
Quijote Bellón, el caballero andante del noble juego
Cuentos, jaques y leyendas ·
Juan Manuel Bellón fue bautizado en 1969 como el nuevo Arturo Pomar. Cinco veces campeón de España, se enfrentó a los grandes campeones mundiales del tableroSecciones
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Cuentos, jaques y leyendas ·
Juan Manuel Bellón fue bautizado en 1969 como el nuevo Arturo Pomar. Cinco veces campeón de España, se enfrentó a los grandes campeones mundiales del tableroManuel Azuaga Herrera
Domingo, 6 de abril 2025, 01:23
A menudo nos referimos a alguien como la leyenda viva de un ámbito concreto, una especialidad o un deporte. Y, a decir verdad, la mayoría de las veces exageramos. Recurrimos al cliché. Como lo de genio y figura. Con todo, aún existen relatos extraordinarios y, gracias a ellos, podemos hacer uso de una fórmula que, al pronunciarla, siempre suena lírica y hermosa: «leyenda viva». Es el caso de Juan Manuel Bellón, actual decano de los grandes maestros del ajedrez español, un caballero andante del noble juego. Quijote Bellón. Un ingenioso ajedrecista que «a despecho y pesar de la misma envidia, y de cuantos magos crio Persia, brahmanes la India, gimnosofistas la Etiopía», ha escrito su nombre «en el templo de la inmortalidad». Como el hidalgo cervantino.
Su padre, Faustino, nacido en Ciudad Real, fue representante. Vendía cosas. Empezó con unos aspiradores marca Valet, un modelo conocido como Tornado. Después, una vez la familia se había instalado en Mallorca, siguió vendiendo suvenires, carteras de cuero de Ubrique. Su madre, María Asunción, de Valladolid, fue profesora y enseñó a jugar al ajedrez a sus dos hijos mayores, Fernando y José María. El pequeño Juan Manuel aprendió gracias a sus hermanos. «Cuando la Primera Comunión le regalaron un tablero y desde entonces no ha parado», declaró María Asunción años más tarde. «Le cogió afición desde el primer día».
Bellón estudió en el instituto Ramón Llull de Palma de Mallorca. No le gustaba hacer deporte. «Me daba bastante vergüenza ponerme en calzoncillos», confiesa con sarcasmo. Para su suerte, el profesor de Educación Física, Juan José Bonet Riera, jefe local de la Organización Juvenil Española (OJE), le permitió saltarse la obligación de correr por la de jugar al ajedrez. Al poco, Bellón participó en los campeonatos escolares de Mallorca. Los ganó todos, lo que le dio derecho a disputar los torneos de ámbito nacional.
En una de esas ediciones, en la Casa de Campo de Madrid, Bellón recibió la visita inesperada de unos muchachos. Querían hablar con Juan Manuel para «pedir el punto» a favor del ajedrecista vasco con el que debía enfrentarse, a la mañana siguiente, en la última y decisiva partida. «Si hay algo que detesto en el ajedrez son las trampas», sentencia Bellón. Por supuesto, se negó en rotundo. Y, ya de paso, derrotó con negras al vasco.
Los logros deportivos de Bellón no se hicieron esperar. En 1968 ganó su primer Campeonato Juvenil Nacional. En 1969, con solo 19 años, se proclamó campeón de España en la localidad cacereña de Navalmoral de la Mata. Su padre, Faustino, no quería que el chico se dedicara al ajedrez, pero ahí estaba el buen hombre con otro de sus hijos, José María, en la ceremonia de clausura, orgulloso y radiante. El ajedrecista y periodista Román Torán describió a Bellón como «un muchacho espigado, simpático y de una gran modestia». En la entrevista que publicó para el diario 'Pueblo', Torán tituló a dos columnas: «Un nuevo Arturo Pomar».
