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Paula Rosas
París
Lunes, 13 de abril 2020
Una inmensa grúa vela desde las alturas a la paciente. Vendada y entablillada, aún atrapada por su cárcel de hierros soldados por el fuego, la catedral de Notre Dame espera en un coma inducido el inicio de su recuperación. Hace justo un año, el ... infierno se desataba en su tejado y convertía en humo parte de la historia de Francia. Todo lo que parecía estable por los siglos de los siglos partía en llamas, y el país entero se unía en la tragedia y la esperanza de su reconstrucción.
Es posible que la pandemia haya actualizado el significado de lo irreal. Pero la noche que ardió Notre Dame tuvo esa sensación de irrealidad de los grandes momentos de la historia. El fuego se iniciaba a las 18:43 de aquel 15 de abril y, una hora y cuarto después, su aguja, la obra maestra de Violet-le-Duc de 93 metros de altura, sucumbía a las llamas ante la mirada impotente y estupefacta de millones de personas.
Más de 600 bomberos lucharon durante 15 horas para apagarlo, pero el momento crucial de la noche, según reconocieron después, fueron los 20 minutos que tardaron en controlar el fuego que empezaba a extenderse por una de sus bellas torres góticas, y que a punto estuvo de provocar un derrumbe en cadena. Con el alba llegaron los suspiros de alivio, y también las promesas de reconstrucción. Como el Ave Fénix, Notre Dame renacería de sus cenizas en cinco años, prometió entonces el presidente Emmanuel Macron.
Desde entonces, un ente público ha sido creado para centralizar y acelerar los trabajos, presidido por un entusiasta general retirado, Jean-Louis Georgelin. Pero la situación de la catedral sigue siendo de «máxima urgencia», según los equipos que trabajan en su afianzamiento, mientras que imprevistos como la contaminación por plomo o la pandemia del Covid-19 han retrasado el proyecto.
El andamio es el principal obstáculo para iniciar la restauración. El mastodonte de 500 toneladas –que había sido instalado meses antes para renovar el tejado– quedó hecho un amasijo de hierros por el fuego. El pasado 23 de marzo, técnicos especialistas en trabajos en altura iban a empezar a desmontarlo, serrando pieza por pieza colgados con cuerdas. Una inmensa grúa de 75 metros de altura se instaló en diciembre para ir bajando los 500.000 tubos que componen el armazón, mientras que un sistema de sensores registrará la más mínima oscilación. La operación, que iba a durar cuatro meses, ha quedado paralizada por la crisis del Covid-19.
Junto al andamio, el plomo ha sido el otro quebradero de cabeza de la obra. El incendio derritió las 1.326 placas de cinco milímetros de plomo que recubrían el tejado de la catedral, con un peso de 210 toneladas. Parte de ese plomo se liberó en partículas, que contaminaron gran parte de los alrededores de Notre Dame. Las obras ya tuvieron que paralizarse de julio a finales de agosto del año pasado para descontaminar estas zonas y para poner en marcha un dispositivo de protección contra este metal pesado, peligroso para la salud.
Limpiar el plomo se ha revelado, sin embargo, como una tarea difícil. Las técnicas utilizadas hasta ahora, como la limpieza de alta presión o la aspiración no han dado los resultados esperados. El pasado febrero, los técnicos querían probar en la explanada frontal un nuevo sistema de limpieza con una resina en frío, que ha tenido que paralizarse por el confinamiento.
Sin haber conseguido aún estabilizar la catedral, los planes de reconstrucción permanecen en una fase de debate. No se ha decidido siquiera si la estructura de roble que sujetaba el tejado, conocida como «el bosque» y que quedó reducida a cenizas, será reconstruida en madera o se optará por otro material. Tampoco si la aguja se volverá a levantar a imagen y semejanza que la que construyó Viollet-le-Duc en el siglo XIX –como parece favorecer el arquitecto jefe de la restauración, Philippe Villeneuve–, o se abrirá la puerta a nuevas ideas.
Desde el principio, la investigación apuntó a motivos accidentales. Bien un cortocircuito en la zona de ascensores instalada para reparar el tejado o bien una colilla mal apagada. En febrero, el fiscal de París, Remy Heitz reconocía que la investigación «va a durar, es compleja, colosal». El laboratorio de la Prefectura de Policía había pedido recoger nuevas muestras en la zona donde se cree que se originó el fuego, para lo que habrá que esperar a que se retire el andamio.
Pero, si la investigación no ha podido probar aún cómo se originó el fuego, sí que ha evidenciado fallos humanos que permitieron que el fuego se expandiera. Un error de interpretación del sistema de detección de incendios retrasó la llamada a los bomberos. El agente de seguridad a cargo en el momento llevaba solo cuatro días en su puesto y, para cuando consiguió entender dónde podía estar el fuego –tras una conversación telefónica de 18 minutos con su superior–, las llamas ya devoraban parte de la estructura de madera que sujetaba el tejado de la catedral.
No se habían apagado aún los rescoldos de la catedral cuando una lluvia de promesas de donativos empezó a caer sobre las ruinas de Notre Dame, alentada, sin duda, por la emoción, pero también por el anuncio del gobierno de una deducción fiscal de 75%. Entre ellas, las grandes fortunas francesas del lujo, como la familia Arnault, propietarios de LVMH, de 200 millones de euros, y los Pinault, dueños de Kering, de 100 millones de euros.
Más de 900 millones han sido ya confirmados por las cuatro fundaciones encargadas de recolectarlos, aunque la mayor parte de ellos se irá desembolsando a lo largo de los años en función de las necesidades.
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