ¿Misoginia? No se trata de eso, dice Darío Villanueva, exdirector de la RAE, en su libro 'Morderse la lengua', quien admite el machismo de la locución. Pero advierte que una misión de diccionario es incluir vocablos documentados a partir de 1500, aunque luego se haga hincapié en el «carácter jergal, peyorativo, ofensivo o discriminatorio» del término.
A las organizaciones feministas les sublevaba la acepción del adjetivo 'fácil', que rezaba así: «Dicho de una mujer: Que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales». En los escritos de Emilia Pardo Bazán y Concepción Arenal figuraba tal expresión, pero la RAE decidió que tal atributo se hiciera extensivo a hombres y mujeres, puesto que la revolución sexual hizo proliferar como hongos testimonios literarios que hablan de «hombres, chicos o tíos fáciles».
Muy susceptibles se han mostrado con la docta casa las minorías étnicas. Soledad Becerril, ex Defensora del Pueblo, pidió la retirada de la única definición de 'gitanada' como 'trapacería', pese a que el diccionario precisa que se debe entender tal acepción como ofensiva o discriminatoria. Con todo, los usos del lenguaje son tan arbitrarios como caprichosos, porque gitano también se puede entender, en sentido coloquial, como aquel «que tiene gracia y arte para ganarse las voluntades de los otros».
Hace ocho años, los padres de niños autistas cursaron una petición al Ministerio de Sanidad para que se desterrara el significado de autista como persona «encerrada en su mundo, conscientemente alejada de la realidad». Otra forma de enmendar la plana a la RAE es sugerir términos no contemplados en los tratados lexicográficos.
Una organización de padres que habían perdido algún hijo por enfermedad o accidente se quejó de que no existiera un adjetivo que los definiera, de modo que sugirieron el término 'huérfilo', con el argumento tan repetido de que lo que no se nombra no existe. Un invento poco afortunado, pues como proclama Villanueva, 'huérfilo' sería aquel 'que ama la orfandad'. Y no es cierto que el español no contenga una palabra para referirse a los huérfanos de hijos. Está en desuso, aunque fue consignada en 1791: es «deshijado, da».
La acusación de que la RAE es una institución inmovilista tampoco es del todo verdadera. En la formación de femeninos de profesión ha admitido palabras como 'jueza', 'diputada' o 'concejala'.
Los ofendidos por la RAE son legión. En 2015, una organización fumadores de cannabis y marihuanas envió a la institución una carta de en la que le reprochaba que reforzara el sesgo negativo del estupefaciente, «cuando a lo largo de la historia de la humanidad ha significado mucho más que eso y ha sido materia prima imprescindible y necesaria para [el sector] textil, navegación, medicina, etc.». Por añadidura, se quejaba del agravio de que se hablara mal de los derivados del cannabis y no de los efectos nocivos del alcohol y el tabaco.
Salvador Gutiérrez, lingüista y académico, se quejó en su día de que muchas de estas protestas no son precisamente constructivas, sino que se escriben con un tono belicoso e insultante. Gutiérrez se queja de la que RAE es también víctima de bulos. Hace unos años se dijo que la Academia acaba de aprobar vulgarismos como 'almóndiga', 'toballa' o 'asín', palabras que en realidad figuran en el diccionario desde el siglo XVIII, dado que en su día fueron variantes que aparecían en obras clásicas.
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