En la época de Bellón –la edad de oro del ajedrez clásico–, competir en la élite era muy complicado. Sobre todo porque no existían las bases de datos, las consultas a golpe de tecla. Juan Manuel recurría a las revistas especializadas, rusas incluidas. Mientras las leía, iba anotando en dos libretas. En una de ellas, apuntaba las partidas de los jugadores españoles. En la otra, la de los extranjeros. «Era una tarea engorrosa. Registraba las veinte primeras jugadas de cada partida. No había otra forma de saber qué línea estaban jugando los mejores del mundo y, al mismo tiempo, crearme un repertorio para cuando me tocara jugar contra ellos», explica hoy el gran maestro.
En realidad, como sucede en las novelas de caballería, hubo otra circunstancia que resultó decisiva, un golpe de suerte que poca gente conoce. «Donde yo aprendí ajedrez de verdad fue en los Torneos de Palma de Mallorca de los años sesenta y setenta», admite Juan Manuel. En 1965, Juan Casals, secretario de la organización, le propuso a Bellón que ayudara (a cambio de una merienda) como muralista del torneo. Su misión era reproducir todas las partidas en unos tableros murales, de tal modo que los asistentes pudieran seguir el desarrollo de las mismas. Por entonces era costumbre que los participantes, una vez terminaban y firmaban las planillas, analizaran 'post mortem' lo que acababa de ocurrir sobre el tablero. Y Bellón, testigo de excepción, escuchaba aquellas conversaciones.
Así fue cómo el joven muralista, una edición tras otra, se empapó de los conocimientos de los mejores del mundo y aprendió los secretos de Smyslov, Botvinnik, Tal, Spassky, Korchnoi y Petrosian, entre otros. O los del mismísimo Bobby Fischer, vencedor en 1970, año en el que el certamen de Palma de Mallorca se transformó en Torneo Interzonal clasificatorio para el Campeonato del Mundo.
Abro un paréntesis. Gracias al ajedrez (no solo al turismo) Palma de Mallorca alcanzó una proyección internacional sin precedentes. Hay un dato que les sorprenderá. En 1971 Juan Casals puso todo su empeño para que la ciudad albergara el duelo por el título de campeón mundial entre Boris Spassky y Bobby Fischer. La mítica batalla de Reikiavik 72 pudo haber sido la de Mallorca 72.
Ahora que hablamos de campeones viene al pelo contarles algunas de las batallas de nuestro particular Quijote. «Con Max Euwe jugué en una exhibición de simultáneas durante el descanso del Campeonato de Europa Juvenil que disputé en 1968, en Groningen», recuerda Bellón. «Desde Mijail Tal hasta Kárpov, he jugado contra todos los campeones del mundo. A partir de Kaspárov, ya no, con la excepción de Vishy Anand, con quien me he enfrentado en dos ocasiones». Me llama la atención que, al tirar del hilo de sus andanzas, Bellón no presuma y ni siquiera me cuente que contra Anand logró hacer tablas las dos veces. Yo hubiera empezado por ahí, modestia aparte.
Lo que sí me cuenta es que fue muy amigo de Ljubójevic, alias Lubo, un gran maestro serbio que llegó a ocupar el tercer puesto de la clasificación mundial de la FIDE, a principios de los años 80. «Un día se nos desplomó el ascensor con nosotros dentro», subraya Bellón con resuello. Bellón tuvo química con otro de los grandes del noble juego, Mijail Tal, contra quien jugó varias veces. Una de ellas en la Peña del Sombrero de Málaga, en 1981. «Me hubiera gustado tratar más con él. Tuvo un gesto muy bonito conmigo», confiesa. Y tanto. En cierta ocasión, al mago de Riga le preguntaron por cuál era el jugador que más se le parecía en el tablero. Tal respondió: «Viktor Kupreichik y Juan Manuel Bellón».
Juan Manuel conoció a la ajedrecista sueca Pia Cramling, una de las jugadoras más fuertes de la historia, en el torneo de Zúrich de 1984. En puridad, se conocieron unos años antes, pero fue en Zúrich cuando él se ofreció a ser su entrenador. Desde entonces, forman una hermosa pareja de alfiles, dentro y fuera del tablero. En aquel año orwelliano, Bellón venció a su amigo Mijail Tal, en Barcelona. Y, a las pocas semanas, derrotó al mítico Viktor Korchnoi, con quien prendió el fuego de una entrañable amistad.
En 2017 Bellón cambió de bandera federativa y, tal y como le gusta decir, se hizo el sueco. Anna Cramling, hija de Juan Manuel y Pia, es malagueña, pero también juega para Suecia. En las Olimpiadas de Chennai (2022) y Budapest (2024), los tres representaron al país nórdico. Ellas, como jugadoras olímpicas. Y Bellón, en calidad de capitán del equipo femenino. Una estampa familiar curiosa, sin duda: única y hermosa.
Ha sido escribir 'Olimpiadas' y venirme al recuerdo la de Buenos Aires de 1978. Esta historia es la más 'belloniana' de todas y deben conocerla. A falta de la ronda final, Bellón tenía asegurada la medalla de oro en el cuarto tablero del combinado español. Si no jugaba, la medalla era suya. En esas sucedió que Díez del Corral (primer tablero) y Ricardo Calvo (tercero) abandonaron Argentina antes de tiempo.
Preocupado, Antonio Medina, capitán del equipo, fue a convencer a Bellón para que jugara. «Estás en muy buena forma, no vas a perder», le dijo. Bellón aceptó, pero puso una condición: durante el transcurso de la última ronda, Medina debía avisarle del resultado del jugador que estaba justo detrás en la clasificación, por si las moscas.
Bellón (sentado en el segundo tablero, ante la ausencia de sus colegas) jugó con negras contra el sueco Schneider. En mitad de la refriega, Medina se acercó: «Ha empatado, el otro ha empatado». Al toque, Bellón ofreció tablas al sueco, pues así amarraba la medalla. Schneider aceptó. Sin embargo, ni Medina ni Bellón habían tenido en cuenta a un jugador filipino, Glenn Bordonada, debido a que este no había jugado aún el mínimo de partidas exigidas por la organización para optar al medallero.
Pero ese día Bordonada se llevó el punto, cumplió con el requisito técnico y, en un golpe de efecto, ganó la medalla de oro. Bellón tuvo que conformarse con la plata, pero se hizo una promesa: «Nunca jamás volveré a ofrecer tablas». Así ha sido hasta la fecha. Y así seguirá siendo.
Años antes del infortunio de Buenos Aires, durante la disputa del Campeonato Mundial Juvenil de 1969, en Estocolmo (todo huele a Suecia en esta historia), Bellón ejecutó un movimiento inverosímil en la cuarta jugada de su partida contra el luxemburgués Raymond Weber. Lo insólito es que llevó su peón a la casilla 'b5', ofreciéndoselo a su rival, en apariencia a cambio de nada. Weber aceptó el regalo y se zampó el peón con su caballo. No reparó en que con ello estaba cavando la tumba de su derrota.
Así nació el 'gambito Bellón', una línea con negras contra la apertura inglesa llena de celadas y sutilezas. En 1971, Bellón volvió a plantear su gambito contra el estadounidense Samuel Reshevsky, en Palma de Mallorca, y el mundo del ajedrez le dio registro de oficialidad. Junto a Ruy López de Segura, clérigo zafrense del siglo XVI y primer campeón oficioso de la historia, Bellón es el único ajedrecista español que ha dado nombre a una línea teórica del juego-ciencia.
Y, aunque no fuera esa su intención, no podía ser de otro modo porque, en palabras de don Quijote, «es menester andar por el mundo como en aprobación, buscando las aventuras para que, acabando algunas, se cobre nombre y fama». La fama y la gloria de Juan Manuel Quijote Bellón.
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